Sábado, 30 de Marzo de 2013
Entre las muchas reflexiones que por estos días habitualmente se hacen en las que hay espacio para pensar en diversos temas, siempre nos encontramos con el tema de la ciudad y la región, pensamos en su crisis, en la última cifra del 19.1% de desempleo aportada por el DANE, las pocas salidas que se ven para solucionarla, e igual hacemos una reflexión en el tema de la violencia en donde ahora aparecen indicios de la presencia de carteles de otros países que nos acechan, y también repasamos la cifra del crecimiento de la economía que causa más preocupación que alivio cuando escuchamos que uno de los sectores que más la impulsó fue el sector financiero, como si la riqueza de los bancos se distribuyera, mientras la agricultura que representa nuestro sector más importante, sigue mal, e inevitablemente dentro de estas reflexiones, todos estamos expectantes con el curso que en los próximos días tome el tema de la paz, porque lo único cierto es que si no la logramos ahora, quedaremos en el peor de los mundos por mucho tiempo.
Seguramente lo más preocupante de los diálogos de La Habana es la forma como el país se está polarizando alrededor del tema, entre los que creen que sí se puede llegar a un escenario viable, y los que se oponen a ella al precio que sea, como en estos días lo hiciera el expresidente Pastrana a quien ni siquiera le interesó enviar un mensaje negativo en semana Santa. La historia de nuestra violencia nos muestra que la misma surgió en los años 40, cuando nuestro campesino fue engañado por la clase política que le hizo creer que le iría a entregar las tierras para que las cultivaran, y para ello el presidente López Pumarejo que creyó en esa posibilidad, hizo aprobar la ley de tierras en 1.936, pero cuando en los años 40 se fue a implementar, los terratenientes no lo permitieron y la clase política fue débil e históricamente inferior a las circunstancias. Ese engaño fue el comienzo de las guerrillas de los años 40 y 50, cuando algunos que fueron campesinos como “Sangre Negra” y “Desquite” y otros más, comienzan a azotar el campo, y a finales de los años 50 aparece otro campesino llanero, Guadalupe Salcedo, a quien le hicieron creer que la paz era posible, y también fue engañado y cualquier día aparece asesinado en una calle de la capital. Esa es parte de la historia que trata de restablecerse en La Habana.
Sin duda que los diálogos de paz en este momento presenta a mi juicio tres amenazas que de no superarse, nos colocaría a los colombianos como en uno de esos cuentos de Borges en los que se pasa de la realidad a la ficción en cualquier momento, y así, de fracasar, por lo menos esta generación habremos vivido la paz más como una ficción que como una posibilidad. La primera amenaza es la de entender que las zonas de reserva campesina sí son necesarias, no con autonomía administrativa y política como se ha especulado. No entenderlo, sería un fracaso. A la guerrilla hay que darle alguna posibilidad de convivencia posible. El segundo gran tema es la forma de garantizar su participación política abriéndose el espacio para que la UP recupere su personería. Sin duda la amenaza que más preocupa en este momento es el entorno electoral en el que se desarrollan los diálogos, porque hay quienes le apuestan al fracaso de ese proceso, porque de ser exitoso, el presidente tendría asegurada su reelección y pasaría a la historia como quien logró pacificar al país. Muchos odios y cicatrices hay de por medio para que los colombianos algún día podamos vivir sin violencia.
Seguramente lo más preocupante de los diálogos de La Habana es la forma como el país se está polarizando alrededor del tema, entre los que creen que sí se puede llegar a un escenario viable, y los que se oponen a ella al precio que sea, como en estos días lo hiciera el expresidente Pastrana a quien ni siquiera le interesó enviar un mensaje negativo en semana Santa. La historia de nuestra violencia nos muestra que la misma surgió en los años 40, cuando nuestro campesino fue engañado por la clase política que le hizo creer que le iría a entregar las tierras para que las cultivaran, y para ello el presidente López Pumarejo que creyó en esa posibilidad, hizo aprobar la ley de tierras en 1.936, pero cuando en los años 40 se fue a implementar, los terratenientes no lo permitieron y la clase política fue débil e históricamente inferior a las circunstancias. Ese engaño fue el comienzo de las guerrillas de los años 40 y 50, cuando algunos que fueron campesinos como “Sangre Negra” y “Desquite” y otros más, comienzan a azotar el campo, y a finales de los años 50 aparece otro campesino llanero, Guadalupe Salcedo, a quien le hicieron creer que la paz era posible, y también fue engañado y cualquier día aparece asesinado en una calle de la capital. Esa es parte de la historia que trata de restablecerse en La Habana.
Sin duda que los diálogos de paz en este momento presenta a mi juicio tres amenazas que de no superarse, nos colocaría a los colombianos como en uno de esos cuentos de Borges en los que se pasa de la realidad a la ficción en cualquier momento, y así, de fracasar, por lo menos esta generación habremos vivido la paz más como una ficción que como una posibilidad. La primera amenaza es la de entender que las zonas de reserva campesina sí son necesarias, no con autonomía administrativa y política como se ha especulado. No entenderlo, sería un fracaso. A la guerrilla hay que darle alguna posibilidad de convivencia posible. El segundo gran tema es la forma de garantizar su participación política abriéndose el espacio para que la UP recupere su personería. Sin duda la amenaza que más preocupa en este momento es el entorno electoral en el que se desarrollan los diálogos, porque hay quienes le apuestan al fracaso de ese proceso, porque de ser exitoso, el presidente tendría asegurada su reelección y pasaría a la historia como quien logró pacificar al país. Muchos odios y cicatrices hay de por medio para que los colombianos algún día podamos vivir sin violencia.