Sábado, 30 de Agosto de 2014
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La Opinión hace un recuento de lo que ha sido el conflicto entre Israel y Palestina desde 1948 hasta el presente año.~
El 13 de mayo de 1948 marca el inicio del conflicto palestino-israelí, cuando el Estado de Israel declaró su independencia y los judíos comenzaron a ocupar la tierra cedida por las Naciones Unidas para su asentamiento, desplazando a los palestinos que vivían en ese territorio.
Al siguiente día, Libano, Siria, Transjordania, Egipto e Irak, le declararon la guerra a Israel e intentaron invadirlo, inconformes con el plan de partición de la ONU. Muchas otras guerras, batallas y confrontaciones se han sucedido desde entonces con miles de muertos y unos pocos tratados de paz, que no han alcanzado para traer la convivencia entre las dos naciones.
La soberanía de la franja de Gaza y Cisjordania, el reconocimiento de Israel y Palestina y de su derecho a existir y vivir en paz al abrigo de amenazas y actos de fuerza, el estatus de una zona de la ciudad de Jerusalén, de las granjas de Shebaa y de los Altos del Golán, así como los asentamientos israelíes, son todavía los temas que ocasionan que algunas veces el conflicto escale trayendo más destrucción y odio entre las partes.
Desde hace 23 días, el conflicto escaló causando más de 1.100 muertos del lado palestino y unos 50 israelíes. Israel ha bombardeado la franja de Gaza buscando destruir la infraestructura del grupo Hamas, declarado como terrorista por la comunidad internacional, y según lo que ha anunciado, lo está logrando, pero a costas de centenares de vidas de mujeres, niños y hombres inocentes. Sembrando así las semillas para los futuros luchadores contra el mismo estado de Israel y haciendo el conflicto aún más difícil de solucionar.
Shira Zamir, una judía que vive en Estados Unidos y estuvo en Israel hace un par de semanas, al comienzo de la escalada del conflicto actual, cuenta cómo es vivir bajo el miedo de los misiles.
Otro verano, otra guerra entre Israel y los palestinos, entre los Judios y árabes, entre quienes se benefician de la violencia y los que luchan por llevar una vida normal y criar a sus hijos en paz.
Regresé recientemente de mis vacaciones en Israel que se habían programado mucho antes de que estallara la guerra. Las primeras dos semanas fueron maravillosos: visité familia, vi a viejos amigos, disfruté de una comida deliciosa y caminé a lo largo de la costa mediterránea. El país estaba pendiente de la Copa Mundial de fútbol, al igual que el resto del mundo. En el fondo, las tensiones aumentaban a medida que Israel buscaba tres chicos adolescentes que habían sido secuestrados. Cuando me senté con mi familia en Haifa para ver un partido de fútbol, nos enteramos de que los niños habían sido asesinados y que los sospechosos eran palestinos. Un sentimiento de temor creció dentro de mí porque sabía que la situación empeoraría rápidamente. Hubo llamados de venganza y un niño palestino adolescente que agarraron en las calles fue quemado vivo. Los sospechosos eran judíos.
Los políticos llamaron a la calma pero la situación ya había comenzado a salirse de control. El odio en ambos lados, que a menudo hierve a fuego lento bajo la superficie, se estaba desbordando. Los árabes comenzaron a amotinarse en las calles. Por otro lado, mi prima judía, que vive en el norte del país, se unió con sus vecinos árabes a declarar públicamente que creen en la paz y que se niegan a ser enemigos.
Mis vacaciones continuaron, pero la situación se empeoró rápidamente a medida que Hamas lanzaba más cohetes contra Israel dirigidos a grandes ciudades como Tel Aviv y otras ciudades importantes. Yo había alquilado un apartamento en la ciudad para la última semana de mi viaje para disfrutar de la animada vida nocturna, las tiendas y las playas.
Desafortunadamente en mi segundo día allí, una sirena de ataque aéreo se disparó, lo que indicaba que un misil se dirigía hacia la zona. Salí corriendo hacia unas escaleras donde se encontraban otros residentes del edificio y esperé por la explosión del sistema antimisiles, lo que a su vez significa que podíamos regresar a nuestros apartamentos. Esto sucedió muchas veces mientras estaba en Tel Aviv: mientras dormía, me despertaba una sirena, corría, temblando a la planta baja del edificio; mientras caminaba por la playa, la sirena sonó y me encontré con un refugio antiaéreo cerca, rodeada de turistas de todo el mundo. Cada momento que esto sucedía me preguntaba si sería la última vez, si iba a morir.
