Algunas multinacionales son más ricas y poderosas que muchos estados nacionales. Esto es una verdad evidente si se tratan de Vanuato, San Vicente y las Granadinas o la empobrecida Venezuela. En el pasado, cuando una poderosa multinacional llegaba a un país tercermundista, se daba lo que se conoce como república bananera. Es decir, los destinos del país los dirigía dicha multinacional.
Aunque, las empresas que tienen presencia en muchos países no paran de crecer y de llenar las arcas y siguen existiendo países tercermundistas, se creía que eso de las repúblicas bananeras era cosa de antaño. Pues, nada de eso, cuando se trata del ser humano, nunca una lección está lo suficientemente aprendida.
En esta nueva versión de las repúblicas bananeras, no obstante, hasta las superpotencias son víctimas de las multinacionales. Al hasta hace unos días presidente de la nación más poderosa del mundo, Donald Trump, Twitter y Facebook, no les tembló la mano para bloquearle las cuentas que tenía en dichas redes sociales. Es cierto, a este racista, misógino, xenófobo y que orgullosamente se fotografía con el libro más manchado de sangre de la historia, la Biblia, había que callarlo.
Otra tremenda demostración de poder de las multinacionales, se está viviendo con todo el tema de las vacunas contra el Covid-19. Pfizer, AstraZeneca, Moderna y demás laboratorios farmacéuticos como condición para venderles sus vacunas, han impuesto a los gobiernos de cada país que no pueden revelar absolutamente nada de la negociación.
Por la colosal urgencia de poner fin a esta pandemia, que no solo está matando mediante un virus sino también de hambre, los gobiernos no han tenido otra alternativa más que aceptar esa condición sin rechistar nada. Para la muestra un botón, no se sabe absolutamente de la negociación con el gobierno colombiano.
Estos son solo los ejemplos más recientes y mediáticos del enorme poder de las multinacionales. Para estas empresas presentes muchos países, no importa la democracia, lo único que les interesa es cada día obtener más ingresos económicos. Para lograr esto, en el pasado apoyaban dictaduras o sobornaban gobiernos débiles y corruptos. En la actualidad, son conscientes del poder que tienen, y lo ejercen.
Al entonces presidente Trump, esas dos redes sociales le bloquearon las cuentas, y bloqueadas se quedaron. No conformes con eso, varios días después se las eliminaron definitivamente. Ni ser el presidente de Estados Unidos lo salvó de lo que se creía que solo nos pasaba a los de a pie.
En una democracia, son los jueces los que dictan sentencias. Sin embargo, esas redes sociales, no se tomaron la molestia de denunciarlo por considerarlo un peligro para la sociedad estadounidense, y que un juez decidiera el tipo de sanción. Para qué hacerlo, sí tenemos el poder para dictar sentencia y ejecutarla, quizá pensaron Zuckerberg y Dorsey, los respectivos dueños de Facebook y Twitter.
En otras palabras, esas redes sociales se creen con la autoridad de decidir qué información es correcto o no es correcto que se publiqué; cuándo es libre expresión y cuando es injuria y calumnia; cuándo una persona dice la verdad o cuando miente. Desde luego, para la toma de estas decisiones, no tienen en cuenta la carta magna del país sobre la que tendrán afectaciones sino en fríos y calculados intereses financieros.
Para mañana es tarde que los estados pongan en cintura a las multinacionales. Es urgente reglamentar y delimitar su actuación. Y es una condición sine qua non para que la mejor forma de organización social y política inventada hasta el momento siga existiendo: la democracia.