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La novia de mis sueños de niño
La niña de mis retoños, la primera en la infancia, muerta del susto estaba anudada a mis brazos.
Domingo, 27 de Septiembre de 2015

Alguna vez me detuve a pensar, cuál había sido mi primer recuerdo. El más lejano, el más recóndito, el más remoto en el confín de mi memoria. De tanto penetrar dentro de mí, tratando de hallarlo, como una revelación inesperada, apareció de repente: 

Una oleada de viento fresco, que acarició agradablemente mis mejillas y que raudo pasó por mi cuerpo de niño, como esos cometas que cruzan el firmamento, cada veinte mil años.

Aquel suave oleaje de aire inolvidable, como brisa marina se me quedó grabado. Y ha sido tal la espera por verlo repetirse, que olas frías de nostalgias, llenas de remembranzas, como imágenes grises, surcan por mis oídos. 

Más hubo un viento recio, que apareció más tarde, cuando ya mis mejillas había quemado el tiempo y un aire adolescente endureció mis huesos. Fue en una noche cómplice, de rumores y estrellas, bajo un palo de almendro, florecido de ruidos. 

La niña de mis retoños, la primera en la infancia, muerta del susto estaba anudada a mis brazos. Y un sudor de temores, que humedecía sus labios, gotas de fuego tierno, endulzaban sus besos. 

De pronto entre las sombras, como un intruso aleve, un viento estrepitoso, cual reguero de vidrios, desmoronó el hechizo. 

Fue allí donde la niña, despavorida y tensa, huyó tras el espectro de un espacio vacío. 

Nos separó la brisa, que irrumpió raudamente, dejando tras el aire un olor de tristeza. Fue el golpe más severo, que me haya dado el viento, al llevarse a la niña, con rumbo sin regreso. 

Más desde aquella noche, como una ventolera, entre miles de sueños, gira el árbol de almendro. En cada vuelta nueva, veo caer sus hojas, como años que pasan, retostádos en lágrimas. 

La imagen de la novia que escapa y de su sombra, como un poema de Silva, se alarga en mis recuerdos, se extiende largamente, tan lenta y tan perenne, que hasta la misma muerte, es más corta en el tiempo. 

Cuantos años se han ido, no he sabido contarlos, más de pronto en Octubre, de año que fue bisiesto, clavados en el aire como rayos de fuego, un par de ojazos negros, regresados de lejos, han vuelto en una nube, a posarse en los míos, en una fecha nueve, distantes nueve metros. 

Allí veo la niña, que asustada había huido, la que solo en mis sueños, pude amar más que a ella. Ya no estaba el almendro florecido de ruidos, ni esparcidos al viento, como en un remolino, sus bucles inocentes, que ayer habían partido. 

Tenía dos trenzas largas, tejidas a su cuerpo, que parecían mil rosarios, rezados en mil silencios para que el viento que ayer irrumpió nuestro secreto, nos devolviera el hechizo que junto a un árbol de almendro, la niña de mis retoños me entregó sin compromiso, antes de salir huyendo entre palos quebradizos, asustada por las sombras, aquella noche de ruidos. 

Y vi al través de sus ojos, a mi novia de la infancia, que aunque de trenzas tejidas y no con bucles de plata, tenía el aroma inocente de aquella que entre mis manos, siendo yo un adolescente, bebí en sus labios de fuego, todo el roció de las hojas, que en primavera son niñas, engalanadas de verde.

Era la niña de trenzas, que ayer asomaba bucles.

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