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Música, maestro
Camilo y Carlos son diseñadores gráficos, pero uno es el guitarrista y el otro es el del bajo.  Alejandro es el del piano, a pesar de que es abogado. El baterista es un comunicador social y el de las congas es profesional en Comercio exterior. Todos son muchachos. Recién desempacados de la Universidad. Alegres. Descomplicados. Irreverentes. De afro, uno. Con aretes, otro.   Con el arte en la sangre, todos, y el entusiasmo a flor de piel, los cinco…
Lunes, 10 de Noviembre de 2014
Camilo y Carlos son diseñadores gráficos, pero uno es el guitarrista y el otro es el del bajo.  Alejandro es el del piano, a pesar de que es abogado. El baterista es un comunicador social y el de las congas es profesional en Comercio exterior. Todos son muchachos. Recién desempacados de la Universidad. Alegres. Descomplicados. Irreverentes. De afro, uno. Con aretes, otro.   Con el arte en la sangre, todos, y el entusiasmo a flor de piel, los cinco…

Se llaman “La Lamia latin”, un nombre rebuscado que se toparon en la mitología greco-latina y que acomodaron a su conjunto musical. El nombre tiene origen de miedo. Algunos de ellos estudiaban en Pamplona y cierta noche, cuando regresaban de alguna rumba, oyeron que alguien los seguía en la oscuridad de una calle. Se detuvieron, pero la calle estaba vacía. Sólo ellos. Siguieron andando, y el fantasma, detrás. Corrieron, y el espanto tras ellos. Cuando llegaron a la residencia, pálidos, temblorosos, y a punto de un desmayo, comprobaron que la calle seguía sola.

-Es la Lamia –dijo uno de ellos, que esa mañana, en la Universidad había escuchado hablar de ella, un ser mitológico, mitad mujer y mitad serpiente.

De ahí en adelante, cada vez que salían de noche en grupo, ellos sabían que la Lamia iba con ellos. La escuchaban. La sentían. Oían su respiración. Cerca de ellos. Pero no para hacerles daño, sino para traerles buena suerte.

Cuando en Cúcuta decidieron conformar un grupo musical y buscaban un nombre, no lo pensaron mucho. Serían la  Lamia. Y fueron Lamia. Le añadieron la palabra Latin, por el origen latino de la leyenda. Y son la Lamia Latin. Hoy por hoy, el mejor conjunto de son cubano y salsa que hay en la ciudad y en el departamento y en el oriente colombiano.

Los escuché la primera vez en la Feria del Libro de este año, en Bogotá, la noche de la nortesantandereanidad, en que Julio García Herreros reúne la colonia nortesantandereana residente en la capital y  les brinda el mejor espectáculo de la feria, con productos autóctonos nuestros: músicos nuestros, escritores nuestros, pastelitos de  garbanzo nuestros, colaciones nuestras. Y aguardientico nuestro.

Allí conocí a los Lamia, y bailé, como todo el mundo, con su ritmo sabroso y pegajoso. Alguien me dijo esa noche: “Esos sardinos tienen un futuro brillante como músicos”. Y no se equivocó.  Acaban de ser nominados al Premio “Vive nuestra música”, de la Gobernación del departamento, junto a otros grupos de larga trayectoria. Pero ellos esperan que sus seguidores los acompañarán con el voto virtual, que es el que cuenta.

Y no podía ser de otra manera. Por algo fueron seleccionados en el reciente festival de Cartagena “Voces del jazz y del Caribe”, entre un total de más de cien participantes, en el que había grupos de Colombia, Venezuela y Argentina. Fueron dieciocho los escogidos, y los Lamia, entre ellos, haciendo quedar bien a Cúcuta y Norte de Santander, aunque no llevaban apoyo oficial. Pero donde quiera que van, ellos se muestran orgullosamente nortesantandereanos.

Ahora preparan un concierto, que darán en diciembre, en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero, junto con poetas de la Asociación de Escritores de Norte de Santander, que leerán poemas navideños. Los Lamia Latin se encargarán de la fiesta y de ponernos a rumbear. El lleno total está garantizado porque pocas veces una agrupación de su calidad se presenta en la ciudad. Y porque en ocasiones sí hay profetas en su tierra.  Allá nos veremos para gritarles en el furor de la alegría: “¡Otra, otra, otra!  ¡Eso es música, maestro¡”.   

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