Estando en lados opuestos del planeta Ucrania y Taiwán comparten la misma fatalidad: ser deseados por una superpotencia nuclear fronteriza, autoritaria y expansionista. Ambos son democracias pro occidentales y poseen recursos naturales y tecnológicos únicos. Desde la tragedia atómica de Chernóbil, hace casi veintiséis años, ni Europa ni el mundo se ocuparon mucho de Ucrania a pesar de estar presentes factores importantes relacionados con la geopolítica global y de tener una historia de abusos rusos.
Fue durante la URSS la más importante economía del Bloque al producir una de cada cuatro toneladas de los alimentos soviéticos; contribuye a abastecer la demanda mundial de trigo, maíz, papa, azúcar de remolacha, cebada, soya y colza; sus fértiles suelos producen para Europa tomate, zanahoria, calabaza, manzana y repollo. Exporta aceite de girasol, miel, pollo, leche, carne de res y cerdo.
Aunque ha sido inestable y su PIB hoy es menor que el nuestro por cuenta de las crisis de 2008 y de 2014 que la afectaron gravemente, sus niveles de pobreza son más bajos y el desempleo viene bordeando un envidiable 3%.
El comercio exterior está por encima de los cien mil millones de dólares y es bastante diversificado en cuanto destinos y orígenes. Ucrania mantiene reservas de petróleo, carbón y gas, amén de yacimientos abundantes de minerales como hierro, aluminio, manganeso y titanio. Las tierras raras, cruciales para turbinas, carros electrónicos, pantallas, robots y baterías, tienen yacimientos trascendentes para Europa y Rusia: litio, tantalio, berilio, itrio, entre otros. Lo que pasa es que para explotarlos solo hay dos maneras: con China, Rusia y sus empresas estatales o pertenecientes a la plutocracia, o con inversión privada occidental.
Hay que tomar partido. Y Ucrania después de la caída del gobierno prorruso en 2013, fruto de las protestas Euromaid, lo tomó: modernizó sus FF.AA. en cooperación con OTAN, sin volverse miembro, y firmó un TLC con la Unión Europea. Rusia invade Crimea en 2014 y a pesar de tratados y ceses al fuego, ahora invade Ucrania en febrero de 2022 y reconoce la independencia, prorrusa, de dos territorios al este. Odios históricos e intereses económicos, políticos, étnicos y militares de EE. UU., Rusia, China y Europa rodean estas decisiones.
En Taiwán la tesis de una sola China se afianza. Ya Hong Kong y Macao prácticamente han perdido su independencia o al menos su “una China y dos sistemas” preconizada por Deng Xiaoping. Situada a solo 180 kilómetros al oriente de la costa china, la isla taiwanesa recibió el descreme comunista de Mao en el continente y luego una segunda oleada durante la revolución cultural; así se hizo a importantes capitales, científicos, empresarios, artistas y militares, afectados u opuestos al autoritarismo. Desarrolló una democracia liberal occidental, hizo alianza con EE. UU. y entró an la pelea, con apoyo de EE. UU. y Japón, por la libertad de navegación en las aguas internacionales del Mar de China y de sus estrechos, vitales para el abastecimiento global como lo ha comprobado la reciente crisis de transporte y logística principalmente en el Pacífico.
Taiwán se ha especializado en manufactura oligopólica de microchips de avanzada tecnología de la cual dependen por ejemplo celulares, computadores y carros de Apple, General Motors, Toyota, Tesla y Mercedes Benz, así como redes electrónicas de defensa en EEUU, Japón, Australia y la OTAN. La mayor empresa productora de chips, Taiwán Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), invertirá la bicoca de cien mil millones de dólares en los próximos tres años para expandirse en Arizona, y en la propia China y para desarrollar nuevos productos. La isla genera tensiones en el Pacífico, tan peligrosas como las de Europa. China la quiere para sus intereses. Occidente no la quiere perder.
Moraleja colombiana: si no somos conscientes de lo que somos y de lo que tenemos, otros lo serán y decidirán por nosotros.