No se saben exactamente las causas de la desaparición de una de las tradiciones más importantes de los carnavales de la ciudad… las corridas de toros.
En la cancha de fútbol, La Primavera, a finales de cada año comenzaba la construcción del ruedo, un circo de madera que se levantaba en el centro del escenario deportivo, de casi diez metros de diámetro y que en la parte superior tenía el palco, es decir los asientos que eran ocupados por las personas pudientes, las que estaban en condiciones de pagar las costosas entradas.
Aunque de tamaño más pequeño, los encerrados eran parecidos a los que se hacían en Montería y Sincelejo, a base de madera, alambre y clavos.
Los toreros contratados, eran principiantes, y por supuesto ninguno de gran cartel, y ni soñar que fueran españoles.
Los animales utilizados para la lidia eran vacas o novillos bastos, ninguno de raza, traídos de las fincas del sur del Cesar, y solo se usaban las banderillas, de manera que no habían estocadas.
Como en las grandes corralejas de los departamentos sabaneros, la banda municipal amenizaba las corridas, y el último día, el seis de enero, una de las vacas o novillos, eran manteadas por los vaqueros o aficionados, que en la mayoría de los casos resultaban aporreados o corneados mortalmente.
Un pesero convertido luego en ganadero, Julio “El Chulo”, era el más aplaudido durante las faenas por la forma elegante y hábil como usaba su “muleta”.
El cerro localizado al oriente, era ocupado en su totalidad por las personas que acudían de los barrios populares . Muchos se divertían con la tauromaquia gratuita, y otros se dedicaban a echarse maicena.
Alrededor del circo, los jinetes cabalgaban sin cesar , haciendo demostraciones de pericia, sobre sus corceles de buen paso, y de precios inalcanzables para la gente común.
En el resto de la cancha, abundaban los conjuntos vallenatos, y por familias o amigos de los barrios, bailaban, consumían licor y jugaban carnaval.
Era impresionante la nube blanca que se levantaba sobre el cerro y el ambiente multicolor de los vestidos de los celebrantes, hombres y mujeres, adolescentes y niños.
En los terrenos sobre la calle que conduce al barrio Buenos Aires, donde actualmente funcionan los colegios Técnico Industrial y Agustina Ferro, los pocos automotores que existían en la época se estacionaban en el sendero cubierto por el pasto.
El famoso carro de Rito Velásquez, que transportaba a su esposa e hijos y allegados , mientras que los adultos disfrutaban de la carnestolenda, algunos chiquillos inquietos se creyeron conductores y pusieron a rodar el histórico vehículo, pero afortunadamente fue controlado por su furioso dueño.
Eran incontables las filas de personas que bajaban al cerro de La Primavera, desde los barrios La Piñuela, El Palomar y Cristo Rey, y que al esconderse el sol, regresaban a sus lugares de origen , cansados, satisfechos y hasta ebrias.
Como ocurrió en Montería, un seis de enero de comienzo de la década de los sesentas, el palco se desplomó y varios de sus ocupantes murieron por las heridas que recibieron de los clavos y pedazos de madera , entre los afectados más importantes se recuerda al profesor Diomedes Rizo, que sobrevivió a la tragedia.
Esa fase de las fiestas y carnavales desapareció y solo se encuentra en la memoria de quienes fueron niños en esa época.