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¡Aquellos carnavales!
Como en  las  grandes  corralejas de los  departamentos  sabaneros, la  banda  municipal  amenizaba  las  corridas.
Martes, 5 de Enero de 2016

No se saben exactamente las  causas de la desaparición de una de las tradiciones más importantes de los carnavales de la ciudad…  las corridas de toros.

En la cancha de fútbol, La Primavera, a finales de cada año comenzaba la construcción del  ruedo, un circo de madera que se levantaba en el centro del escenario deportivo, de casi diez  metros  de  diámetro y que  en  la  parte superior  tenía  el  palco,  es  decir los  asientos que  eran  ocupados  por las  personas  pudientes, las  que  estaban  en  condiciones de pagar las  costosas entradas.

Aunque de tamaño más pequeño, los  encerrados eran parecidos a los  que  se hacían  en Montería y Sincelejo, a base de madera,  alambre y clavos. 

Los toreros contratados, eran principiantes, y por supuesto  ninguno  de  gran  cartel,  y ni soñar que fueran españoles.

Los  animales utilizados para la  lidia  eran  vacas o  novillos bastos, ninguno  de  raza, traídos de  las  fincas del  sur  del  Cesar, y solo se  usaban  las  banderillas,  de  manera  que  no habían  estocadas.

Como en  las  grandes  corralejas de los  departamentos  sabaneros, la  banda  municipal  amenizaba  las  corridas,  y  el  último día,  el  seis  de  enero, una  de  las  vacas o  novillos, eran  manteadas por los vaqueros  o aficionados,  que  en  la  mayoría  de  los casos resultaban aporreados o  corneados mortalmente.

Un pesero convertido  luego  en  ganadero,  Julio “El  Chulo”, era el  más  aplaudido durante  las  faenas por  la  forma  elegante y hábil como usaba su “muleta”.

El cerro localizado al oriente, era  ocupado en  su  totalidad por  las  personas  que  acudían de los  barrios  populares . Muchos  se  divertían con  la  tauromaquia gratuita,  y  otros  se  dedicaban a  echarse maicena.

Alrededor del circo, los  jinetes cabalgaban sin  cesar ,  haciendo demostraciones  de pericia, sobre sus  corceles  de  buen  paso, y de  precios  inalcanzables para  la  gente común.

En  el  resto  de  la  cancha, abundaban  los  conjuntos  vallenatos,  y por  familias  o  amigos de  los  barrios, bailaban, consumían licor y jugaban  carnaval.

Era  impresionante la  nube  blanca que  se  levantaba  sobre  el  cerro y  el  ambiente  multicolor de los  vestidos de los  celebrantes,  hombres y mujeres, adolescentes  y  niños.

En  los  terrenos sobre la  calle  que  conduce al  barrio  Buenos  Aires,  donde  actualmente funcionan los  colegios Técnico Industrial  y  Agustina  Ferro, los  pocos  automotores  que  existían  en  la  época se  estacionaban en  el  sendero  cubierto  por el   pasto.

El famoso carro  de  Rito Velásquez, que  transportaba a su  esposa e  hijos  y allegados ,  mientras que  los  adultos disfrutaban de  la carnestolenda, algunos chiquillos inquietos  se  creyeron conductores y pusieron  a  rodar el  histórico vehículo, pero  afortunadamente  fue controlado  por su  furioso  dueño.

Eran incontables  las  filas  de personas  que  bajaban  al  cerro de  La  Primavera,  desde  los  barrios  La  Piñuela,  El  Palomar y Cristo Rey,  y que  al esconderse  el  sol,  regresaban  a  sus  lugares  de  origen ,  cansados, satisfechos y hasta  ebrias.

Como  ocurrió  en Montería,  un  seis  de  enero  de  comienzo de  la  década  de  los  sesentas, el  palco se  desplomó y  varios  de sus  ocupantes   murieron  por  las  heridas  que recibieron de  los  clavos  y  pedazos  de  madera ,  entre los  afectados más  importantes  se  recuerda  al  profesor Diomedes  Rizo, que  sobrevivió a  la  tragedia.

Esa fase  de las fiestas y  carnavales  desapareció y  solo  se  encuentra en  la  memoria de  quienes  fueron niños  en  esa  época. 

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