"¡Zapato! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!", gritan riendo, pasados de tragos, jugadores de dominó en Chichiriviche de la Costa, un pequeño pueblo de pescadores a unos 50 km de Caracas.
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Efrén Rodríguez, pescador de 32 años, se levanta enojado de la mesa entre risas burlonas. "Zapato" significa perder por barrida, sin puntos, en este país caribeño donde el dominó es una tradición y se juega por parejas, lo que requiere mayor estrategia que jugar individualmente.
"Es la distracción preferida de todos los sectores. En los clubes de gente acomodada lo mismo que en las barriadas marginales, en las urbes metropolitanas como en las áreas rurales", escribió en 2005 el fallecido expresidente venezolano Rafael Caldera (1969-1974 y 1994-1999) en el prólogo del libro "El arte de las 28 piedras" de Alfredo Fernández Porras.
Carcajadas, alcohol y... ¡silencio!
"Un 70-75% (de los 30 millones de venezolanos) practica el dominó, aunque no sea muy sapiente", comenta el presidente de la Federación Venezolana de Dominó, Efraín Velázquez. "Siempre en una casa vas a encontrar un dominó y en las reuniones familiares hay un dominó".
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Suele jugarse en bares, consumiendo alcohol... tal como en Chichiriviche de la Costa (estado La Guaira, centro-norte).
Lejos de la playa y los turistas, jóvenes juegan allí en mesas de madera gastadas, unos sentados en sillas de plástico, otros en el tronco de un árbol, otros en un cajón vacío de cerveza, bebida que corre junto a licores fuertes como ron, anís o whisky.
"¡Pam!". Un jugador golpea teatralmente su última ficha de dominó sobre la mesa. Ganó.
"Juego para matar el tiempo. Es una emoción. Ganaste y juega otro y también lo paraste", cuenta Rubén Mayoral, de 26 años.
"Me dieron 'zapato', ¡no agarré un punto, cero!, y me están jodiendo ahí, aquí le decimos 'chalequear' (...). Nos la pasamos siempre así", ríe Efrén, que aunque para distraerse de vez en cuando ve partidos de béisbol -deporte nacional de Venezuela-, prefiere jugar dominó.
En Chichiriviche, como en otras partes del país, el dominó es jugado mayoritariamente por hombres. "Hombres con hombres, mujeres con mujeres. Si no, es peligroso", bromea Efrén.
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El ambiente es muy diferente en Valencia (noroeste), en la sala de reuniones de un gran hotel, donde se disputa uno de los cuatro torneos anuales que otorgan títulos nacionales.
Unos 300 jugadores compiten en silencio. Unos visten la camiseta de la selección nacional; otros, las de equipos regionales. Sin gritos, sin carcajadas.
Dos hermanos, trece títulos mundiales
"Aquí ni una gota de alcohol", subraya el presidente de la federación, Efraín Velásquez, quien sueña con que el dominó sea algún día deporte olímpico. "Tenemos campeonatos nacionales, continentales, estamos en los Juegos Bolivarianos. Se juega en todo el mundo".
Para los hermanos Marquina, Carlos, de 45 años, seis veces campeón del mundo, y Luis, de 41, siete veces campeón, competir como jugadores de dominó representa el "orgullo" de "traer medallas" para Venezuela y su gente.
¿Tomarse una cerveza en el juego? Nada de malo, pero ellos no lo hacen. Ningún futbolista se bebe una en un partido.
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Mujeres como Carlimar Aparicio, de la selección nacional, dejan las cosas en orden: "Hay muchos hombres que ponen como una barrera: 'no, ella no tiene por qué jugar", pero siempre termino jugando y después terminan llamándome para que vaya a jugar con ellos".
Lejos de los campeones mundiales, en la zona colonial del gigantesco barrio caraqueño de Petare, jubilados se reúnen cada tarde para jugar.
"Tienes que usar tu cerebro. Es agilidad mental. Un poco como el ajedrez. Juegas una o dos partidas y luego dejas tu lugar. Hay roces, pero uno se olvida rápido", dice sonriente Pedro Roberto León, un expolicía.
No faltan quienes, mientras esperan su turno para sentarse, critican una que otra jugada.
Enrique Benavente, de 48 años, bromea: "Los que comentan desde afuera son los únicos que nunca se equivocan".
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