No solamente en América se viven terremotos políticos por causa de la puesta en marcha de estrategias que buscan la omnipotencia y perpetuidad de los líderes para controlar las políticas interiores y exteriores.
Al otro lado del hemisferio, Vladímir Putin se prepara para conquistar la reforma constitucional que le permita prolongar los veinte años que lleva en el poder (intercambiando de cargo, de Presidente a Primer Ministro, y viceversa).
Con 67 años de vida, Putin aspira obtener más poder (al término de su mandato en 2024) mediante la renovación del Consejo de Estado, el cual pasaría de un rol consultivo a dirigir la política exterior e interior del país, mediante una maniobra rápida y efectiva, llena de incertidumbre para la oposición extraparlamentaria, y dentro de un contexto de escasa movilización ciudadana.
El paquete de reformas que llevan el nombre de ‘sufragio’ y no de referendo, se votaría en bloque durante el mes de abril e incluiría elementos sociales apetitosos para la ciudadanía, como la protección de las pensiones.
Las enmiendas constitucionales ya fueron aprobadas en primera lectura por 432 diputados de la Duma (cámara baja del Parlamento ruso) y pasarán a segunda lectura el próximo 9 de febrero.
La incertidumbre ha sido clave en la estrategia política del Kremlin en un esfuerzo por mantener el poder en un escenario distante al que pregona la propaganda rusa: La cotidianidad rusa se enmarca en una economía estancada y una ciudadanía exhausta por el descenso de la calidad de vida.
A esto hay que añadir que los intentos por diversificar la economía y potenciar la innovación, en un contexto internacional de descarbonización, chocan con una pésima y asfixiante atmósfera de negocios, en un país controlado por una oligarquía que se gestó en los 90 mediante la inclusión de la participación de empresas rusas a cambio de préstamos que el Estado era incapaz de devolver.
Rusia atraviesa por la imperiosa necesidad de alinear aspiraciones incompatibles con capacidades limitadas, que también se refleja al otro lado del hemisferio.
Este escenario, político y económico, deja pocas salidas a una Nación con un PIB modesto que no combina con el discurso de gran potencia mundial.
La salida más costosa, que es la que se está llevando a cabo actualmente, es la de aniquilar definitivamente una democracia que nunca llegó a germinar y poner en marcha un plan de compra de lealtades con regiones de alta importancia geopolítica. Putin debería marcharse en 2024. Sin embargo, si logra una unión con Bielorrusia, Abjasia y Osetia del Sur, nacería un nuevo sistema político, sin límites a la reelección del presidente, que le permitiría un margen de acción ilimitado dentro de una confederación que bien podría llamarse URSS 2.0.
El Kremlin es consciente de la caída de su favorabilidad, combinada a una economía estancada y al descenso en la natalidad del país, en un contexto de crecimiento de población musulmana, por lo que pretender la consolidación de una autocracia en las sombras, es más que coherente con la estrategia política de su líder prácticamente vitalicio.
La eficacia de esta estrategia deja una gran lección, no sólo para los líderes que están buscando poder y control absoluto, también para aquellos estrategas que sufren por un contexto difícil de poca gobernabilidad y bajos índices de gestión: Rapidez, incertidumbre y comunicación política en dosis adecuadas, son la combinación perfecta para alinear aspiraciones ilimitadas con capacidades limitadas.