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Heraldos de ilusiones
Estamos solitarios en el universo, con la razón como bandera, para penetrar en la intencionalidad de la esencia humana.
Domingo, 7 de Enero de 2018

La existencia es sólo una huella efímera, una impronta transitoria plantada en el barro, la cual se borra con cada nuevo sol. Afortunadamente, el tiempo nos va volviendo sabios para hallar la bondad de la vida, que va dejando de ser esquiva y se asoma con nobleza, cuando uno reverencia aquellas sensaciones íntimas que se mueven, como átomos de nostalgia, tratando de brotar juntas, maduras, con algo menos de azar, en la consciencia. 

Si pensamos en finito, así viviremos, en finito, porque dejaremos que la vanidad marque, de manera superficial, un desarrollo que pudo haber sido trascendental. 

Si pensamos en infinito, deduciremos que la relación entre el alma y el cuerpo es la misma que la del universo con el mundo, enteramente proporcional a la espiritualidad, sembrada como fundamento de la dignidad del ser humano.

Si descubrimos que el destino dibuja, de colores, el modelo de ascenso a la fantasía universal, regresaremos a un estado primigenio ideal y habremos pasado el umbral de la esperanza.

Si hemos sabido cultivar el don de pensar, se nos revelará el secreto para superar la distancia de miseria apropiada para solucionar esa especie de controversia entre las fuerzas naturales y las espirituales, unas en descenso y, otras, en ascenso vibrante. 

Estamos solitarios en el universo, con la razón como bandera, para penetrar en la intencionalidad de la esencia humana y distinguir entre las cosas que se generan y las que se corrompen. Los días se hacen heraldos de una ilusión bonita que existe después de los años: son un testimonio azul de la divina morada que nos aguarda cuando cese la espera.

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