Así como nos destacamos, nacional e internacionalmente, por lo echados pa` lante, alegres, parranderos y querendones, también es cierto que cuando jugamos de locales, demostramos incultura ciudadana, nos ponemos de ruana a la ciudad, con aquel trillado cuento del otro planeta.
Dentro de ese comportamiento tan extraño, podríamos agregar que, como nos gusta ir en contravía de las normas de convivencia, también somos algo de masoquistas.
Somos felices adulando a quienes poco o nada les debemos. Nos ufanamos de ser conservadores y seguidores de los mandatos de la Madre Iglesia.
Los políticos corruptos regresan siempre que necesitan de nuestros votos, nos ofrecen teleféricos y puentes en los lugares sagrados , y ni los castigos divinos los detienen.
Muy pocas veces tenemos visitas presidenciales, pero igual, para qué, si no nos deparan absolutamente nada. De la más reciente, todavía esperamos los recursos que se comprometieron para construir la urgente vía perimetral, que pondría fin a las amenazas constantes de los tractocamiones que destruyen las pocas vías de la ciudad, y que causan accidentes mortales.
De esa misma visita, nos mamaron gallo con la plata prometida para construir una nueva sede del Sena, en los antiguos talleres del Instituto Técnico Industrial, y donde funcionó la estación del desaparecido cable aéreo.
La fragilidad de nuestra memoria, nos obliga a olvidar o a omitir los recuerdos del hecho violento que más ha marcado al País, y que todavía nos estigmatiza, cuando la televisión nacional o mundial quieren ilustrar la nefasta época de los falsos positivos.
Las imágenes desgarradoras de las madres que lloraban sobre los despojos de sus hijos, quienes no salieron de Soacha a coger café, sino que llegaron, engañados, para morir y ser sepultados en una fosa común, en un cementerio familiar de una vereda localizada, paradójicamente, cerca del campus de la UFPSO.
Y a propósito de las falsas promesas, ellas se hicieron en el polideportivo de la U, adornadas con las evocaciones de las heroínas locales, las famosas, y al parecer, seductoras Ibáñez.
Como ese recurso proselitista le ha dado a su gestor muy buenos réditos electoreros, es muy probable que el lunes venidero nos enteremos del triunfo del Nó, para que demostremos que somos desmemoriados, tercos y masoquistas.
A los “ganadores” del plebiscito hay que preguntarles dónde residían durante la época aciaga de la violencia, cuando los grupos de extrema izquierda y derecha convirtieron a Ocaña en un escenario de sangre y llanto.
Ojalá que sus hijos y nietos algún no les reclamen la oportunidad de una Colombia mejor, en paz y progreso, que sus padres y abuelos les negaron por simple sectarismo o por ignorancia, por creer en las mentiras de los que se lucran de la guerra.
No tendría nada de raro que las respuestas sean apoyadas en presuntos problemas síquicos… en la amnesia política.