La dimensión corporal se rinde en el cansancio, se sienta en alguna parte a descansar del paso del tiempo y mira con esa sensación resignada de estar pendiente de una cosa incierta. Entonces el porvenir la vence, por el descuido lógico que sus fuerzas limitadas ofrecen.

Por eso uno debe descubrir las fuentes renovadoras y nutrir de savia constante lasganas de evolucionar, no quedarse suspenso en el modelo cotidiano que, si no se despoja de la mala rutina (porque hay una excelente), estalla en giros espirituales que asoman al infinito. Si aportamos dignidad a nuestra fragilidad de ser humanos, no seremos cosa fortuita, ni seremos tan deleznables, porque una estructura de honor nos protegerá, temporalmente, desde la esencia del pensamiento, para superar esa muestra transitoria del tiempo que es la vida.

Es la intelectualidad, la que debe aventurar por las lomas amenas del destino, y trepar por ellas, con aquella sensación de ir río arriba pero con la seguridad de que la constancia derriba los obstáculos más difíciles. Y es apenas perceptible -la intelectualidad- se hace un poco la ajena, tal vez la voluntariosa, se oculta, quizá para volverse deseable, porque posee un valor supremo: ser la síntesis del universo. Con ella, es como si se uno se alimentara de un pedacito de ese misterio que esconde, con un pensamiento casi primaveral, hasta sentir que los esfuerzos que haga por penetrar en la magnitud de su imaginación, se verán recompensados con una especie de fiesta en el corazón.  

Entonces se hacen cada vez más apetecibles la soledad y el silencio, para hallar la ruta que marcan los duendes del pensamiento y decidirse a buscar, en el alma, los recursos emocionales que posee para explorar los fundamentos de la alegría de vivir. (De lejos escucha los quejidos de los demás, a veces disfrazados de éxitos...)