En 1988, mientras cursaba estudios de administración de empresas en una universidad de la Costa Caribe, Katerin Avella Daza (Avella por Aída y Daza por Imelda), tuvo que decidir su futuro entre dos opciones completamente antagónicas: el exilio en Europa o la lucha armada desde las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Hoy, 28 años después de haber ingresado a las Farc, recuerda que en aquel entonces tuvo que ver morir a varios de sus amigos más cercanos, algunos de ellos compañeros de clase, por el simple hecho de pertenecer a la Unión Patriótica, la única oportunidad que han tenido las Farc de hacer política en el país.
“Por aquel entonces la muerte parecía inminente y antes que salir corriendo para Suecia, decidí ingresar a las Farc”, afirma Katerin, como decidió llamarse cuando la guerra la embistió de frente siendo apenas una universitaria.
Lejos de las aulas y con un fusil en sus manos, empezó una vida en la guerrilla que la ha llevado a recorrer gran parte del país. Eso sí, siempre en el monte, en la selva, ‘porque a las ciudades casi no he podido ir’.
“Empecé en la Sierra Nevada de Santa Marta. Luego ese frente se dividió y pasé al 41, en la Serranía del Perijá. Desde entonces he estado en La Guajira, Putumayo, Amazonía y en febrero de 2014 llegué al Catatumbo”, afirma Katerin mientras se espanta los zancudos con una bufanda que previamente ha mojado con repelente.
(Katerin Avella Daza lleva 28 años en las filas de las Farc, donde se ha encargado de enseñar a leer y escribir a muchos guerrilleros. | Foto: Edinsson Figueroa)
Esta mujer, que luce una sudadera azul y un buso blanco, porta en su brazo izquierdo un brazalete con los colores de la bandera de Colombia, en el que se lee ‘Farc’. En el pecho lleva una cadena cuyo dije es el perfil de una guerrillera con un fusil al hombro. El pelo recogido y las botas pantaneras, completan el uniforme que, al menos el pasado lunes, durante la vigilia que las Farc organizaron en la vereda San Isidro de Tibú, identifica a las guerrilleras que se entremezclan con las más de 1.500 personas que llegaron a este lugar, ubicado entre Petrólea y Campo Dos.
Mientras Katerin habla, la música suena sin parar. El grupo Aires del Catatumbo, traído desde Filo El Gringo (El Tarra), ameniza con carranga la conversación de las personas que fueron convocadas hasta este sitio por las mismas Farc y algunos movimientos como Marcha Patriótica, Juventud Rebelde y otros más venidos desde Venezuela.
Los guerrilleros, que también visten sudadera azul, buso blanco, brazalete y botas pantaneras, se encargan de la logística del evento. Corren de un lado a otro sirviendo comida, llevando agua y gaseosas por doquier, mientras algunos más conversan con las delegaciones llegadas desde distintos municipios del Catatumbo y Cúcuta.
“Para nosotros es muy importante que nos conozcan de esta manera, en un espacio distinto al de la guerra. Sabemos que hemos cometido muchos errores, muchísimos, y sabemos también que al interior de nuestras filas hay algunos compañeros que se han alejado de los ideales revolucionarios. Pero esos casos son pocos, lo que somos es lo que ustedes ven, una familia que comparte de lo poco que tiene”, afirma Katerin, quien lleva 22 años sin ver a su papá y quien hasta hace poco pudo reencontrarse con una hermana y conocer a varios de sus sobrinos, nacidos mientras estaba en el monte.
El grupo de guerrilleros que el lunes pasado se encontraba en la vereda San Isidro, es liderado por Reinel Páez, un hombre que durante toda la vigilia se mantuvo distante y evitó ser fotografiado o grabado en video por los medios allí presentes. Un breve saludo al llegar a la zona, bastó para que cediera la palabra a Katerin, quien claramente fue la comisionada para atender a los periodistas. Luego, tendría unas palabras para Elibeth Murcia, la esposa del desaparecido líder de La Gabarra y, otra vez, a tomar distancia.
“Es irónico, pero el hecho de que nosotros estemos aquí, solo es posible porque el Ejército nos está prestando seguridad. A ellos les compartimos nuestras coordenadas y esperamos que respeten el espacio en el que nos hemos preconcentrado”, afirma Katerin.
Esa zona de preconcentración, cuya ubicación no fue revelada por ella, es donde permanecen los hombres de las Farc que operan en Norte de Santander desde el domingo 2 de octubre, cuando el No se impuso en el plebiscito que pretendía aprobar o no lo acordado entre esa guerrilla y el gobierno tras 4 años de negociaciones en La Habana (Cuba).
“Nuestra voluntad de paz sigue intacta. De eso no les quepa la menor duda. Estamos perfectamente alineados con lo que ha dicho el Estado Mayor (Secretariado de las Farc). Pero también sabemos que el enemigo está al acecho y que cualquier cosa que nos afecte o golpee a la Fuerza Pública, podría ser un detonante”, reconoce Katerin, quien agrega que el cese al fuego debe mantenerse por el tiempo que sea necesario mientras se terminan de hacer los ajustes a los acuerdos y que fueron propuestos por los del No.
Esta guerrillera, que de no ser por el uniforme que la identifica como tal, bien podría pasar como una mujer campesina de cualquier pueblo de este país, ha enseñado a leer y a escribir a decenas de guerrilleros.
