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Víctimas de la guerra sacrificaron 50 marranos
La masacre no tuvo mala intención, las mujeres creyeron que los animales se estaban muriendo de hambre.
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Helena Sánchez
Sábado, 26 de Marzo de 2016

La masacre porcina no tuvo mala intención. Según Elizabeth, quisieron salvarlos, venderlos, sentirse útiles, productivas como les prometieron que serían en ese sueño infinito de empoderarse como las grandes productoras de chorizos de la zona. 

Hoy, con angustia y la autoestima destrozada, siente que perdió un año de trabajo, de estudio, de pequeñas culpas por cuidar a los cerditos un poco más que a sus hijos, y vive con la idea de que es “el hazmerreír” del pueblo.

El 24 de noviembre de 2015, las 38 mujeres, víctimas de la guerra y madres cabeza de hogar de La Gabarra, recibieron un centenar de cerdos para que los levantaran con 600 bultos de comida que deberían durar hasta el 6 de marzo de este año. 

Cumplieron, y cada animal logró alcanzar hasta 100 kilos de peso, pero el concentrado se terminó antes de la fecha indicada. 

Hay quienes dicen que ocurrió porque recibieron 10 animales más de los que tenían que cuidar, pero aunque insisten en que no fue así, el hecho es que la mitad de los cerdos ya no están y hoy les urge una compensación. 

El grupo de víctimas, creyendo que los animales se morirían de hambre se dejaron vencer por la ansiedad y optaron por sacrificarlos para venderlos por kilo, para recibir algún ingreso y no dejarlos que sucumbieran por el hambre. 

Según contaron, luego de un año, no recibieron más que capacitaciones en el levante de los cerdos, administración de la empresa que sostendrían entre todas, pero nunca el esperado curso en procesamiento de cárnicos. 

La meta de despostar los animales, seleccionarlos, convertirse en unas expertas vendedoras de la mejor carne de cerdo de esta zona de Catatumbo, en sus acelerados tiempos, no se cumplió y cedieron creyendo que ganarían algo, pero perdieron la mitad de su actividad. 

Cuentan que se sintieron abandonadas, y se comparan con el proyecto gemelo que se lleva a cabo en El Zulia en el que “las mujeres hablan maravillas, les han dado todo, y todo mundo llega allá…”. 

Es que este proyecto se dividió para poder reparar dos zonas afectadas por la guerra: El Zulia y La Gabarra. En total, se invirtieron $930 millones, de las alcaldías, la Gobernación y la Unidad de Víctimas, y se repartió el recurso en partes iguales. 

Ambos grupos tendrían las mismas oportunidades, pero mientras en El Zulia hay más visitas de la institucionalidad y se ha entregado buena parte de la infraestructura, en La Gabarra ganó el mito del terror y el miedo; esa temida sombra que dejaron los violentos y que muchos guardan como excusa válida para no ir, o para no volver. 

Una respuesta

Francelina Omaña es la directora de Fundacovi, la entidad operadora del proyecto y encargada de asesorar a estas víctimas. 

Nadie más, sino esta entidad, las acompañó, pero tal vez no fue suficiente con haber llevado la iniciativa porque faltaron elementos esenciales y, sobre todo, no dejarlas con la soledad que, en este caso, fue terrible consejera. 

Omaña explica que jamás estuvieron desamparadas pues el proyecto constó de las tres fases necesarias: capacitación en manejo de cerdos, es decir, el exitoso levante y engorde que tuvieron; los temas empresariales y, finalmente, el procesamiento. 

Según la directora, el 23 de febrero se efectuó un comité en el que las mujeres confirmaron que ya se habían sacrificado nueve cerdos, y se les pidió no volver a hacerlo hasta que hubiese un aliado comercial que vendiera los animales en pie. 

Las razones de no procesar son simples: la zona no tiene un matadero legalizado ni el registro Invima para producir y comercializar; falta el encerramiento adecuado y el tratamiento de aguas también está pendiente. 

Sin estos requisitos esenciales, que cuestan casi 600 millones de pesos, efectuar el proceso no solo es imposible, sino que es un riesgo para la salud. 

Elizabeth y sus compañeras, pensando que se dejaría morir a los cerdos los mataron, entre el 26 y el 27 de febrero, “a la antigua” y esa fue la perdición. 

En cualquier momento, alguna mosca entró. Con la sangre destilando gota a gota sobre los cuerpos apilados y en un cuarto de mueve metros cúbicos en el que solo cabían 20 cerdos colgados, era inevitable que los 50 se descompusieran y que al abrir la puerta, dos días después del sacrificio, con las instituciones visitándolas, anhelando ver carne congelada solo encontraron moscas y un espantoso olor a muerte. 

Ellas, se quejaron porque no había tubo ni ganchos para penderlos, pero según la directora era obvio, pues no había posibilidad de hacer los sacrificios “y eso se iba a poner en el momento en que se cumplieran los requisitos”. 

Temporalmente, las mujeres están en capacidad de engordar los cerdos y ponerlos a la venta, mientras se surte la gestión para tener lo necesario y a la que tendrán que concurrir la alcaldía de Tibú, la Gobernación, la Unidad de Víctimas, entre otros. 

La mala suerte pareció acudir a su encuentro, pues cuando se entregó el horno ahumador este llegó con el tablero de encendido quebrado por algún golpe de la oscilante carretera con una ironía más: la garantía del horno termina en Tibú, porque hasta La Gabarra ya ni eso llega. 

Hoy, el tablero viaja hacia la finca con máximo cuidado para que no haya otro accidente. 

Las mujeres ya están siendo entrenadas en el manejo de las carnes, y un poco más tranquilas anhelan recuperarse de ese duro golpe que fue perder sus gordos y rosados sueños.

Con paciencia

Tras una reunión que se tuvo el nueve de marzo, después de la tragedia, acordaron que se entregará otro grupo de cerdos para que se reinicie el ciclo, hasta que lleguen al peso ideal y los comercialicen. 

“Tendrán dos meses de acompañamiento, se está gestionando un motocarro para que eviten pagar cada subida desde La Gabarra hasta El 60, y se les dará un subsidio de 100 mil pesos, para cada una de las 38 mujeres, durante dos meses”, aseguró la directora. 

Las gabareñas insisten en querer todo lo que hoy tienen las otras mujeres, las de El Zulia, con las que comenzó paralelamente esta historia de reparación, no por envidia sino porque tienen los mismos derechos. 

Sin embargo, la gran paradoja es que mientras las zulianas han acumulado aires acondicionados, han preparado el terreno, las porquerizas y toda la infraestructura, les falta lo más importante: los cerdos, porque en el predio hay dificultades con el agua, la electricidad y la propiedad del mismo. 

En La Gabarra, pese al estigma, la distancia y la imposible carretera, las mujeres tenían un avance mayor, pero también fue mayor su miedo y la constante sensación de abandono, de que les fallaron y no iban a ver el producto de su esmero. 

Aún tienen esperanza, mermada, pero queda, así como a Fundacovi que prometió no dejarlas a su merced para que no las tiente el desasosiego, infame demonio que les hizo tomar una decisión apresurada en la soledad de ese lejano corregimiento. 

Tal vez, y solo tal vez, por algo se diga que el diablo es puerco y siempre es mejor seguir la indicación de su fe: no afanarse por el día de mañana, porque este traerá su afán.

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