En esta oportunidad no voy a referirme a temas que generan controversia y hasta cierto tipo de riesgos personales, por ejemplo, al polémico evento social que se realizó dentro del Complejo Histórico de San Francisco, el fin de semana pasado, o la posible muerte del jefe guerrillero, “Megateo”.
Por ahora, pretendo alejarme de casos que generan rechazo, malestar y hasta impotencia, y me dedicaré a relatar episodios que provocan nostalgia y tranquilidad interior, y que posiblemente nos acercan al concepto de felicidad, libertad y paraíso.
Durante el pasado puente festivo, aceptando la cordial invitación del gerente local de Rumba Estéreo, Aliro Angarita Torres, junto a mi esposa emprendí un inolvidable paseo a una finca ubicada en el corregimiento de Los Ángeles, compresión del municipio vecino de Río de Oro, Cesar.
La buseta que transportaba al personal de la emisora de RCN, recorrió en un término de tres horas, un tramo de la carretera que comunica a Ocaña con la Costa Caribe y el interior del país, en el trayecto conocido como Sanín Villa, y luego se desvió por el sitio conocido como Platanal, para atravesar una vía destapada, rodeada de numerosas fincas ganaderas.
Hacía más de cuarenta años que no realizaba ese recorrido, que en tiempos juveniles, me había permitido frecuentar la hacienda de un amigo, en la que compartimos jornadas inolvidables de bohemia .
Para “alimentar” más las evocaciones y provocar tristezas, las quebradas caudalosas que se encontraban cerca de la vereda Montesitos y del corregimiento de Los Ángeles, hoy apenas son delgados riachuelos, que a duras penas sobreviven a la deforestación.
La observación constante del paisaje sabanero, repetía las escenas de las aventuras que irresponsablemente se protagonizaron cuando también tuvimos veinte años, montando a caballo sobre las trochas pedregosas, en complicidad con la oscuridad de las noches, a buscar los licores que posibilitaran las veladas amenizadas con guitarras y cantando las baladas famosas de la época.
La entusiasta comitiva radial, en medio de brincos y calor arribó a su destino. Una casa grande rodeada por un bosque natural, con piletas surtidas por el agua fría que baja de las montañas aledañas al vecino corregimiento de Pueblo Nuevo, de nuestro municipio.
Las incomodidades de un viaje de tres horas, por un carreteable con muchas irregularidades topográficas, fueron recompensadas con las excelentes atenciones brindadas por los anfitriones y vecinos.
Los excursionistas, adultos y niños, nos refrescamos constantemente con el agua fresca que se almacenaba en las pequeñas piscinas. Las tertulias improvisadas en los corredores de la casa campestre fueron reforzadas por sus habitantes y hacendados cercanos, al ritmo de los vallenatos que amplificaba un equipo de sonido y las libaciones de licores importados.
El paisaje de pie de monte, con bosques nativos, con una quebrada con agua abundante, el aire que baja de la cordillera, la calidad humana de la gente, más el banquete preparado, con un carnero guisado, yuca y pepitoria, nos hicieron creer que si es cierto que exista el paraíso, aunque sea por poco tiempo.
Lejos de la inseguridad, del estrés que genera la “superpoblación” de motos y carros, de la indisciplina social, y de la ingobernabilidad, que bueno, que de vez en cuando nos ausentemos para comprobar y admirar, que en nuestra región, cerca de las montañas todavía hay mucha vegetación, animales silvestres y gente buena; es decir, una aproximación al edén.