El sábado fue la última vez que las Farc entraron armadas a una iglesia de Norte de Santander. Sucedió en el corregimiento de Campo Dos, Tibú, cerca del mediodía.
Hacia las 10:30 de la mañana, los 80 guerrilleros que permanecían preagrupados desde hacía seis meses en la vereda San Isidro de ese corregimiento del municipio petrolero, habían iniciado su desplazamiento hacia la Zona Veredal Transitoria de Normalización de Caño Indio, en una caravana que iba encabezada por el vehículo de la Pastoral Social de Tibú, y al que le seguían 15 camionetas, 12 de las cuales iban ocupadas por los guerrilleros, y tres más en las que viajaban los representantes del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (compuesto por delegados de la ONU, las Farc y el Gobierno) y uniformados de la Unidad Policial para la Edificación de la Paz (Unipep).
Al arribar a Campo Dos, la caravana se detuvo frente a la parroquia Santa María, una humilde iglesia en la que tres frailes dominicos, ataviados con su característico hábito, aguardaban a los guerrilleros.
El repicar constante de las campanas invitó a los habitantes de este lugar a acudir a la cita histórica entre Dios y la guerrilla. En cuestión de minutos, decenas de personas, celular en las manos, arribaron a la iglesia y con cara de sorpresa, fueron testigos de la que sería la última vez que las Farc, como grupo armado, entrarían a la Casa de Dios a orar.
“¡A misa guerrilleros!, gritaba con voz potente Willy, un subversivo que, portando una boina negra con la imagen del Che Guevara, se destacaba entre la multitud a pesar de sus 1.60 metros de estatura.
Uno a uno, los guerrilleros fueron saludando al fraile que los esperaba a la entrada de la parroquia. Apretón de manos para los hombres y besos para las mujeres, el sacerdote dominico, con una sonrisa que jamás desapareció de su rostro, recibió a los ‘hermanos en Cristo’ que no se despojaron de sus fusiles y pistolas para entrar al encuentro con Dios.
Luego del recibimiento, el superior de los frailes en este lugar invitó a los guerrilleros, contrario a lo que dicen las Escrituras de que los últimos serán los primeros, a sentarse en las bancas de adelante de la iglesia.
“Sean bienvenidos a su casa. Nos alegra que ustedes, como peregrinos, vengan a ponerse bajo la protección de la Virgen María”, fueron las palabras que abrieron el momento de oración que los dominicos tenían preparado para los guerrilleros.
“A los que son creyentes y a los que no, muchas gracias por este gesto de paz”, continuó el sacerdote, que desde el púlpito sonreía a los hombres y mujeres que, con sus impecables uniformes verde oliva, observaban atentos.
Los guerrilleros, conscientes de la solemnidad que el momento tenía, introdujeron, de manera espontánea, una bandera blanca que el fray Juan David Montes les había entregado a la salida de San Isidro, en la punta de sus fusiles.
De las palabras que el padre dirigió a los presentes, llamó poderosamente la atención el énfasis que hizo en la apuesta que esa parroquia, inmersa en una zona de conflicto desde hace muchos años, hizo por el tema de la paz.
“Nosotros le apostamos a decirle ‘sí a la paz’. Hicimos una campaña, arriesgándonos incluso en un contexto en el que la iglesia no tomó partido de manera clara”, sostuvo el sacerdote.
Esa apuesta, incluso, quedó plasmada en dos grafitis que adornan la entrada de la iglesia: ‘Vamos todos por la paz’ y ‘Sí a la paz’.
“Dios cree en ustedes y estoy seguro de que les agradece este gesto de querer construir un nuevo país, de apostarle y arriesgarse a emprender un nuevo camino, un camino de paz y reconciliación”, prosiguió el fraile.
Luego, e invitando a Reinel, el comandante de este grupo de guerrilleros, a fundirse en un abrazo ‘que conectara los corazones’, el padre pidió a los presentes, subversivos y habitantes de Campo Dos, a fundirse en un solo abrazo que lograra ‘cambiar al odio por amor; la violencia por paz’.
“La apuesta es porque ahora seamos ‘traficantes de paz’. Porque traficar significa llevar de un lugar a otro algo y ese algo que queremos que ustedes lleven a todos partes, es la paz”, finalizó diciendo el fraile, a la par de que invitaba a los guerrilleros a encender una vela para dejarla, después de pedir un deseo, en el santuario de la virgen.
Pasados veinte minutos, los guerrilleros se despidieron de aquellos tres humildes sacerdotes y volvieron a subirse en las camionetas que, 5 horas después, los dejarían en Caño Indio, donde se espera que pasados seis meses, todos los que allí entraron vistiendo camuflado y portando fusiles, salgan de civil y con una maleta llena de nuevos sueños y apuestas por lograr.