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Las heroínas anónimas
Hasta finales del siglo pasado, las mamás se llenaron de hijos, algunas llegaron a parir y criar hasta 16, totalmente solas.
Martes, 20 de Junio de 2017

No me voy a referir a mujeres que ofrendaron sus vidas por alguna gesta patriótica o que le hicieron un aporte rimbombante a la sociedad, mis personajes fueron madres sencillas que hicieron una obra interesante en sus hogares, pero que se fueron al más allá sin que sus realizaciones fueran publicadas en periódicos, revistas o programas de televisión.

Como ocurría hasta finales del siglo pasado, las mamás se llenaron de hijos, algunas llegaron a parir y  criar hasta 16, totalmente solas, porque sus esposos estaban seguros que su responsabilidad  en sus casas solo era el sostenimiento económico y  su  autoridad paternal.

De manera injusta y absurda se afirmaba que las mujeres de esa época eran mantenidas y que no trabajaban, como si preparar los alimentos, lavar y planchar la ropa, barrer, trapear y mantener aseada y atractiva la vivienda, no implicara esfuerzos físicos y dedicación, amén de levantar y educar a sus numerosos vástagos.

Además de esas exigentes y  desgastantes tareas, a muchas de ellas les tocó crear y desarrollar microempresas  artesanales como la fabricación de sombreros de lata, velas y arepas. Los exiguos ingresos de sus esposos había que reforzarlos con esas duras tareas  para que el presupuesto familiar permitiera la educación de los niños y muchachos.

Sus sacrificios tenían como metas o sueños, a veces  inalcanzables, de que sus descendientes fueran  importantes profesionales, sobre todo profesores,  médicos o abogados. Si era  complicado sostenerlos en los escasos colegios para  que se graduaran de bachilleres, ¿cuántos serían sus  esfuerzos para  enviarlos a las universidades de Bucaramanga, Bogotá, Barranquilla o Medellín?

Para muchas de ellas, todo fue en vano, sus hijos no les correspondieron, porque se dedicaron  a labores comerciales o porque simplemente se enamoraron de manera  apresurada y se casaron.

El espacio que tengo en esta columna sería insuficiente para mencionar los nombres de aquellas guerreras que se fueron a la tumba con satisfacciones o frustraciones, y lo más triste, dentro de un injusto anonimato.

En la celebración del Día de la Mujer o simplemente en  el de la madre, sus nombres no aparecen en las páginas sociales, escasamente son recordadas y valoradas por  quienes aprovecharon  sus esfuerzos   o solo les devolvieron  ingratitud  y olvido en las que fueron sus familias.

Las protagonistas  reconocidas y sobre  quiénes reposan una inmensa gratitud, primero Delia María, mi madre, que disfrutó de nuestros triunfos y  que formó como gente de bien a sus diez hijos. A mi tía Otilia, la que miraba con su alma y que contagiaba con su ternura, que a punta  de sombreros y velas  condujo a buen puerto a sus cuatros hijos, no obstante su prematura viudez.

En mi matrimonio no obtuve una suegra  cariñosa y comprensiva, sino mi segunda mamá, doña Elara Jácome, mujer que fue premiada por la naturaleza con una impresionante belleza, en El Palomar  fue reconocida como la peluquera del barrio, tarea  que realizaba con un dinamismo sorprendente, y su clientela preferida eran los niños y los campesinos  que “parqueaban” sus burros y mulas, cerca  de su casa.

Fuera de los intereses publicitarios que abundan  y aburren durante el mes de mayo, una  justa recordación a las mujeres que cumplen con su misión natural de parir y de llenar de cariño y orientación a sus hijos, gracias a todas ellas,  las heroínas anónimas. 

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