Además, en los frentes en los que ha militado se ha encargado de leer las noticias y comunicados a sus compañeros, pues muchos de ellos llegan a la guerrilla siendo analfabetas.
“Casi siempre he estado ligada a la docencia en las filas de las Farc. Me gusta mucho leer y escribir. De hecho, sueño con eso cuando todo esto acabe. Quiero leer muchos libros, escribir todo lo que he vivido y retirarme al campo a vivir pero sin tener que esconderme”, sostiene mientras señala en su cuerpo las cicatrices que le ha dejado la leishmaniasis, a la que ha sobrevivido en dos oportunidades.
Katerin, en su voz, luce cansada. Y sus palabras, que suenan a lamento, esconden tras de sí la impotencia que les genera el rechazo de la sociedad.
“La guerra no es agradable. Usar las armas no es agradable. A mí no me gusta ver a las personas sufrir. No sabe cuánto me cuesta ver a mis hermanos muertos, heridos, mutilados. ¿A quién le puede gustar eso? ¡A nadie! Pero también sé que nos ha tocado este camino porque nunca nos han escuchado, nunca nos han dejado debatir con ideas, con argumentos. Por eso hoy queremos hacer política, es lo único que pedimos. ¿Es muy difícil que nos dejen hacer eso?”, se pregunta Katerin con un dejo de pesar en su voz que trata de disimular con una sonrisa amplia.
Hacia las 5 de la tarde, Pedro, un guerrillero de prominente bigote, toma el micrófono y anuncia que la actividad ha terminado. Quienes deseen irse, lo pueden hacer a partir de ese momento. Los que se queden, podrán disfrutar de la música hasta las 8 de la noche.
Cuando se acerca la hora fijada por Pedro para poner fin a la vigilia, Katerin invita a todos los presentes a encender una vela y, por medio de arengas, invita a mantener vivo el acuerdo de paz y, una vez más, a sostener el cese al fuego bilateral.
“Acuerdo definitivo, ¡ya! ¡Qué viva la paz! ¡Queremos vivir en un país en paz! ¡Reconciliémonos! ¡Que se mantenga el cese al fuego bilateral! ¡Nos merecemos vivir en un país diferente!”, fueron las últimas palabras que Katerin pronunció antes de que las cerca de 400 personas que aún permanecían en la zona a esa hora, pasaran a comer arroz, papa, plátano, yuca y atún.
‘Nos faltó comida para atender a tantas personas’
Katerin Avella, la guerrillera que estuvo al frente de la actividad y fue el enlace con los medios de comunicación allí presentes, jamás pensó que fuera a llegar tanta gente, al punto de que algunas personas se quedaran sin comer.
“Esta convocatoria nos desbordó. Creemos que nos acompañaron más de 1.500 personas. Para atenderlas a todas matamos 3 novillas, 3 cerdos, 100 pollos y aun así no nos alcanzó. Es increíble y muy emocionante ver a tanta gente aquí con nosotros”, reconoció.
La guerrillera, con más de 28 años en las filas de las Farc, enfatizó que lo que se vio durante la actividad, es lo que son como guerrilla.
“Nuestra vida es así, sencilla. No es fácil vivir en la selva, esto conlleva muchas dificultades, pero en medio de todo nos la arreglamos para compartir lo que conseguimos y eso es lo que hemos hecho hoy (el lunes), compartir con todos los que llegaron lo poco que tenemos”, señaló.
Hacia las 7 de la noche, un grupo de 8 guerrilleros volvió a convocar hacia la zona donde se estaban repartiendo los alimentos.
Para la cena, el menú fue un poco ‘más ligero’. Arroz, mucho arroz, papa, plátano, yuca y atún, invadieron los platos de las 400 personas que, a esa hora, aún permanecían en la vigilia.
(‘Jayson’ fue el guerrillero que ganó el concurso de baile de carranga que se hizo durante la jornada.| Foto: Edinsson Figueroa)
‘Ayúdenme a encontrar a Henry, ¡por favor!’
Uno de los momentos más emotivos de la vigilia por la paz que se vivió el lunes en la vereda San Isidro de Tibú, fue cuando Elibeth Murcia, esposa de Henry de Pérez, el líder de La Gabarra que ya completa 9 meses desaparecido, tomó el micrófono y con la voz entrecortada, les dijo a los guerrilleros de las Farc que estaban allí presentes, que los perdonaba.
“El próximo 4 de noviembre mi hermano, asesinado por ustedes, cumple 16 años de muerto. Yo soy víctima directa de esta guerra, víctima directa de ustedes, pero los perdono. En mi corazón no hay cabida al odio ni el rencor”, dijo Elibeth, visiblemente afectada.
Luego, invitó a Reinel Páez, el líder de los guerrilleros del Frente 33 que allí estaban reunidos, para que la acompañara en la tarima desde donde se dirigía a todos los presentes.
“Quiero que usted me ayude a encontrar a Henry, por favor. Que me diga qué fue lo que pasó con él”. Y ante el asombro de los que la observaban en absoluto silencio, lo abrazó.
Reinel, hombre de pocas palabras y que evitó en todo momento tomar el protagonismo de la actividad, le dijo que, si bien ellos no tenían a Henry, le iba a ayudar a averiguar qué había pasado con él.
Elibeth, que había llegado hasta la vereda San Isidro en compañía de la Pastoral Social de Tibú, salió de la zona minutos después de su intervención.