La locura colectiva de aquel día ya se venía fraguando desde bien temprano. Solo con encender la televisión en el noticiero matutino de Antena 3, y a tan solo unos pocos minutos de comenzar a preparar el desayuno, era posible intuir el efecto rompedor de las olas colosales de aquel tsunami musical que asaltaba las costas españolas por sorpresa entrada la madrugada. En un país con una frenética actualidad altamente cambiante y múltiples frentes de discusión constantemente abiertos como lo es España, que la nueva Sesión Vol. 53 de Shakira con Bizarrap constituyera un hecho de tal notoriedad como para abrir los titulares de todos los telediarios, cuando ni siquiera el sol se había levantado en Madrid, era una hazaña, cuanto menos, digna de ser reseñada.
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Tras escucharla un par de veces en bucle con mi novia antes de sacar al perro y emitir nuestra sentencia inapelable sobre su innegable naturaleza de petardazo llenapistas, salí a la cotidianidad de mi jornada con el rezago anecdótico de aquel despertar algo peculiar solo para darme de frente con la comprobación empírica del inesperado y sobrevenido éxito de esta melodía: nadie en el transporte público parecía ser indiferente a ella. Todos inmersos en sus pantallas compartían aquella experiencia conjunta de cotilleo nacional arropados por el mutismo cómplice que se esconde entre lo dramático y lo morboso. Algunos tratando de bucear sin ahogarse entre el flujo caudaloso de memes, otros riendo por lo bajo con las sospechosamente espontáneas reacciones de tal o cual influencer y, los más entusiastas, diseccionando en profundidad las referencias ocultas de sus letras, como si de ello dependiera el resolver un intrincado crimen pasional.
En la oficina el suspense continuaba con susurros por lo bajo que, entre cubículo y cubículo, traficaban opiniones a favor y en contra. Unas justificaban tan apoteósico recibimiento en el mercado apelando a la inmortalidad de las historias de traición que al ser tan humanas como cercanas consiguen perdurar en nuestra narrativa global durante siglos, mientras otras con menos romanticismo lírico echaban mano de la aritmética básica para explicar el contexto social en el que florecieron los acordes de Bizarrap. Que si era porque a la gente le caía mal, que si era por ser del Barça, que si era por ser catalán. Ya para la hora del almuerzo, y al igual que media península, hasta mi jefe tenía un meditado dictamen listo para ser proferido.
Caminando de vuelta a casa por la calle Alcalá escucho el pegajoso estribillo que sale de las profundidades de una óptica y más delante de cualquier herbolario. Entonces, más allá de las discusiones metafísicas que se darían en todos los medios de comunicación sobre su aporte al feminismo, los efectos colaterales del revanchismo o la lectura psicológica de sus rimas, soy consciente de que, analizándolo a un nivel meramente musical, en la historia reciente de España no habíamos vivido nada parecido ni siquiera con la mismísima Rosalía. Aquel jueves no hubo guerra, inflación ni crisis económica, solo un leve tufillo a vendetta que se cernió sobre España entera.
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