En el año 2017, ANIF realizó un estudio para Asobancaria intitulado “Reducción del efectivo y tamaño de la economía subterránea en Colombia”, el documento decía que las recientes tendencias históricas de la economía subterránea ( mundo informal + ilegal), era de grandes proporciones y que en Colombia ascendían casi a un 40% del PIB ( 33.5% informal + 6.3% ilegal), los autores generaron el Índice de la Economía Subterránea (IES), y encontraron que su alta incidencia se explica por: 1) alta ilegalidad en drogas; 2) baja eficacia tributaria; y 3) elevado uso del efectivo. Cuando leí ese dato, me generó un gran impacto dada la observación cotidiana en el territorio de la frontera, una región donde el contrabando, el narcotráfico, la evasión, la elusión, la informalidad laboral y empresarial están a la orden del día, ¿cuánto pesa en términos monetarios estas economías subterráneas en la región?, pero lo más importante, hasta qué punto irrigan y generan circuitos económicos no solo con la ilegalidad e informalidad, sino con la misma formalidad.
Difícil responder estas interrogantes con una cifra exacta, ya que se carece de datos fiables a nivel territorial para hacer esa estimación, lo cual no significa que dicha realidad no exista, hay un trabajo interesante del profesor Jorge Ramírez sobre la estimación subjetiva de la economía sumergida en el Departamento (concepto más global) donde la percepción de los encuestados en la frontera es muy alta, sería bueno combinar metodologías cualitativas y cuantitativas para tener una mejor aproximación. Indiscutiblemente estas actividades tienen una importancia no solamente económica, sino también encierran dilemas morales y el reconocimiento de la multicausalidad del fenómeno. Frente a lo primero, estas actividades generan ingresos y ocupación para muchas personas, que justifican dada la falta de oportunidades versus las implicancias humanas que están conexas a ellas y que limitan el desarrollo social de la región.
Por otro lado, estos fenómenos no son simplemente una representación económica, esconden aspectos de la sociedad muchos más complejos; una sumatoria de varias cosas: un circulo vicioso de desempleo, informalidad, pobreza y exclusión que son caldo de cultivo para el desarrollo de actividades de economía subterráneas; la debilidad estatal y el “dominio” de terceros para regular las relaciones sociales y aprovechar los vacíos Estatales (mafias, delincuencia organizada, grupos al margen de la ley y rent-seekers), además el Estado aparece con muchos rostros: permisivo y “tolerante” (ciego), ausente o castiga selectivamente dada su propia debilidad, aunado a la anomia social, que se explica en las conductas de los individuos que distorsionan medios y fines, o como resistencia al imperio de la “ley” subvirtiéndola o adaptándola, generando un sincretismo entre lo legal e ilegal ; y por otra parte, hay unas dinámicas históricas fronterizas que generan instituciones informales ( en el sentido de Douglass North) donde prima la costumbre, una forma de pensar y actuar que se escapa a las lógicas convencionales y que necesariamente no deben tener una connotación negativa, y son de una valía social importante.
Aunque no hay una “ruta” de qué se debe hacer para enfrentar estas complejidades, si es importante reconocerlas socialmente y no evadirlas, investigarlas y dilucidar sus relaciones e interdependencias, no limitándose a las formas económicas que adoptan, sino la urdimbre que se entreteje en las dimensiones culturales, políticas e históricas que conectan las acciones individuales y colectivas de los ciudadanos de la frontera. Esta tarea titánica exige la concurrencia de varios actores territoriales y sobre todo una apuesta de largo plazo que necesita de todos.