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Colombia insólita
Para tomar cierta distancia de la actual coyuntura, pero sin abandonar el tema, quiero comentar algunos resultados de un reciente estudio del Dane.
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Domingo, 19 de Junio de 2022

Hace años circuló entre los funcionarios y técnicos extranjeros vinculados con Colombia, la anécdota de un investigador que adelantaba un estudio comparativo de procesos políticos en varios países latinoamericanos, incluido Colombia; el estudio avanzaba bien e iba identificando patrones de comportamiento hasta que llegó a nuestro país y su atipicidad, la de una Colombia insólita, que contradijo la teoría que el investigador venía construyendo cuidadosamente. Recuerdo esta anécdota cuando trato de entender la realidad, no solo política, que vivimos en estas vísperas de unas elecciones, en medio de una Colombia sumida en una insatisfacción generalizada que desemboca en pura y simple rabia. Estas elecciones serán un punto de quiebre con décadas de una vieja política, tanto de “izquierda” como de “derecha”.

Para tomar cierta distancia de la actual coyuntura, pero sin abandonar el tema, quiero comentar algunos resultados de un reciente estudio del Dane sobre orientación política de los colombianos, repartidos en tres grandes tendencias, más amplias que las tradicionales adscripciones partidistas -izquierda, centro y conservador-. Lo primero que salta a la vista es que el 45% de los colombianos se consideran de centro, el 18% conservadores (de “derecha”) y el 15% de izquierda. Es una distribución que se corresponde con la existente en otros países. Más que opciones ideológicas, hoy tan presentes en nuestro empobrecido discurso político, lo que expresan son talantes, posiciones ante la vida que aunque se alimentan de elementos externos a la persona  -familiar, de clase o región-, tienen un indudable componente individual; es bien frecuente encontrar miembros de una misma familia con talante y opciones políticas diferentes y hasta contrapuestos.

En el corazón de esa realidad está el proceso de la vida que es constitutivo del armazón de la Historia que aunque una, va conociendo a través de los tiempos diferentes lecturas o interpretaciones. En estos tiempos imperan relatos con olor a posmodernidad, de “la extraña levedad de lo existente”, que reivindican a todo costo el derecho a la diferencia, llegando a subvalorar e inclusive atacar lo que es común, lo que se comparte, lo que une por encima de esas diferencias; pretensión de unidad que se asume escondería el propósito de imponerse, de dominar al diferente.

Hay en la encuesta dos datos coyunturales, sobre el presente que se vive en el país, que son importantes para entenderlo, para descifrarlo en medio de la confusión y la emocionalidad imperante. Algo más de la mitad de los colombianos, el 52%, hoy se declaran insatisfechos con la democracia, terreno fértil para discursos radicales de derecha e izquierda de líderes carismáticos y con aires mesiánicos, que a muchos les da la seguridad que reclaman y a los cuales nuestra muy imperfecta democracia no les da respuesta; una democracia asentada en una política capturada por políticos y partidos que han prostituido su razón de ser y desvalorizado su palabra; acorralados por propuestas reiteradamente incumplidas, encerrados en sus pequeños intereses y de espaldas al reclamo ciudadano.

El segundo dato de la encuesta que es pertinente para ayudar a comprender el momento presente, es que el 30% de la creciente clase media se encuentra en una situación de vulnerabilidad; una clase social dinámica que en un alto porcentaje está en formación, siendo por ello mismo vulnerable a las condiciones que ha vivido el país, agravadas en los últimos años. El resultado es una situación de zozobra y un sentimiento de abandono con alto impacto político de rechazo a lo existente y de necesidad de un cambio, tal vez indefinido pero fuertemente reclamado. Estas realidades son las que urgen un cambio a fondo de la política; no un simple ajuste sino su redefinición, para que sea la política de la transformación de Colombia, acorde con los desafíos y posibilidades de los tiempos que vivimos y no presa del afán nostálgico de darle nueva vida a una vieja política que el proceso de la sociedad está dejando a la vera del camino por donde avanza nuestra historia.

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