Viernes, 17 de Octubre de 2014
“Para que su pensamiento político se mantenga y permanezca en el tiempo como partido, el liberalismo debe beber en las fuentes del socialismo”:Rafael Uribe Uribe
Un 15 de octubre de 1914, en la carrera séptima con calle 9 de Bogotá, dos artesanos, Leovigildo Carvajal y Jesús Galarza asesinaron a golpes de hachuela a un conductor luminoso, a un hombre libre y de buenas costumbres: a Rafael Uribe Uribe.
Hoy cien años después, recordamos a Uribe Uribe más como ideólogo liberal, que como guerrero y revolucionario tenaz y reincidente de causas “misión imposible”. Y así debe ser: recordar a los grandes liberales no por sus hazañas guerreras, sino por sus ideas.
Recordamos a Uribe Uribe, como el gran ganador en Peralonso y gran perdedor en Palonegro, en esa triste guerra de los mil días. En las batallas partidistas no dio el líder jamás su “brazo a torcer”. En un tiempo su hábitat natural fue la guerra, tal como un ave roja de tormenta.
Después de la guerra, decidió Rafael Uribe Uribe, cambiar la acción por el romance, y manifestó en su discurso del teatro Municipal de Bogotá: “Yo he renunciado, como en efecto lo he hecho, al ejercicio de la guerra, pero no al ejercicio de las ideas. Todos los días paso revista a ellas, abandono las que no sirven y solo dejo las que tengan un claro y verdadero sentido revolucionario”.
Fue así como Uribe Uribe, a principios del pasado siglo, tomó para su partido y para el pais las banderas de la paz y la solución de los conflictos por las vías pacíficas e inició la predica de sus ideas social-demócratas con sentido radical y de cambio.
Fue Uribe Uribe una luz para Colombia en un momento oscuro de su historia, revivió para el pais su alma igualitaria y participativa, cuando invitó al pueblo a “abrevar en las fuentes del socialismo”.
Hoy, no será en esos manantiales, donde el pais debe beber, será en fuentes sustentables de equidad y justicia social, será en los propios caminos de la paz.
Con certeza algunas decenas de viejos liberales visitaron su tumba, en el centenario de su muerte, y con rosas rosas rindieron culto a su memoria, a sus verdades, a sus ideas.
Hoy cien años más tarde, otro caudillo, también antioqueño, con su mismo apellido enarbola unas anacrónicas banderas de guerra. ¿Otros tiempos? Claro que sí. ¿Otros actores? Desde luego. Pero la misma duda y también un nuevo interrogante…
Un 15 de octubre de 1914, en la carrera séptima con calle 9 de Bogotá, dos artesanos, Leovigildo Carvajal y Jesús Galarza asesinaron a golpes de hachuela a un conductor luminoso, a un hombre libre y de buenas costumbres: a Rafael Uribe Uribe.
Hoy cien años después, recordamos a Uribe Uribe más como ideólogo liberal, que como guerrero y revolucionario tenaz y reincidente de causas “misión imposible”. Y así debe ser: recordar a los grandes liberales no por sus hazañas guerreras, sino por sus ideas.
Recordamos a Uribe Uribe, como el gran ganador en Peralonso y gran perdedor en Palonegro, en esa triste guerra de los mil días. En las batallas partidistas no dio el líder jamás su “brazo a torcer”. En un tiempo su hábitat natural fue la guerra, tal como un ave roja de tormenta.
Después de la guerra, decidió Rafael Uribe Uribe, cambiar la acción por el romance, y manifestó en su discurso del teatro Municipal de Bogotá: “Yo he renunciado, como en efecto lo he hecho, al ejercicio de la guerra, pero no al ejercicio de las ideas. Todos los días paso revista a ellas, abandono las que no sirven y solo dejo las que tengan un claro y verdadero sentido revolucionario”.
Fue así como Uribe Uribe, a principios del pasado siglo, tomó para su partido y para el pais las banderas de la paz y la solución de los conflictos por las vías pacíficas e inició la predica de sus ideas social-demócratas con sentido radical y de cambio.
Fue Uribe Uribe una luz para Colombia en un momento oscuro de su historia, revivió para el pais su alma igualitaria y participativa, cuando invitó al pueblo a “abrevar en las fuentes del socialismo”.
Hoy, no será en esos manantiales, donde el pais debe beber, será en fuentes sustentables de equidad y justicia social, será en los propios caminos de la paz.
Con certeza algunas decenas de viejos liberales visitaron su tumba, en el centenario de su muerte, y con rosas rosas rindieron culto a su memoria, a sus verdades, a sus ideas.
Hoy cien años más tarde, otro caudillo, también antioqueño, con su mismo apellido enarbola unas anacrónicas banderas de guerra. ¿Otros tiempos? Claro que sí. ¿Otros actores? Desde luego. Pero la misma duda y también un nuevo interrogante…
