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Asalto a la obra de Víctor M. Guerrero
Historia contemporánea.
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Sábado, 10 de Julio de 2021

Durante el siglo XX emergieron de estas tierras, inolvidables genios en todas las artes. Grandes maestros, músicos, compositores, poetas, pintores, son exponentes dignos de recordar y de ensalzar por sus virtudes y sus aportes, no solo a su tierra sino al universo de las musas y las inspiraciones. Las artes han sido factores fundamentales para formar y conservar la esencia de la cultura y la identidad de los pueblos.

Por esta razón es necesario preservar sus obras para que las generaciones futuras las conozcan y se enorgullezcan. La presente crónica trata de uno de esos casos tristes, que por fortuna pudo detenerse a tiempo y evitar que la fortuna artística de uno de los exponentes de la música nortesantandereana se disipara entre las manos criminales de unos miserables y mezquinos rufianes que estuvieron a punto de dejar sin ese legado a sus legítimos herederos.

Pareciera innecesario recordar al maestro Víctor Manuel Guerrero, pero las circunstancias lo imponen para que mis noveles lectores, si no lo conocen, por lo menos tengan una mínima noción de su arte y la trascendencia que de él se deriva en esta región. Antes de narrar el infortunado suceso diremos que el maestro Víctor M. Guerrero nació en Salazar de la Palmas en 1888 y desde muy pequeño se inició en el estudio de los instrumentos de cuerda, violín, guitarra, tiple, etc. Viajó adolescente a Cúcuta y perfeccionó su arte con los grandes maestros de la época, entre ellos Elías M. Soto, quien lo recomendó para integrar la Banda del Departamento. En 1909 regresó a Salazar y a la muerte de su padre asumió la dirección de la Banda Musical del pueblo. Adquirió merecida fama al ganar el Concurso Departamental de Bandas, lo cual le permitió realizar múltiples representaciones en poblaciones de Colombia y Venezuela y dedicarse más tranquilamente a la composición, que era una de sus principales pasiones. En la década de los años cuarenta le pico el gusanillo de la política y por el respeto que la población le prodigaba, fue escogido para presidir el directorio liberal de su pueblo natal, sin embargo, aún en reconocimiento de sus pergaminos, no se escapó de la violencia partidista que azotaba por ese tiempo el país y tuvo que exiliarse, en esta ocasión, en Venezuela. De regreso a su tierra dirigió la banda municipal Sucre de Lobatera, en Durania, desde 1949 a 1950. En los últimos años de su vida fue distinguido como director honorario del Conservatorio de Música de Cúcuta y de la Banda Departamental, iniciativa emprendida por el reconocido director, el maestro Pablo Tarazona Prada, uno de sus grandes amigos.

En la actualidad existen en Salazar, la banda Víctor M. Guerrero en su homenaje, quien junto a Luis Uribe Bueno, son el orgullo de esta tierra del departamento y de Colombia. También funciona allí,  la Casa de la Cultura Víctor M. Guerrero y la Biblioteca  Pública,  fundada  en 1983 y aprobada por Acuerdo del 31 de Agosto de 2003.

Entre sus principales composiciones se destacan, pasillos como El Inmortal, A orillas del Zulia, Mujeres bellas y Albores de junio. Otros ritmos como, Quiéreme mucho, Ausencia, Sol de oriente, Canto de amor, A mis colegas y la Carcajada del burro y muchos más que integran una gran colección.

Pues bien, nuestra crónica sobre los hechos, poco conocidos del frustrado despojo que unos individuos deshonestos, quisieron hacerle al maestro en los días cercanos a su deceso, fueron narrados por su propio hijo, quien ignorante de los hechos, coincidencialmente los conoció oportunamente, logrando frustrar su cometido.

En diciembre de 1956, el maestro Guerrero presentó fuertes dolores de pecho, razón por la cual tuvo que ser internado en el Hospital San Juan de Dios. Atendido por uno de sus paisanos, el doctor Alberto López García, estuvo recluido en la Unidad de Pensionados, pieza No.1 del primer piso, mientras era sometido a los exámenes de rigor para decidir el tratamiento al cual sería sometido y por el cardiólogo Julio Mario Rodríguez. Algunos de sus amigos más cercanos habían venido desde Salazar a acompañarlo y desearle un pronto restablecimiento, pero también llegaron unos sujetos que, según las expresiones de su hijo Manuel Guillermo Guerrero Villamizar, los calificó de “trashumantes sin Dios ni ley”.

Esos sujetos que se decían amigos del maestro,  concibieron una maligna y a la vez, audaz idea. Llegaron hasta su habitación del Hospital, en la mañana de un día de diciembre para proponerle que se despojara de su valor espiritual, de su arte, de su vida, de su música y les diera en cesión, a título de venta, (pero sin estipular su valor) los derechos sobre todas sus composiciones musicales comprendidas desde 1910 hasta la fecha (1956), con el fin de explotarlas comercialmente como representantes legales que serían una vez se firmara el documento.

El compromiso que supuestamente adquirían con la firma del documento, era el de repartir de una forma voluntaria y en partes proporcionales, los derechos que recibieran, entre los herederos reconocidos, que para el momento era solamente Manuel Guillermo, quien había sido registrado como su hijo legítimo por Escritura Pública No. 2910 del 24 de diciembre de 1956, expedida en la Notaría Segunda de Cúcuta.

Los sujetos le habían asegurado al maestro que su hijo estaba de acuerdo y que podían elaborar la póliza o proforma para que la firmara. Manuel Guillermo que ignoraba por completo la maniobra que se urdía, casualmente pasaba por la Notaría cuando los individuos estaban revisando el borrador del documento. Curioso por saber lo que ocurría, al verlo entrar la sorpresa se apoderó de los delincuentes y emprendieron la huida.

Ya en el hospital el heredero no pudo informar a su padre sobre el oscuro asunto que habían tramado, pues se encontraba sedado por efecto de los medicamentos que le habían aplicado, así que tuvo que esperar hasta el día siguiente cuando le comunicó a su progenitor los desagradables hechos. La mayor preocupación sobre el destino de sus derechos era que servían de sostenimiento para dos de sus parientes más cercanos, su hermano Juan, discapacitado visual y su hermana Eufemia Guerrero de Acevedo, quienes se hubieran quedado sin recursos para sobrevivir. Manuel Guillermo no tenía problemas económicos toda vez que trabajaba  como Jefe de Sección en la Caja Nacional de Previsión.  El Maestro falleció pocos días después.

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