En política el cómo es tan importante como el qué. No basta con tomar decisiones correctas; en democracia, hay que legitimarlas. La guerra de Ucrania probó que en las autocracias los “hombres fuertes” deciden a su capricho, preocupándose por mover a la opinión con actos que, disfrazados de nacionalismo o de reivindicación histórica, le toquen el corazón y prolonguen su permanencia en el poder. Lo que pasa es que casi nunca los autócratas se han salido con la suya.
Además de raramente morir por causas naturales, siempre la historia los juzga duro y su final arruina a las naciones que los aplaudieron al inicio y los padecieron después. Putin, con la razón histórica de retomar territorio que una vez fuera del Imperio del Zar, considerándola popular y conveniente para alargar su presencia en el Kremlin, decidió atacar con saña y mercenarios, bombardear casas y hospitales, poner en peligro radiactivo a Europa con el ataque a la planta nuclear más grande del continente y amenazar con pulsar el botón atómico para desencadenar una guerra global.
Las sanciones económicas impuestas por Occidente han minado la estabilidad del líder ruso; han desplomado el rublo y paralizado los mercados de valores; el comercio exterior se ve afectado por talanqueras cada vez más altas y generalizadas; el deporte mundial ha expulsado a Putin y a los equipos deportivos rusos de cuanta asociación o evento puedan imaginarse, judo hasta fútbol; y los “oligarcas” rusos están sin yates, viejas, viajes, y cuentas en euros y dólares.
El setenta por ciento de los activos del Banco Central están congelados, se avanza sobre el otro treinta y el crédito internacional se cerró para el oso invasor. Esto se suma a una dura resistencia de Ucraniana que ha descubierto un nuevo y serio Zelensky con una primera dama férrea y que muestra unos jóvenes dispuestos a morir por su patria; también me ha sorprendido la solidaridad de los ciudadanos de otros países, quienes por miles quisieran irse a Kiev a defenderla.
Esta falta de legitimidad interna e internacional para justificar su invasión, sanciones insufribles, demora y alto costo en la victoria militar, podrían llevar al fracaso a Putin muy rápido. Aunque no de esta envergadura, don Vladimir había tomado decisiones parecidas en Chechenia, Crimea, Georgia y en el tratamiento de los atentados terroristas que asolaron a Rusia hace unos años; y le habían funcionado: su popularidad subió apoyada en la velocidad y la manipulación experta de un agente de la KGB. Terminará mal no hay duda, pero aislado es muy peligroso y queda en manos de China.
Duque visitó por fin a Biden, según los medios menos de una horita, en un ambiente de infidelidad, dadas las conversaciones de altos funcionarios de EEUU con Maduro y su combo, sin que nos enteráramos antes. La visita podría haber salido mal, pero salió bien. Se tomaron la foto, nos regalaron vacunas anti-COVID y para celebrar los doscientos años de relaciones diplomáticas bilaterales, nos notificaron que habían tomado la decisión de considerarnos aliados principales extra-OTAN de los EEUU, MNNA en inglés. El senador Menéndez lo había propuesto hace unas semanas. Argentina y Brasil son los otros dos en Latinoamérica. Que de esa alianza estratégica se deriven más inversión y más comercio, está por verse. Pero sí nos permite un respiro de seguridad frente a Venezuela. Hubiera sido mejor si esta decisión, correcta, se hubiera tomado no entre dos o tres iluminados, sino con una presentación al país, al Congreso o a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores hecha para apoyar al Presidente en su política exterior, de la cual es único director. Estaríamos así más tranquilos sin riesgo de que este paso estratégico lo rechace el próximo gobierno.
Toda política exterior es política doméstica, dicen. Consensuar la política exterior o perder la oportunidad para ejercer en la región liderazgo democrático y seguro, esa es la cuestión.