Cuando Karen Yurliana Balaguera Fernández mira sus manos engrasadas y sucias sabe que está viviendo un día más desde que echó andar sobre las huellas de su padre. Ella creció entre herramientas, llantas, motos y carros por reparar.
Hoy, con orgullo, esta joven que cursa su último grado de bachillerato vive con pasión ser la montallanta en el local de mecánica de su familia, ubicado en el barrio Chapinero de Chinácota, en donde ella es la única mujer.
Karen Yurliana tiene 18 años y sus ganas de trabajar y conseguir lo que desea son como una llama al viento que no se apaga. Tiene una entereza en su mirada. Su sonrisa es tímida pero su fuerza está al hablar. Es decidida, segura y dispuesta a crecer hasta donde los sueños se le acaben.
Desde pequeña admiraba el trabajo de su papá Jairo Omar Balaguera, es la segunda de cuatro hijos y es la única que se esmera por ir a la universidad. Decidió dedicarse del todo al taller de mecánica cuando al inicio de la pandemia no pudo continuar laborando como mesera, tras las restricciones dadas por el gobierno de aislamiento total.
“Los restaurantes cerraron pero yo debía conseguir para pagar la validación de mi estudio y ahí fue cuando mi papá, quien siempre ha sido mi ejemplo, me guió para aprender”, contó ella.
Su inicio
Lo primero que aprendió Karen fue a calibrar las llantas, luego tuvo que encontrarle el truco a la parchada de llantas, empezó con las de motos, siguió con la de carros y no quiere parar.
“Sueño con ir a la universidad, quiero prepararme en ingeniería mecatrónica. Esto es un arte que me disfruto y aunque todos quienes vienen, ven mi trabajo y me felicitan por hacerlo bien, yo no quiero conformarme, quiero saber más”, recalcó.
Cada mañana el despertador suena a las 5:40 de la mañana en el barrio Villa Real, de ese municipio, donde ella reside con la mamá.
Entre días alterna sus dos overoles azules, siempre lleva las mismas botas marrones y la variación está en hacerse una moña alta en su pelo y usar gorra o llevar dos trenzas.
A las 6:30 a. m. ya inicia su jornada y empieza a ‘guerrear’, como ella misma lo dice.
“No hay que acomplejarse porque los trabajos no tienen género. Hay muchísimas maneras de salir adelante sin pena. La gente de Chinácota me conoce pero los turistas no y, cuando llegan al taller, se les nota en la cara lo extraño que es verme con el overol y llena de grasa”, narró.
Su otro trabajo
Para Karen su sacrificio no termina entre aceites y herramientas, cuando llega el viernes a un lado quedan los lubricantes, parches, llantas, bujías. Ese día sus uñas van a limpieza. La razón obedece a que cada sábado y domingo atiende clientes en un restaurante y su prioridad es una excelente presentación personal.
“He sido mesera desde que tengo 16. Ese es mi otro trabajo y lo cumplo con honradez. Lo cierto es que salgo muy poco porque el tiempo que me queda es para hacer los trabajos del colegio. Mis amigos dicen que soy una chica aburrida”, recalcó entre risas.
Gracias a su empeño y a sus ahorros Karen compró su propia motocicleta, pero desea mucho más.
“Mis padres, aunque separados, no me quieren ver estancada, me animan a estudiar. Mi papá me repite mucho que aprendo rápido y lo que percibo es esa sensación de que anhela que la alumna supere al maestro”, contó Karen.
Para don Jairo, su hija ha respondido a la confianza que le ha otorgado y hasta el liderazgo de ser quien ella quede a cargo.
“Recientemente me operaron y como ella es toda activa quedó a cargo del taller y al tanto de los ayudantes. Esa fue una prueba en la que demostró su responsabilidad y todo lo que le he enseñado”, dijo el papá.
Karen sigue ahorrando para pagarse su carrera universitaria. Por ahora trabaja para ella pero sueña con que pueda darle una casa propia a su papá.
“Deseo que cuando ya mis padres no tengas fuerzas para trabajar yo pueda brindarles tranquilidad. Viéndolos en su casa sin afanes será mi mayor satisfacción”, dijo Karen.
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