Poeta Verano Brisas Brisas, sofista clandestino, tallerista, dueño o “acaso propietario” de unas cejas copiadas del bigote de Dalí, extaquígrafo, exagricultor, excontrabandista, exproxeneta, ¿expensionado por el cambio de nombre?, etcétera, salud:
Mil felicitaciones por no tirar la toalla como autor de sonetos, esos arcaicos rascacielos de catorce versos, una de las joyas de la corona de la poesía.
Felicitaciones también por haber resultado ganador del Tercer festival de sonetos del concurso de poesía Garcilaso de la Vega que otorgan anualmente en Oviedo, España.
Lamento que gaste más el papa en crocs que los chapetones en euros para cuñar el galardón que le han afrijolado. Premio sin el vil metal es como un soneto sin el segundo terceto.
Mínimo, deberían invitarlo a recibir el premio así sea a lomo de carabela. Felizmente, usted está curado de vanidades y vive del maná de su propia poesía.
Y de los talleres del poeta Jaime Jaramillo Escobar, tan campante a sus 86 años. La poesía vuelve inmortales a los creadores mientras vivan. Y a los que la leemos.
Nunca sobrará insistir en la idolatría de los alumnos por quienes orientan los talleres. Los aman como el puntico a la i. Me consta por los pupilos de Luis Fernando Macías y Jairo Morales Henao, envigadeño de profesión. Pueden faltar el pan y el vino pero no los maestros.
Reconoce, señor Verano, que los sonetistas son una especie en extinción. Sería tan lamentable que desaparecieran como lo sería que no volaran más el colibrí más pequeño, el más grande, o cualquiera de los que desfilan por la pasarela cielo, desafiando las leyes de la física.
Los sonetos provocan sacar pareja. En eso se parecen a los boleros que bailábamos de muchachos con los ojos de la suegra respirándonos en la nuca para evitar aproximaciones que pudieran alborotar la libido.
Como sonetista, no está solo en el patio, salgareño Verano (= Óscar de Jesús González Toro, como se llamaba antes de pasar por la notaría).
En Envigado, al lado del hígado de la Casa Museo Fernando González, el arquitecto sonsoneño Hugo Álvarez incluye en su dieta el caviar de los sonetos. El especialista en música del antier los mezcla con décimas y otros versos.
Y un opita que también se escuda en seudónimo, Ángel Marcel (Pompilio Iriarte), de pronto sorprende a la parroquia con colibríes, perdón, con sonetos de maravilla.
Debería ser obligatorio leer sonetos en vez de las antipáticas y generalmente injustas multas por violar el pico y placa. Ustedes le mejoran el currículo y el genio al mundo.
Tocayo: Está bien que se haya retirado de las ofensivas redes, salvo del jurásico correo electrónico, de Youtube y Google donde se pueden rastrear sus versos que en otra época serían prohibidos para todo católico; estaría mal que dejara su condición de rara avis que escribe sonetos.