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Democracia y partidos sólidos
Para muchos, el Estado es simplemente un empleador más.
Lunes, 27 de Diciembre de 2021

La democracia en Colombia siempre ha sido vista y vivida como una realidad frágil, de alguna manera externa a la vida corriente y diaria del país y de sus habitantes, que despierta de su letargo en tiempos electorales generalmente en medio de una mezcla de escepticismo - “de la política no se debe esperar nada y los políticos son lo mismo” -. Pero eso sí, se mantiene como tema de conversación cotidiana junto con el futbol y la queja teñida de fatalismo por la situación del país.

La vivencia de la política aún en épocas donde ser de uno u otro partido podía tener consecuencias e implicar riesgos, como durante los años de la violencia bipartidista, no alteraba las condiciones y expectativas ciudadanas sobre ella, por la sencilla razón de que dadas las condiciones e historia del país, no hemos tenido un Estado fuerte y presente en la vida nacional, como sí sucede en los otros países latinoamericanos - de Argentina y Brasil, de México y Costa Rica -. Y esto como sucede en las familias sin una figura paterna supuestamente protectora, ha hecho de los colombianos unos rebuscadores consumados de sus vidas y progreso. Del Estado poco o nada se espera; por ello, la política a través de la cual el ciudadano interactúa con él, es igualmente débil y hasta secundaria en la cotidianidad ciudadana. El colombiano promedio vive al margen del acontecer político, sumido en su mundo, su familia, sus problemas. No estoy diciendo que esto sea el ideal, es simplemente la realidad. Para muchos, el Estado es simplemente un empleador más.

Los constituyentes del 91 bajo el postulado de que la nueva constitución fuera la carta de la paz que cerrara medio siglo de violencia, tuvieron clara la necesidad de ampliar el escenario de la democracia limitado por los acuerdos del Frente Nacional y la supuesta camisa de fuerza del bipartidismo. La solución fue simplificar las condiciones para la organización y el ejercicio de la política a la hora de formar partidos. Se rompió el esquema partidista vigente, abriéndole el camino a su proliferación con el propósito de romper el embudo bipartidista. En los años siguientes llegaron a existir más de veinte organizaciones políticas reconocidas por el Consejo Electoral.

Proliferaron entonces las organizaciones de garaje, con fines puramente electorales de sus auspiciosos fundadores, buscando para ello aprovecharse de recursos públicos crecientes que supuestamente desterrarían la presencia de dineros privados, legales o criminales pero que comparten el propósito de tener elegidos al servicio de sus intereses. Nacen los candidatos avalados por firmas ciudadanas en donde no se expresa el apoyo popular sino la chequera que respalda el nuevo negocio de conseguirles, sin distingos, firmas a candidatos.

Con los cambios de la política nacidos de la Constitución del 91, el remedio resultó peor que la enfermedad, como se ve en la actual coyuntura electoral. Hoy la primera tarea de transformación de la realidad de un país descuadernado, para rescatar feliz expresión de Carlos Lleras de hace medio siglo y que mantiene su vigencia, es la de la política. El tiempo se agota y estamos ya en campaña electoral.

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