Lo de fantasmas en la Casa de Nariño, maloka presidencial, no es cañazo. Revivo el asunto a raíz del amago de exorcismo del que habló el famoso padre Chucho. Ante el tierrero que se formó, el recluta de Dios, olímpico y retrechero, aseguró que nunca fue llamado para tan extraños menesteres.
Un historiador recordó que el arzobispo Mosquera hizo un exorcismo cuando descubrió que su hermano el general Tomás Cipriano había traído a su amante de Cartagena para que viviera en Palacio como ama de llaves. En tiempos del presidente Samper hubo un discreto exorcismo.
Lo de los fantasmas palaciegos no es política-ficción. En sus memorias “Aquí estoy y aquí me quedo”, Samper le dedica un capítulo entero (Fantasmas en Palacio) a varios hechos insólitos ocurridos durante su mandato.
El exmandamás cuenta hechos tan raros que la conclusión es que el padre Chucho debería tener licencia para practicar en Palacio sus conocimientos de exorcista adquiridos en el cursillo que hizo en el Vaticano.
Por elegancia y migajas de estética el presidente que se quita de encima el bacalao del poder, está en la obligación de entregarle a su sucesor la tienda libre de maleficios, fantasmas y sus carnales las escuálidas brujas. Los exorcistas que también pagan arriendo sumarían algunos denarios a su cuenta.
Pero vamos al meollo del asunto. Una señora de Pereira le hizo saber a doña Jaquie, la esposa de Samper, que había cosas que no le gustaban en el despacho presidencial. Y no se refería a lo del elefante.
A espaldas del presidente, la señora vino e inspeccionó por todas partes. Finalmente, camuflado en un cojín del sofá “encontraron un billete de un dólar partido por la mitad; estaba revuelto con tierra – seguramente de cementerio, según dijo ella- y llevaba a manera de ñapa dos dientes”, se lee en la autobiografía.
En el manto de una Virgen que le había regalado (¿) la mamá de Samper hallaron también unas “garras satánicas afiladas”. La madre de Samper aclararía que nunca envió esa Virgen. ¿Cómo llegó al despacho presidencial? Señor Vargas, averígüelo.
Ya en el asfalto burocrático, de paso por Madrid, al llevar su reloj de mano al cirujano plástico del tiempo para mantenimiento, descubrieron en el tablero del aparato una estrella satánica con una inscripción que un experto español en ocultismo tradujo: “Muerte, sangre y tiempo”.
La conclusión de Samper es que le estaban haciendo brujería. Lo salvó su abuelo Wenceslao que le regaló un libro “viejo de meditaciones comunes y corrientes” con la recomendación de leerlas en momentos críticos. El nieto obedeció y adiós maleficios.
Sin duda, el abuelo materno tenía acciones en el más allá: el día de su muerte su gato, llamado “Oriol Rangel”, dormía plácidamente la siesta a su lado. De repente, el felino saltó de la cama. Don Wenceslao ya no era habitante del más acá.