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Escenario interior
Es un escenario aparentemente pequeño, compuesto de espera y paz, alinderado por cada rubor de melancolía.
Domingo, 16 de Octubre de 2016

La intimidad sana es un anticipo que el destino otorga a quien medita: es una especie de encuentro secreto consigo mismo; sólo se da si se aprende a tejer los pensamientos y se anudan en esa bonita sensación de esperanza que es la vida.

Es como una sinfonía espiritual de armonía, en la cual se escuchan aquellos sonidos de colores asidos a los sueños, como hilos dispersos que encantan la mente, se pegan a los costados del alma y generan dignidad.

Es un escenario aparentemente pequeño, compuesto de espera y paz, alinderado por cada rubor de melancolía que surge de todo ese silencio que canta a la sensibilidad y penetra, sigilosamente, para amarrarnos a la nostalgia.

Desde él se pueden engendrar las ilusiones, que vienen de una génesis maravillosa, porque son el testimonio de la bondad del corazón, de esa mirada pura al interior que se trasluce en el pensamiento y cae como si fuera una gota de destino abonando la esperanza y las aristas del recuerdo, con motivos benevolentes y las mejores ideas de libertad que intentan quitar la escarcha a los sueños, para nacer de nuevo cada día.

(Así como las burbujas de agua que cuelgan de las florecitas alegres, de las matas que se riegan con cariño y saludan el viento con una canción de aroma que se trasmite, desde la emoción de plantas mojadas, en un resplandeciente verde que bendice el horizonte. Así como se desprende el olor a café, que anuncia la luz de la mañana junto con el canto expedito de los pájaros y las nubes que se corren despacio para dar apertura al día, a la delicia del sol o de la lluvia).

De manera que es sencillo ser feliz, sólo basta esperar que, en la siguiente madrugada, la energía del universo se meta por la piel y se dibuje en la música, que es como un eco del arco iris, en un conjunto de ternura que convoca a la plenitud. Sólo basta una insinuación para dar solidez al tejido: la savia fresca de sentir que hay una huerta por cultivar para cosechar el universo, para tomar la vereda por la que corre veloz el potro colorido de la mañana.

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