Probablemente existan personas más indicadas para dedicar algunas palabras de solidaridad y condolencia a los familiares del Dr. Luis Alberto Lobo, pues nuestra amistad no era tan cercana, sin embargo, quiero dar fe de que escribo estas líneas con la mayor sinceridad y afecto posible.
Llegué a conocer a Luis Alberto cuando éramos niños. Ya he contado la historia de que a los 6 años fui a vivir a Venezuela porque mi padre era profesor universitario. Pues bien, una tarde cuando me encontraba haciendo las tareas después del colegio, mi papá llegó al apartamento con una noticia: “un amigo de Cúcuta viene a trabajar conmigo y se van a quedar con nosotros por un tiempo”.
La información venía acompañada de un escándalo producto de cuatro niños que subían corriendo las escaleras del edificio, se trataba del profesor Luis Eduardo Lobo, su esposa y sus hijos, entre los que se encontraba Luis Alberto. Aunque todavía no los conocía, la primicia me llenó de alegría, “por fin niños con quien jugar”. Empecé a llamarle como lo hacía su familia, “Beto”, y aun cuando era unos años mayor, eso no importaba mucho, nos divertíamos en la piscina, en la playa, y en los demás paseos familiares.
Como en esa época se acostumbraba que la cama de los niños se les dejaba a las visitas, tuve que mudarme al cuarto de mis padres, pero yo sufría de enuresis nocturna (orinarse en la cama), así que me colocaban un plástico sobre la colchoneta en la que dormía para que no se mojara. Cuando Beto y su hermano vieron eso se miraron asombrados y con picardía, de manera que con actitud gallarda le dije a mis papás que lo quitaran, que ya no lo necesitaba, y desde entonces la enuresis desapareció. Qué se iba a imaginar Beto que yo sería su primer paciente tratado con éxito.
Le inscribieron en mi colegio y nos agarró la temporada de primera comunión. La fiesta fue inolvidable, llena de regalos y ponqués, nos divertimos mucho y la amistad quedó plasmada en varias fotografías de la época, con nuestro corbatín y nuestras velas. Después de un tiempo se mudaron a su propia casa, pero la amistad prosiguió y les visitábamos los fines de semana, Beto era el mayor de nosotros, por lo tanto, contaba los mejores chistes y nos decía lo que teníamos que hacer en los juegos, siempre lo recuerdo riendo y alegre, actitud que se contagiaba y nos hacía carcajear. Al poco tiempo su papá decidió regresar a Cúcuta, y nos distanciamos. No volví a saber de él.
En el año 2008 durante unas vacaciones en Bucaramanga, mi papá enfermó debido a las complicaciones del tratamiento de radioterapia por un cáncer de próstata que ya había curado, estuvo hospitalizado por unas cuantas semanas, pero no pudo sobreponerse y falleció. Días después recibí una llamada del ahora Dr. Luis Alberto Lobo, - caramba que agradable sorpresa – le dije, - hola Oscar, sabes que soy urólogo y me enteré de la muerte de tu papá, lo lamento mucho – fueron sus palabras después de tanto tiempo. Estuvimos conversando por unos minutos y nos dimos los teléfonos, pero yo todavía vivía en Venezuela, así que de nuevo la distancia y las ocupaciones evitaron que nos reuniéramos.
Hace unos años nos enteramos de la muerte de su madre y como estábamos en Cúcuta acudimos a la iglesia para la misa en su honor. Las familias volvieron a reunirse y recordar viejos tiempos, seguía siendo una persona extremadamente sencilla, amable y gentil, nos invitó con mi esposa e hijas al club a tomarnos un café, pero de nuevo, el tiempo no nos alcanzó.
Es todo lo que pude conocer de él, pero debido a ese comportamiento que recuerdo, seguro debe de haber sido muy estimado y querido por colegas, pacientes y amigos. Solo me queda evocar palabras de aliento, fortaleza y serenidad a su papá, hermanos, esposa e hijos, y mantener su recuerdo vivo, en memoria del Dr. Luis Alberto Lobo, Beto.