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Cerca del Edén
Hacía  más  de  cuarenta  años  que  no  realizaba  ese  recorrido,  desde tiempos juveniles.
Miércoles, 19 de Agosto de 2015

En  esta  oportunidad no voy  a  referirme a  temas  que  generan controversia y  hasta  cierto  tipo de riesgos personales, por  ejemplo, al  polémico  evento social que se realizó dentro  del Complejo Histórico de  San  Francisco, el  fin  de semana pasado, o la posible  muerte del jefe  guerrillero, “Megateo”.

Por ahora, pretendo alejarme de casos  que  generan rechazo, malestar y hasta impotencia,  y me dedicaré a relatar episodios que provocan  nostalgia y tranquilidad interior, y que posiblemente nos acercan al concepto de felicidad,  libertad y paraíso.

Durante el pasado puente festivo, aceptando la cordial invitación del gerente local  de Rumba Estéreo, Aliro  Angarita Torres, junto  a  mi  esposa emprendí un inolvidable  paseo a una finca ubicada en el corregimiento de Los  Ángeles,  compresión  del  municipio vecino  de Río  de Oro, Cesar.

La buseta que transportaba al personal de la  emisora de  RCN, recorrió en  un  término  de  tres  horas, un  tramo de la  carretera que comunica  a  Ocaña  con la  Costa  Caribe  y  el  interior  del  país,  en  el  trayecto   conocido  como  Sanín  Villa,  y  luego  se  desvió por  el  sitio  conocido  como  Platanal, para  atravesar  una vía  destapada,  rodeada  de numerosas  fincas  ganaderas.

Hacía  más  de  cuarenta  años  que  no  realizaba  ese  recorrido,  que en  tiempos   juveniles,  me  había  permitido frecuentar la  hacienda  de un  amigo,  en  la  que  compartimos  jornadas  inolvidables   de  bohemia .

Para  “alimentar” más  las  evocaciones y provocar  tristezas, las  quebradas  caudalosas que  se  encontraban  cerca  de  la  vereda  Montesitos y  del  corregimiento de  Los  Ángeles, hoy  apenas  son delgados  riachuelos,  que  a  duras  penas  sobreviven  a  la  deforestación.

La  observación  constante  del  paisaje  sabanero, repetía las  escenas  de  las  aventuras  que irresponsablemente se  protagonizaron  cuando también  tuvimos veinte  años, montando  a  caballo sobre las  trochas  pedregosas,  en  complicidad  con  la  oscuridad  de  las  noches,  a  buscar los  licores que  posibilitaran las  veladas  amenizadas con  guitarras y cantando  las  baladas  famosas  de  la  época.

La  entusiasta   comitiva  radial,  en  medio  de brincos  y calor  arribó a  su  destino. Una  casa grande rodeada por un  bosque  natural,  con  piletas surtidas  por  el  agua  fría que  baja  de  las  montañas aledañas  al  vecino  corregimiento  de  Pueblo  Nuevo,  de  nuestro  municipio.

Las  incomodidades de  un  viaje  de  tres  horas,  por  un  carreteable con  muchas  irregularidades topográficas,  fueron  recompensadas  con las  excelentes   atenciones  brindadas  por  los anfitriones y  vecinos.

Los  excursionistas, adultos  y  niños, nos  refrescamos constantemente  con  el  agua  fresca que se  almacenaba en las  pequeñas  piscinas. Las  tertulias improvisadas en  los  corredores  de  la  casa  campestre  fueron   reforzadas por  sus  habitantes  y hacendados  cercanos, al  ritmo de los  vallenatos que amplificaba  un  equipo  de  sonido y las  libaciones de licores  importados.

El  paisaje   de  pie  de  monte, con  bosques  nativos, con una  quebrada con  agua  abundante,  el  aire que  baja  de la cordillera,  la  calidad  humana  de  la  gente,  más  el  banquete preparado, con un  carnero  guisado, yuca y pepitoria, nos  hicieron creer que  si  es  cierto  que  exista  el  paraíso,  aunque  sea  por  poco  tiempo.  

Lejos  de la  inseguridad, del  estrés  que  genera la  “superpoblación”  de  motos  y  carros, de  la  indisciplina  social,  y  de  la  ingobernabilidad,  que  bueno,  que  de  vez  en  cuando nos  ausentemos  para comprobar  y  admirar,  que  en  nuestra  región,  cerca  de  las  montañas  todavía hay  mucha  vegetación,  animales  silvestres  y  gente  buena; es  decir, una  aproximación  al  edén.          

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