Me alejo del tema del voto, pues estoy seguro de que ganará el Sí. Me preocupa que entre la abstención y el No, quede el 75 % del país, como lo dijo Ordóñez en su primera entrevista como exprocurador. Me alejo del voto, digo, pero me acerco al tema del dinero, del constante y sonante.
Nadie ha hecho cuentas de cuánto, de verdad, nos va a costar la implementación de los acuerdos en La Habana. Algunos hablan de 200 billones, y dicen que el costo de la guerra –que ya no habrá— se trasladará a la paz. No es cierto. La guerra en Colombia mermará, qué duda cabe, pero no se acaba con la firma en Cartagena, ni con la votación popular del 2 de octubre. Aún quedan las Bacrim, el ELN, el Cartel del Golfo, los de acá y los del allá. A esos angelitos tocará seguir combatiéndolos, bombardeándolos. Eso vale. Y mucho.
Hago un parangón de la implementación de los acuerdos de La Habana con la implementación del sistema penal oral acusatorio: Hacia inicios del siglo, cuando se debatía la implementación del sistema oral, solo una persona, el entonces defensor del Pueblo, José Fernando Castro Caycedo, puso el dedo en la llaga, mejor dicho en el costo.
En un foro en la Universidad de Los Andes, en el que se debatió sobre el sistema oral, fue el único que dijo que nunca se había dicho cuanto costaba la implementación. Y que todo el dinero que se calculaba sería insuficiente. Unos quince años después se puede decir que él tenía toda la razón. El sistema da tumbos entre malas decisiones y falta de dinero. Si no me creen miren el informe de la Contraloría General de la semana pasada.
Vuelvo a la paz: Nadie ha dicho el valor de la implementación de los acuerdos. Tampoco nos han dicho de dónde saldrá el dinero. Sabemos que cuando empezaron las negociaciones, el crudo estaba por los cien dólares por barril, y ahora el que está crudo es el panorama económico.
No quiero significar que el valor de los acuerdos no sea histórico. Lo son. Pero a esto hay que meterle cabeza fría y ser realistas. Muy realistas: Colombia ya no es boyante y ahora es cuando más se necesitaría tener la billetera gruesa. La sola puesta en marcha del famoso tribunal especial de Paz, con casi cincuenta magistrados, hará que esto valga mucho.
Tampoco quiero decir que no haya valido la pena esta intrépida hazaña, lo que digo es que para que valga más la pena, alguien nos tiene que decir cuánto vale.
Quizá estamos como los niños, engolosinados y en víspera de la Navidad. Ojalá no nos pase que llegue el papá, bravucón y nos diga: “Niños, el dinero no crece en los árboles”.
* Abogado penalistas, experto en procesos financieros.