Semanas atrás, con ocasión de la deposición del presidente Pedro Castillo por el Congreso de Perú, hablamos del lenguaje comedido que debe usar un gobernante tanto en lo interno como en lo externo. Muchos gobernantes han sido prudentes en sus declaraciones con gran sentido democrático, otros hicieron afirmaciones de gallero y no de estadista, y a pesar de llamados de atención de otros gobiernos persistieron en su criterio irreflexivo. ¿También se debe guardar compostura en lo interno?
Desde luego que sí. Recuerdo muy bien las recriminaciones y el palo que un periódico bogotano le dio en su momento al entonces presidente Alfonso López Michelsen porque en un discurso de plaza pública nos llamó “Mis súbditos”. De pronto por eso que se denomina flema inglesa, a la que es - o era - tan dada la casa López.
Ahora se acaba de presentar otro caso que enlaza perfectamente con lo anterior. Minsk es la capital de Bielorrusia donde se firmó el 5 de septiembre de 2014 el famoso Acuerdo de Minsk para poner fin a la guerra en el este de Ucrania, o por lo menos para detener acciones bélicas. Fue firmado por la Federación Rusa, Ucrania y la Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa (OSCE).
Un buen ejemplo de lo que, concretamente, puede hacer un gobernante en ejercicio o ya retirado, respecto a opiniones políticas, nos lo acaba de entregar la excanciller alemana Angela Merkel, que en el libro “Ángela Merkel, Crónica de una era”, la autora nos la presenta como una señora “amable y reservada”. Como canciller promovió cuidadosa y pertinazmente la suscripción del célebre Protocolo de Minsk para buscar la paz en la citada región, lo cual está bien, y en días pasados, ya como excanciller, en declaraciones a un medio italiano manifestó que “Los Acuerdos de Minsk de 2014 fueron un intento de darle tiempo a Ucrania”. Y agrega que “Todos sabíamos que era un conflicto congelado, que el problema no estaba resuelto, pero fue precisamente eso lo que le dio a Ucrania un tiempo precioso”.
Merkel puede expresarse así porque ya está libre de ataduras burocráticas. En fin, los Acuerdos de Minsk fueron una trampa contra Moscú para dar tiempo a Ucrania para armarse y para entregar recursos a la OTAN para apoyar al país invadido. Tanto, que el primer sorprendido con la estrategia ha sido el señor Vladimir Putin, quien solo alcanzó a expresar que “es decepcionante. Francamente hablando no esperaba oír esto de la excanciller”.
Volvemos a lo mismo. Como excanciller pudo haberlo esperado, de pronto como canciller, no. Vladimir Putin se ha llevado la sorpresa de su vida, se ha convertido en el mayor proveedor de armas a los ucranianos y estos han “capturado” armamento avanzado que los ingenieros occidentales desvalijarán para obtener los secretos rusos.