“Tengo un rosario que me regaló una tía. Lo cargo todo el tiempo. Es como un amuleto. Y creo que me ha servido, pues en 15 años que llevo en este trabajo no me ha pasado nada”.
Son las 4 de la mañana del viernes 10 de noviembre y 22 policías forman en la estación de Atalaya. Al frente, dando las instrucciones, está el intendente Gustavo González, de 32 años y marcado acento nariñense. Todos, sin excepción, han descansado apenas 3 horas y se aprestan a salir, una vez más, a combatir un negocio capaz de generar ingresos anuales superiores a los $450 mil millones, algo así como 150 millones de dólares.
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González, comandante del Grupo Élite de la Policía Fiscal y Aduanera (Polfa), revisa los carros, los camiones, las motos, habla con el oficial que los acompañará (un capitán) y al final, llama a su conductor y le da la orden: prenda la camioneta que nos vamos.
Con un radio en la mano por el que se comunica constantemente con sus hombres y superiores, González traza la ruta: Pedregales, una zona usada a diario por los contrabandistas de gasolina para mover el combustible que pasan de manera ilegal por la frontera con Venezuela y que transportan en motos adaptadas para soportar hasta 12 pimpinas, por un entramado de caminos que los lleva desde la vía a Puerto Santander hasta La Y de Astilleros y de allí al Catatumbo, la Costa Atlántica o el interior del país.
“Antes de llegar a Cúcuta estuve en La Guajira. Allá el que controlaba gran parte del contrabando era alias Amaury. Me mató tres compañeros de la Polfa y dos de Carreteras”.
Entre Pedregales y La Floresta, por un entramado de caminos que comunica a la vía hacia Puerto Santander con la vía hacia La Y Astilleros, el grupo élite de la Polfa capturó a 5 hombres que transportaban gasolina de contrabando en motos venezolanas adaptadas para soportar hasta 12 pimpinas.
En Pedregales, González distribuye tareas. Unos se van por las motos que han sido abandonadas por los contrabandistas, previamente advertidos del operativo policial por los ‘moscos’ regados sobre la vía; otros más van por las pimpinas cargadas de combustible venezolano y otros prestan seguridad desde puntos estratégicos. Todo tiene que hacerse en cuestión de minutos.
Mientras los policías suben las motos y las pimpinas a un camión, un grupo de personas de la zona empieza a apostarse alrededor de los uniformados. Un enfrentamiento parece inminente. Sin embargo, basta con que uno de los policías encargado de prestar seguridad a sus compañeros saque el celular y empiece a grabarlas, para que se dispersen más rápido que si se les hubiese lanzado un gas lacrimógeno. “Le tienen pánico a las fotos y los videos. Saben que así los podemos individualizar”, afirma el improvisado camarógrafo.
González, con 15 años en la institución a la que le debe todo, recibe instrucciones por radio. A diez minutos de donde está, otro grupo de sus hombres élite necesita apoyo. Al grito de ‘nos vamos ya’, todos se suben a los carros y arrancan.
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“El año entrante me gustaría cambiar de ciudad. Quiero trabajar en Pereira, así estaría más cerca de mi casa, en Nariño. Vamos a ver si se me dan las cosas”.
En el otro punto, más motos, más pimpinas repletas de gasolina y quizás lo más importante, cinco capturados. Mientras un grupo de policías carga el camión con lo hallado, otro, convertido en mecánicos improvisados, intenta encender las motos para poderlas traer a Cúcuta.
Este año, el grupo comandado por González ha incautado 225.752 galones de gasolina de contrabando, valorados en $1.115 millones. Faltando mes y medio para que se acabe el año, ya se ha superado, por 50 mil galones, lo incautado el año pasado (174.015).
“Mi coronel, para reportarle que ya vamos saliendo de la zona. Balance positivo, llevamos ocho capturados, cinco de donde yo estaba y tres más de La Floresta (vía a Puerto Santander, donde otro grupo adelantaba un operativo similar). Voy a lo que le dije, solicito permiso”.
Veinticinco minutos después, cerca de las 7:30 de la mañana, González, visiblemente preocupado, llega a la clínica de la Policía, sobre la avenida Los Libertadores, en Cúcuta. El miedo que no sintió en el operativo contra los contrabandistas de gasolina, lo siente ahora: ‘no quiero perder la cita médica que tengo, llevo mucho tiempo esperándola’.
Como cualquier parroquiano, este uniformado se anuncia ante la recepcionista, manifiesta que llegó tarde (la cita era a las 7 de la mañana) porque estaba trabajando y casi resignado, espera que lo atiendan. Por fortuna, el médico lo hace seguir y pasados unos minutos, sale cargando unos papeles en la mano. Necesita que le aprueben unas órdenes para unos exámenes. Pregunta en varios lugares, consulta con otros uniformados que como él asisten a citas médicas y llega hasta la ventanilla donde por fin lo atienden. “Esperar que aprueben las órdenes para saber cuándo debo venir a tomarme los exámenes”.
El intendente González revisa la mercancía en un negocio de la avenida séptima entre calles 10 y 9, del centro de la ciudad.
De vuelta en la estación de Atalaya, González hace un balance del operativo de la mañana. Pide que los capturados formen frente a las motos y la gasolina incautada. Luego, inicia los trámites para que las motocicletas vayan a la Sijín y sean cotejadas por los peritos; el combustible sea llevado a la estación donde se almacena y los capturados sean presentados ante la Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía, a ver si algún fiscal toma el caso.
“Estudio administración de empresas. Espero después de obtener mi pensión, montar mi propio negocio y organizarme, pues no tengo esposa ni hijos. Con este trabajo no queda tiempo para tener familia”.
A las 3 de la tarde, González anuncia un nuevo operativo. Esta vez, en el centro de la ciudad, visitarán varios locales comerciales a los que previamente se les ha hecho un trabajo de inteligencia. Quieren verificar que la mercancía que allí se exhibe tenga sus documentos en regla.
Dos puntos de venta de celulares y accesorios para equipos móviles, y uno más de elementos varios cuyos precios no superan los 3 mil pesos, son el objetivo de González y sus hombres, sobre quienes se posan las miradas al caminar por el centro de la ciudad.
Mientras revisa las facturas y la documentación de los equipos, trata de ubicar a los ocho capturados en algún lugar mientras les hacen la audiencia. Intenta en varias estaciones de la ciudad. Todas están llenas. La crisis carcelaria y la sobrepoblación del centro penitenciario, hacen mella en su labor. Hacia el final de la tarde, logra ubicarlos en una estación, al menos esa noche, mientras al siguiente día pueden ser presentados ante un juez. La condición: que algunos de sus hombres ayuden a prestar guardia en este lugar. Un par de llamadas más tarde, hace el acuerdo con el comandante de la estación.
Sobre las 9 de la noche, la jornada, que había iniciado a las 4 de la mañana, parece llegar a su fin con el sellamiento de uno de los locales donde se vendían equipos móviles. Informa a su superior, el coronel Óscar Cortés, comandante de la Polfa y nuevamente emprende camino hacia la estación de Atalaya.
Preguntado sobre si por fin irá a descansar, responde que su descanso solo llega después de 45 días de disponibilidad absoluta. Ahí, por fin, puede descansar 9 días. Entiendo que, como es apenas obvio, seguirá trabajando.
“Por whatsapp nos dirá más tarde a qué horas debemos formar mañana, que supongo será a las 4:30 de la mañana, como hoy. Normal, así es todos los días, el contrabando no descansa; ni siquiera con la frontera cerrada”, remata.