Antonia Santos es un barrio reconocido en la ciudadela Juan Atalaya, de Cúcuta, por estar al pie del Cerro del Jesús Nazareno, además de ser un sector en el que se pueden ver diferentes tipos de establecimientos como supermercados, ventas de arepas asadas, comidas rápidas, billares, peluquerías, entre otros muchos más negocios.
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Por el frente de este enorme y humilde sector pasan todos los de buses, camiones y vehículos particulares que van para los municipios de la zona norte y occidente de Norte de Santander.
Los residentes de esta zona son personas bondadosas, que no le niegan el saludo a nadie, además de ser hospitalarias y recibir a las visitas con un tinto y un pan. Un equipo periodístico de La Opinión se desplazó hasta este sitio para conocer algunas historias de Antonia Santos.
Luis Arturo Duarte, presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC), guió la travesía por este punto para conocer el barrio del que muchos se sienten orgullosos.
Carlos Julio nació siendo artesano
La madera es el lienzo que Carlos Julio Sanabria utiliza para transformar lo rústico y simple, en piezas finas que pueden adornar comedores, salas, habitaciones, oficinas o cualquier otro espacio. Es hábil con los cinceles, el torno y demás herramientas de carpintería que usa.
La paciencia es una virtud para este hombre de 74 años, que desde niño se sintió atraído por la carpintería, profesión que ejerció durante muchos años, cuando empezó con pedazos de madera a hacer figuras de hombres y mujeres con brazos y piernas largas, cuadros, alcancías, los marcos para espejos, que son adornados con figuras, entre otros.
Esas piezas de arte tallado están exhibidas en las paredes de la sala, pasillos y comedor de su vivienda, ubicada en la calle 17 entre avenidas 54 y 55, donde reside con su esposa e hijos.
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“Yo nací siendo artesano. Hay piezas que usted puede encontrar hasta en $200 mil por el valor cultural y el proceso de elaboración, yo las vendo más baratas. Las personas del barrio saben que yo todos los días hago una o dos piezas, es un pasatiempo bonito”, indicó Carlos Julio.
En total hay más de 100 piezas, las cuales nunca han salido de la casa de Carlos Julio para una exposición artística, donde deberían estar, para representar a Cúcuta, pues él tiene un talento que pocos han apreciado.
El calzado de Héctor Solano
Héctor José Solano Mirando, de 66 años, es fabricante de calzado desde hace más de 20 años, cuando la frontera con Venezuela era una de las más prósperas de América Latina. Aprovechó esa bonanza en la compra y venta de mercancías para montar su zapatería y llevar calzado hacía el vecino país.
“Llegué a sacar 400 pares de sandalias y zapatos para mujer. Poco me gusta hacer modelos para hombres. Las pasaba hacía San Antonio –por Villa del Rosario- y luego a San Cristóbal, donde las vendía”, contó Solano.
Con el cierre de la frontera en 2015, la situación para Héctor se puso ‘color de hormiga’, pues su clientela quedó en el otro lado, por lo que tuvo que buscar cómo vender sus zapatos en Cúcuta.
Fabricó unos modelos de sandalias que aprendió a hacer desde que era adolescente y las ofreció en varios locales, como varios empresarios dependían de la actividad comercial que había en la frontera.
Se reinventó con el arreglo y fabricación de calzado y sandalias, por encargo. Lleva siete años en ese negocio, en el que fue pionero en Antonia Santos. Gracias a esa habilidad de Héctor, otras personas aprendieron el arte de la zapatería y montaron sus propios negocios.
Es la ‘calle del calzado y la confección’, ubicada en la calle 17 con avenidas 53 y 54, de Antonia Santos, y donde también hay varios talleres satélites en los que se hacen camisas y pantalones, además de otras tres zapaterías, es el punto donde Héctor Solano y otras personas consiguen el sustento diario.
Los recuerditos de Cúcuta
María Romero y su familia han sido artesanos desde siempre. Iniciaron confeccionando bolsos, llaveros y demás artículos que vendían en municipios turísticos de Norte de Santander, como Chinácota o Pamplona.
Pero hace 15 años su negocio traspasó fronteras, vieron la posibilidad de elaborar recuerdos en el Eje Cafetero, Antioquia y Santander, además de los de Cúcuta, y venderlos en tiendas de recuerdos de esas zonas.
“Nosotros los elaboramos con amor. Cada muñequita puede ser un llavero o adherirlas en la nevera, tienen un imán atrás. Les cambiamos los colores, según la bandera, también con elementos característicos: si va para Pamplona ella tiene en sus manos la catedral de esa zona, para el Eje Cafetero, lleva café…”, dijo María, mientras cosía un pequeño sombrero rojinegro a una de sus muñecas.
Nadie pensaría que un emprendimiento poco visto en la ciudad, nació en una humilde casa de Antonia Santos y que el reconocimiento que ha reunido María Romero con su familia es gracias a la capacitación del Banco del Progreso de Cúcuta.
Los salpicones, un deleite
Jesús Emiro Barbosa se levanta todos los días a las 4:00 de la mañana para preparar el salpicón que venderá en las mañanas al frente de la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Mongui.
A las 7:00 de la mañana está en su carreta listo para que pasen sus clientes a comprar un vaso o más de salpicón. Las personas bajan desde diferentes cuadras de Antonia Santos en moto, bicicleta o hasta a pie, todo para deleitar lo que este hombre de 74 años prepara con un toque secreto, que a todos les encanta.
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“Los salpicones de don Chucho son los mejores que hay. Llevamos 15 años comprándole para el desayuno o media mañana”, dijo Alberto Ortega, habitante de Antonia Santos.
En fin, este sector de la Comuna 8 es más reconocido por las cosas malas que por las historias de emprendimiento que se han gestado poco a poco y ahora resaltan el nombre de la ciudad, aunque pocos lo sepan.
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