Las inmensas emociones y el orgullo patrio que despertaron nuestros deportistas en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, y hace pocos días, en la Vuelta a España, nos obligan a reflexionar sobre lo que ocurre en nuestra región, es decir, la antigua provincia de Ocaña, y en general, la zona del Catatumbo.
Cuando hice mi debut como maestro de escuela, en el municipio de Hacarí, en febrero de 1974, quedé sorprendido por la dedicación y disciplina de varios muchachos del Colegio San Miguel, que todas las mañanas salían a trotar hasta un largo tramo de la carretera que conduce a esta ciudad.
De ellos, algunos se destacaron en las pruebas de fondo que se realizaron y hasta participaron en los planos departamental y nacional.
En ese tiempo, Hacarí era un pueblo tranquilo, dominado por los gamonales conservadores y con ciertas limitaciones en servicios públicos, pero salvo casos excepcionales, la gente convivía de manera armoniosa.
En el municipio de Convención, antes de ser blanco de los ataques reiterativos por la subversión, sus colegiales sobresalían en baloncesto y eran respetados y admirados en Norte de Santander.
Esos eran solo los referentes deportivos que habían en los municipios vecinos, que posteriormente fueron sitiados y martirizados por la violencia. Si los tiempos no se hubiesen transformado de manera negativa para los niños y muchachos de esta parte de Colombia, y por el contrario, el Estado hubiera respondido con escenarios e instructores deportivos, en cambio de los muertos y el abandono, cuántas medallas olímpicas o trofeos en certámenes internacionales habríamos cosechado?
Cuántos de esos guerrilleros y paramilitares se hubieran evitado, o cuántos no hubieran muerto en un conflicto que nunca entendieron, ni supieron sus orígenes .
Después de tanta sangre derramada y de tantas lágrimas que brotaron de las viudas o de las madres inconsolables, ya es hora de darle rienda suelta a las esperanzas, a las posibilidades de un anhelado final.
No cuesta nada con soñar que algún día, los hijos de los campesinos tengan la oportunidad de culminar sus estudios de secundaria y de ingresar a la universidad, para que se formen como los dirigentes pulcros que tanto necesitan sus municipios y el país entero.
Embriagado de optimismo , me imagino a esta región colombiana comunicada por buenas carreteras, con hospitales , por lo menos de un primer nivel, con mega colegios, con los campos reverdecidos no por la coca sino de productos de pancoger y otros de exportación, con ganadería intensiva y con minería explotada sin chocar con el medio ambiente.
Ojalá que las duras pesadillas, que se convirtieron en realidades desoladoras, desaparezcan para siempre, y el futuro no muy lejano, nos depare brillantes deportistas y destacados artistas, porque muchos expertos afirman que acá existe una gran cantera de músicos, pintores, escritores, poetas, y de muchos artistas más.
Si el optimismo a que tenemos derecho, se consolida en los próximos años, por fin podríamos exclamar: ¡no más fusiles, pero sí muchas medallas y trofeos!