Algún amigo me decía por estos días que escuchó con mucha atención el discurso de posesión de Petro, e inicialmente estuvo conforme con sus palabras, la inclusión de todos los sectores sociales, la diversidad de la que hablaba el nuevo mandatario, las expectativas que se creaba en los grandes problemas del país, pero en la medida en que continuaba el discurso abordaba temas globales, y al final Petro se presentaba como salvador del mundo. Sin duda, un agudo análisis y más de mi amigo que es profesor de literatura en una universidad extranjera. Así es, este un gobierno que muestra algunos propósitos un tanto mesiánicos aunque deseables como la paz total, al final muchas de estas propuestas pueden chocar contra una dura realidad. Lo que comienza a mostrar que puede ser la reforma tributaria, en la que en pocos términos se grava tanto a las empresas que entiendo que un empresario que invierte en términos simples cien pesos, apenas le podría generar una ganancia de treinta pesos. Mucho riesgo para un lucro muy pequeño. Se habla de gente que comienza a sacar dinero del país.
Y como si lo anterior no fuera suficiente, a pocos días de un nuevo gobierno, y más de izquierda como sucede por primera vez sucede en la historia de Colombia, ya es desgastante, muy rápido, que uno de sus ministros incurra en grandes y seguidas equivocaciones como le sucede por estos días a la filósofa Irene Vélez en la cartera de minas, cuyo ministerio tiene uno de los retos más importantes de gobierno, ni más ni menos que la transición energética. Sin duda una cosa es lo que puede decir un filósofo en un auditorio en el que la especulación e interpretación es posible, y otra, lo que sobre temas álgidos para un país puede llegar a decir un ministro. El tema resulta de mayor complejidad en cuanto el nuevo gobierno tiene unas expectativas muy altas, demasiadas diría, y poco a poco comienza a chocar con la realidad del país.
¿Quién no quisiera la paz total en Colombia? Desde luego que todos queremos un país pacífico y tranquilo en el que se pueda convivir sin riesgos, sin la hostilidad y la desconfianza del día a día, pero de ahí a pensar en la posibilidad de lograr la paz total en un país en el que coexisten organizaciones criminales algunas de las cuales ya son transnacionales, que se retroalimentan del tráfico de droga, esa paz supondría solucionar el problema de las drogas, y ese ya es un complejo y gran problema. Alguien decía con mucho acierto que lo que debe hacer este gobierno en el tema de la paz, es implementar lo que ya está firmado en el Acuerdo del 2016. Esa propuesta es mucho más aterrizada y coherente. De hecho podríamos avanzar en su implementación y sería un camino bastante probable, y no tomar un atajo que tiene mucho de buenos propósitos, pero la dura realidad que ello significa podría colocar a Colombia en una senda de inverosimilitud, de desgaste, de que pasen los meses y el país no avance. Y si a ello le agregamos unos empresarios temerosos de invertir, llevando su dinero a países que les den más garantías, pues grave.
Para los complejos problemas que tiene un país como Colombia, un gobierno que propone un gran cambio, debe ser mesurado y medir con mucha ponderación lo que realmente puede lograr. Mucho de esto es lo que le ha pasado al gobierno de México como lo expresara hace poco el periódico “Los Ángeles Times”, en el que analizan a López Obrador como un presidente decente, bien intencionado, pero bastante ingenuo. Ese es un resultado cuando las expectativas chocan contra duras realidades, y si eso es lo que nos espera, no habrá un gran cambio para Colombia.
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