No he podido entender la ingratitud que acompaña a los maestros cuando deciden cesar sus labores formativas para entrar a disfrutar de sus merecidas pensiones.
Muy pocos recuerdan las grandes gestas y aportes de los compañeros que se retiran. Las limitaciones de los que siguen en los planteles educativos las manifiestan con el olvido y el silencio.
Cuando el tiempo sobraba para realizar actividades extra curriculares, como eventos artísticos y deportivos, a nadie le da por recordar y valorar a sus gestores. Lo más fácil es suspenderlos porque nadie “le regala tiempo” al Estado.
Con la inseguridad que hay en el país y el peligro que representa para los escolares y colegiales, los rectores depositan la responsabilidad en los seccionales por lo que les pueda ocurrir a los niños y adolescentes durante los ensayos o entrenamientos en horas distintas a sus jornadas.
Por esa razón, es poca la actividad deportiva o artística en escuelas y colegios, aglutinados ahora en los denominados centros educativos. Los maestros con aptitudes atléticas , musicales y teatrales, se abstienen de organizar los certámenes que requieren los alumnos para su formación integral.
Continuando con los casos de insolidaridad que se dan en los establecimientos educativos, considero que es una de las grandes paradojas, porque se supone que los maestros y profesores deben actuar como verdaderos cuadros de opinión, que representen ejemplos para sus discípulos.
La falta de amistad y colegaje entre quienes tienen la sagrada misión de formar y conducir a las nuevas generaciones se evidencian en el desconocimiento e indiferencia hacia los ´compañeros´ que son pilosos y que se entregan a sus determinantes labores pedagógicas.
Qué tanto es dar un abrazo de felicitación o de ánimo. Solo hay silencio y muchas veces críticas injustas e infundadas.
La ingratitud es la actitud predominante entre los rectores, administrativos y los mismos docentes. La devoción con la que muchos asumen el compromiso , si no se reconoce y valora entre ellos mismos, la recuerdan y agradecen los niños y muchachos convertidos en profesionales, varios de ellos muy exitosos, cuando se encuentran con quienes fueron sus queridos profesores.
Los abrazos sorpresivos y las palabras de aliento de quienes antes eran pequeños e inocentes, entran como verdaderos bálsamos que alivian y engrandecen el alma.
Nunca dejo de pensar en el verdadero formador de formadores, el inolvidable profesor Miguel Ángel Velandia Epalza , director de la escuela anexa a la antigua Normal “Francisco Fernández de Contreras”, quien nos dictó la asignatura de Fundamentos Pedagógicos, y cuyos consejos los apliqué cuando trabaje con él en esa amada institución y ahora cuando comparto mis experiencias periodísticas con mis alumnos de Comunicación Social, en la UFPSO.
En plena celebración del día del maestro, mi gratitud hacia quienes contribuyeron en mi formación como persona y profesional: la profesora Cecilia Reyes , que también fue la titular de quinto primaria en la añorada escuela Simón Bolívar de mis hijos María del Mar y Nahún Alejandro; a los inolvidables rectores Isidro Torres y Rafael García, y por supuesto a quienes fueron mis profesores, Ramón Carrascal, Nahún Romero, Argemiro Bayona, Saúl Carrillo, Alfredo Flórez, y a Jorge Carvajal y Félix Álvarez, que afortunadamente viven.
A quienes fueron mis alumnos o colegas, una voz de aliento, sobre ellos hay una inmensa responsabilidad, encausar los proyectos de vida que representan los niños y jóvenes encomendados a ellos.
Que no desperdicien las oportunidades de capacitación y actualización, de manera que su hermosa vocación les permita contribuir para el cambio urgente que requiere el país y el mundo, siempre y cuando excluyan de sus centros educativos la envidia y la ingratitud.
A demostrarle al atrevido expresidente que la mayoría de los colombianos los apreciamos y respaldamos, no obstantes las falencias que tienen como humanos.