Los drogadictos, en su desespero para poder satisfacer su vicio, acuden a cualquier actividad, así se lleven la vida de las persona que tenga alguna prenda, dinero o cualquier artículo de valor: celulares, billeteras, joyas, bicicletas y hasta motocicletas…, pero ¿“bolegancho”?
Si esto hubiera ocurrido en Estados Unidos o cualquier país desarrollado, seguro que sería motivo para pensar en una película, o por lo menos en un programa de televisión, o hasta para escribir una crónica, por lo insólito del delito.
El escenario, los alrededores del complejo histórico de la Gran Convención, donde los atracos a mano armada, la drogadicción e incluso la prostitución, se han vuelto comunes, por la frecuencia con que ocurren.
Luego de participar o presenciar una obra de teatro, en una antigua casona del barrio Villanueva, en el suroeste de la ciudad, dos mujeres y cuatro hombres se dispusieron a celebrar el éxito logrado en la actividad artística, con el licor típico y al alcance de los bolsillos pelaos de los artistas, el “bolegancho”.
Aprovechando que todavía no habían entrado en vigencia las multas contenidas en el nuevo Código de Policía, hicieron una “vaca” para reunir los doce mil pesos que cuesta el litro del licor artesanal en el cercano barrio El Tejarito, el que con ansiedad destaparon y sirvieron los seis tragos, los que fueron libados con una desesperada felicidad.
Cuando los animados celebrantes se aprestaban a “echarse al pecho” la segunda ronda de tragos, dentro de la oscuridad que reina en el histórico lugar surgieron las figuras de dos muchachos que reflejaban en sus ojos los efectos del basuco y uno de ellos con su voz nerviosa exigió que les entregaran el litro de licor.
Sin ninguna posibilidad de chistar, por el temor que produjo el brillo que se desprendió de un arma cortopunzante que portaba el atracador que tomó la iniciativa, no tuvieron más opción que entregar lo que para ellos eran en ese momento un “sello azul” y para los rufianes, simplemente un litro de aguardiente.
Después de la desagradable y extraña sorpresa, cuando regresaron a la normalidad, las expresiones de ira y risas se apoderaron de los frustrados parranderos, que además de picados por la suspensión del suministro del producto etílico derivado de la fermentación del aniz, no encontraban la manera de reunir otros doce mil pesos para comprar otro litro de “bolegancho”.
La llegada de un amigo caritativo salvó la noche, un segundo voluntario se ofreció para bajar las empinadas calles hasta donde expenden el licor de los pobres, tanto de edad, como de bolsillo.
Para evitar un segundo atraco, se desplazaron hacia un sitio más central e iluminado, el Parque 29 de Mayo. En una banca , diagonal a la catedral de Santa Ana, los tragos inspiraron a las víctimas del atraco a improvisar chistes y dramatizaciones sobre el susto que les dieron los dos muchachos con un simple pedazo de tijera.
¿Cuál sería la reacción de los atracadores cuando se dieron cuenta que su botín era simplemente un litro de “ bolegancho”? ¿Lo reventarían contra el piso? ¿Lo degustarían?
Lo ocurrido en los contornos de la frustrada Gran Convención ha alertado a los bolegancheros de Tacaloa, Jesús Cautivo, La Costa, y otros barrios de la ciudad, a tomar medidas de seguridad, para evitar que los atracadores los despojen de su preciado licor.
Que desde una moto atraquen al alguien para quitarle un litro de Sello Azul, Old Par, Buchanans , u otro licor fino, puede que ocurra, pero “bolegancho” ¿, y por supuesto, ¡solo ocurre en Ocaña!
Para Juan Carlos Manzano y Flaminio Molina, director de teatro y cantautor, respectivamente, de esta ciudad, hay un tema especial para montar una obra o para componer una canción sobre …”el robo del bolegancho” y no con la fantasía inicial de llevarlo a Hollywood.