Aunque traté de disfrutar el resto de mis vacaciones, muchas personas no se atrevían a salir de sus casas y las calles estaban mucho más solitarias y calmadas de lo habitual. Los viajes familiares fueron cancelados y mis primos luchaban por mantener a sus hijos ocupados al tener que estar todo el día en sus casas, temerosos de los misiles. En mi última noche en Israel, me quedé con mi primo y sus dos hijos pequeños. Su esposo, de la reserva militar, acababa de ser llamado para entrar en servicio cerca a Gaza, a medida que Israel se preparaba para la ofensiva.
Los niños estaban muy preocupados e inquietos. En la noche, los llevamos a un parque cercano para que se distrajeran y quemar algo de energía. De pronto las sirenas sonaron, nos tiramos al piso y nos cubrimos nuestras cabezas. Sonaban muy duro, lo que indicaba que el ataque era cercano y parecían no tener fin mientras pensaba que no iba a ser capaz de proteger a estos niños inocentes si cayera un misil. Mientras esperábamos que el sonido se detuviera, mi pequeña primo se preguntaba del por qué esta guerra, del por qué no podíamos reconstruir un mundo sin guerra, del por qué no podíamos construir un jardín del Edén. No hubo buena respuesta.
Al día siguiente salí del país, porque mis vacaciones habían terminado y tengo la suerte de vivir en Estados Unidos. Cuando escucho una ambulancia que suena como una sirena, pienso en los niños israelíes que no entienden por qué tienen que pasar sus vacaciones en los refugios antiaéreos, y no entienden por qué alguien está tratando de matarlos. Pienso en los niños palestinos que están muriendo en desmesuradamente grandes números, y en los que no tienen dónde esconderse mientras sus casas están siendo destruidas en esta guerra. Tampoco entienden por qué los líderes de Israel y Palestina no pueden ponerse de acuerdo sobre una solución política a este conflicto. Ellos no entienden por qué el ciclo de violencia debe continuar. Yo tampoco lo entiendo.

La Opinión hace un recuento de lo que ha sido el conflicto entre Israel y Palestina desde 1948 hasta el presente año.~
Un conflicto de 66 años y muchas muertes
El 13 de mayo de 1948 marca el inicio del conflicto palestino-israelí, cuando el Estado de Israel declaró su independencia y los judíos comenzaron a ocupar la tierra cedida por las Naciones Unidas para su asentamiento, desplazando a los palestinos que vivían en ese territorio.
Al siguiente día, Libano, Siria, Transjordania, Egipto e Irak, le declararon la guerra a Israel e intentaron invadirlo, inconformes con el plan de partición de la ONU. Muchas otras guerras, batallas y confrontaciones se han sucedido desde entonces con miles de muertos y unos pocos tratados de paz, que no han alcanzado para traer la convivencia entre las dos naciones.
La soberanía de la franja de Gaza y Cisjordania, el reconocimiento de Israel y Palestina y de su derecho a existir y vivir en paz al abrigo de amenazas y actos de fuerza, el estatus de una zona de la ciudad de Jerusalén, de las granjas de Shebaa y de los Altos del Golán, así como los asentamientos israelíes, son todavía los temas que ocasionan que algunas veces el conflicto escale trayendo más destrucción y odio entre las partes.
Desde hace 23 días, el conflicto escaló causando más de 1.100 muertos del lado palestino y unos 50 israelíes. Israel ha bombardeado la franja de Gaza buscando destruir la infraestructura del grupo Hamas, declarado como terrorista por la comunidad internacional, y según lo que ha anunciado, lo está logrando, pero a costas de centenares de vidas de mujeres, niños y hombres inocentes. Sembrando así las semillas para los futuros luchadores contra el mismo estado de Israel y haciendo el conflicto aún más difícil de solucionar.
Shira Zamir, una judía que vive en Estados Unidos y estuvo en Israel hace un par de semanas, al comienzo de la escalada del conflicto actual, cuenta cómo es vivir bajo el miedo de los misiles.
Ansiedad en vacaciones
Otro verano, otra guerra entre Israel y los palestinos, entre los Judios y árabes, entre quienes se benefician de la violencia y los que luchan por llevar una vida normal y criar a sus hijos en paz.
