“La vida es demasiado corta, para ser pequeña”, Benjamín Disraeli.
Así lo entendió Álvaro Gómez Hurtado. El intelectual, el político y el estadista. Un renacentista del siglo XX con todo el sentido de la modernidad, sin que nada de lo humano le fuera indiferente, como el perfil que trazó en pocas líneas Juan Camilo Restrepo en su semblanza.
Cuando cursábamos el bachillerato en el colegio La Salle y logramos dimensionar su vasta cultura histórica en su libro “La Revolución en América”, que fue incluida en la publicación del segundo festival del libro colombiano en 1959. Así entendimos la razón de ser del concepto de hispanidad en nuestra idiosincrasia por siempre.
Era un deleite oírlo disertar sobre los temas del arte, como su interpretación que conocimos en Manizales y en el aula máxima de la Universidad de Caldas sobre el gótico y el barroco, la similitud y la diferencia, desde el temple hasta el claroscuro, el dinamismo y los colores, el óleo, la luz y en la arquitectura; el arco apuntado y el románico.
Pero su dimensión periodística y política, como que fue la más conocida. Efectivamente fue un formidable periodista porque todo lo hizo, desde la reportería y la crónica hasta la diagramación y el cenit del editorialista. Las dos actividades las cubría con perfección, o como dice Juan Camilo, era difícil distinguir donde terminaba el periodista y donde comenzaba el político.
De todas formas sus expresiones dejaban algo impactante en la cabeza de los colombianos, pues nos hacía reflexionar en todas las crisis, siendo el mejor expositor e inconfundible en sus gestos de persuasión. Contrario, además, a lo que pensaban los opositores, siempre fue un ganador, que por su caballerosidad en sus derrotas, que fueron muchas, se apropiaba del trofeo de los ganadores para realizar sus ideas. Desde el Frente Nacional, hasta el día que lo asesinó el régimen.
Llegó a la Asamblea a Nacional Constituyente y persuadió a todos con sus ideas progresistas del constitucionalismo moderno.
El desarrollo económico con sentido humano, lo que predicó toda su vida para modernizar las instituciones. Desde la reforma del 68 le obsesionaba adecuar a la modernidad el caduco viejo estado de sitio. Y así aparecen los nuevos estados de excepción.
Su obsesión para comenzar a desmontar el leviatán de la justicia, le lleva a insinuar la Fiscalía General de la Nación, el Consejo de la Magistratura que hoy anda a medias, y el sistema acusatorio.
Pero los aportes medulares en la Constituyente, que tienen su impronta, son la moderna formulación de la Planeación dentro del Estado. Una propuesta que venía desde su ejercicio editorial del periodismo. Una planificación participativa de abajo hacia arriba, contraria a la socialista que imponen los de arriba, los del poder y que se impone al pueblo. De ahí el artículo 339 y los planes de desarrollo y 340 de la Constitución, aunque la politiquería haya desnaturalizado el Consejo Nacional de Planeación.
El 6 de marzo de 1991 propuso lo que es hoy el artículo 83 o la presunción de la buena fe que quedó con rango constitucional. Así se creó la importantísima protección del ciudadano, pues debe ser el fundamento de las limitaciones abusivas del poder reglamentario de los gobiernos que ordena el artículo 84.
Logró que el control constitucional, con una propuesta de mucha audacia, quedara y diera origen a un juez especializado: La Corte Constitucional.
No logró la elección popular de los jueces de la República, para sacarlos de la “clientelización” y la politización y la “polarización” del Ejecutivo y el Judicial. Tampoco logró prohibir la cooptación en las altas cortes, ni logró que la Fiscalía General de la Nación fuera parte de la rama jurisdiccional y no coto de caza del ejecutivo.
Agenda. Nos está llegando el terrorismo. Con soberbia no podemos iniciar los diálogos con el Eln. Otra vez las dos soberbias y nosotros en la mitad. Las cosas de Luzbel.