Regresé recientemente de mis vacaciones en Israel que se habían programado mucho antes de que estallara la guerra. Las primeras dos semanas fueron maravillosos: visité familia, vi a viejos amigos, disfruté de una comida deliciosa y caminé a lo largo de la costa mediterránea. El país estaba pendiente de la Copa Mundial de fútbol, al igual que el resto del mundo. En el fondo, las tensiones aumentaban a medida que Israel buscaba tres chicos adolescentes que habían sido secuestrados. Cuando me senté con mi familia en Haifa para ver un partido de fútbol, nos enteramos de que los niños habían sido asesinados y que los sospechosos eran palestinos. Un sentimiento de temor creció dentro de mí porque sabía que la situación empeoraría rápidamente. Hubo llamados de venganza y un niño palestino adolescente que agarraron en las calles fue quemado vivo. Los sospechosos eran judíos.
Los políticos llamaron a la calma pero la situación ya había comenzado a salirse de control. El odio en ambos lados, que a menudo hierve a fuego lento bajo la superficie, se estaba desbordando. Los árabes comenzaron a amotinarse en las calles. Por otro lado, mi prima judía, que vive en el norte del país, se unió con sus vecinos árabes a declarar públicamente que creen en la paz y que se niegan a ser enemigos.
Mis vacaciones continuaron, pero la situación se empeoró rápidamente a medida que Hamas lanzaba más cohetes contra Israel dirigidos a grandes ciudades como Tel Aviv y otras ciudades importantes. Yo había alquilado un apartamento en la ciudad para la última semana de mi viaje para disfrutar de la animada vida nocturna, las tiendas y las playas.
Desafortunadamente en mi segundo día allí, una sirena de ataque aéreo se disparó, lo que indicaba que un misil se dirigía hacia la zona. Salí corriendo hacia unas escaleras donde se encontraban otros residentes del edificio y esperé por la explosión del sistema antimisiles, lo que a su vez significa que podíamos regresar a nuestros apartamentos. Esto sucedió muchas veces mientras estaba en Tel Aviv: mientras dormía, me despertaba una sirena, corría, temblando a la planta baja del edificio; mientras caminaba por la playa, la sirena sonó y me encontré con un refugio antiaéreo cerca, rodeada de turistas de todo el mundo. Cada momento que esto sucedía me preguntaba si sería la última vez, si iba a morir.
Aunque traté de disfrutar el resto de mis vacaciones, muchas personas no se atrevían a salir de sus casas y las calles estaban mucho más solitarias y calmadas de lo habitual. Los viajes familiares fueron cancelados y mis primos luchaban por mantener a sus hijos ocupados al tener que estar todo el día en sus casas, temerosos de los misiles. En mi última noche en Israel, me quedé con mi primo y sus dos hijos pequeños. Su esposo, de la reserva militar, acababa de ser llamado para entrar en servicio cerca a Gaza, a medida que Israel se preparaba para la ofensiva.
Los niños estaban muy preocupados e inquietos. En la noche, los llevamos a un parque cercano para que se distrajeran y quemar algo de energía. De pronto las sirenas sonaron, nos tiramos al piso y nos cubrimos nuestras cabezas. Sonaban muy duro, lo que indicaba que el ataque era cercano y parecían no tener fin mientras pensaba que no iba a ser capaz de proteger a estos niños inocentes si cayera un misil. Mientras esperábamos que el sonido se detuviera, mi pequeña primo se preguntaba del por qué esta guerra, del por qué no podíamos reconstruir un mundo sin guerra, del por qué no podíamos construir un jardín del Edén. No hubo buena respuesta.
Al día siguiente salí del país, porque mis vacaciones habían terminado y tengo la suerte de vivir en Estados Unidos. Cuando escucho una ambulancia que suena como una sirena, pienso en los niños israelíes que no entienden por qué tienen que pasar sus vacaciones en los refugios antiaéreos, y no entienden por qué alguien está tratando de matarlos. Pienso en los niños palestinos que están muriendo en desmesuradamente grandes números, y en los que no tienen dónde esconderse mientras sus casas están siendo destruidas en esta guerra. Tampoco entienden por qué los líderes de Israel y Palestina no pueden ponerse de acuerdo sobre una solución política a este conflicto. Ellos no entienden por qué el ciclo de violencia debe continuar. Yo tampoco lo entiendo.
