Jueves, 9 de Mayo de 2013
Esta semana el uribismo destapó sus cartas frente al proceso de paz que se adelanta en La Habana entre el Gobierno Nacional y las Farc. Y hay que decir que es sano y conveniente para la democracia colombiana que los distintos sectores políticos con influencia en la opinión nacional fijen con claridad sus posiciones ante un tema que sin duda alguna es hoy el más importante en la agenda pública del país. El Centro Democrático pasó de las frases, las declaraciones y los tweets a la presentación de un documento en el que asume claramente su oposición a la búsqueda de una salida negociada al conflicto armado.
Para empezar, el título del decálogo no coincide en nada con las ideas expresadas allí, en la medida en que lo llaman decálogo de la paz, cuando en la realidad se trata de una receta que cualquiera entiende es la indicada para no alcanzar nunca un acuerdo. Basta solo con mencionar que en la propuesta uribista para su supuesto proceso de paz, se exigiría un cese unilateral del fuego por parte de la guerrilla como condición indispensable para conversar, lo cual resulta atractivo y popular para la galería, pero totalmente inviable en la práctica. Así mismo, se plantea en el decálogo uribista que los únicos temas de conversación del estado con las Farc deberían ser las condiciones de desmovilización, desarme y reinserción de los integrantes de estos grupos, es decir, una política de sometimiento a la justicia. También en este punto se juega con el rechazo que producen en la opinión pública a las Farc, conociendo de antemano que esta guerrilla jamás aceptará una agenda de negociación de esta naturaleza y preferiría seguir combatiendo militarmente al estado, a pesar de la inferioridad evidente en la que se encuentra hoy.
Otros puntos que resultan inviables y extremistas, tienen que ver con las limitaciones a la participación en política de la guerrilla y la forma como entiende el uribismo la aplicación de los mecanismos de Justicia Transicional. Llama también la atención la oposición soterrada que se percibe en el documento a la implementación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, aunque no debería sorprendernos porque es conocida la antipatía de Uribe hacia la reparación integral a las víctimas del conflicto de este país. En fin, el uribismo ha dejado claro ante el país que no se puede hablar en Colombia, como sucedía en los anteriores procesos de paz, que todos somos amigos de la paz y que no hay enemigos de estos procesos. Hoy es evidente la oposición abierta y activa del Centro Democrático a la opción de la salida política al conflicto armado, pues no reconocen la necesidad de negociar nada con las Farc. Prefieren insistir en el aniquilamiento militar de la guerrilla, así ello signifique 10 o 20 años más de guerra y cientos de miles de víctimas más. Y en ese propósito de la extrema derecha, encuentran lamentablemente en las Farc a sus mejores aliados, en la medida en que esta guerrilla asume actitudes inaceptables para la población colombiana como la de negarse a reconocer el daño y las victimas que han causado en el país.
Queda claro entonces que el título del decálogo uribista debería ser el de la guerra y no el de la paz. Que este sector político se va a jugar a fondo en los próximos meses para dinamitar el proceso de paz en La Habana. Que sin duda hay sectores de la sociedad colombiana a quienes les interesa perpetuar la guerra para garantizar sus intereses políticos y económicos. Y frente a ellos, la inmensa mayoría que quiere la paz debe movilizarse en forma más contundente para respaldar este proceso y al tiempo exigirle a las Farc mayor sensatez y celeridad en la mesa de negociaciones. Ojalá esta guerrilla entienda por fin, que esta es su última oportunidad para pactar la paz.
Para empezar, el título del decálogo no coincide en nada con las ideas expresadas allí, en la medida en que lo llaman decálogo de la paz, cuando en la realidad se trata de una receta que cualquiera entiende es la indicada para no alcanzar nunca un acuerdo. Basta solo con mencionar que en la propuesta uribista para su supuesto proceso de paz, se exigiría un cese unilateral del fuego por parte de la guerrilla como condición indispensable para conversar, lo cual resulta atractivo y popular para la galería, pero totalmente inviable en la práctica. Así mismo, se plantea en el decálogo uribista que los únicos temas de conversación del estado con las Farc deberían ser las condiciones de desmovilización, desarme y reinserción de los integrantes de estos grupos, es decir, una política de sometimiento a la justicia. También en este punto se juega con el rechazo que producen en la opinión pública a las Farc, conociendo de antemano que esta guerrilla jamás aceptará una agenda de negociación de esta naturaleza y preferiría seguir combatiendo militarmente al estado, a pesar de la inferioridad evidente en la que se encuentra hoy.
Otros puntos que resultan inviables y extremistas, tienen que ver con las limitaciones a la participación en política de la guerrilla y la forma como entiende el uribismo la aplicación de los mecanismos de Justicia Transicional. Llama también la atención la oposición soterrada que se percibe en el documento a la implementación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, aunque no debería sorprendernos porque es conocida la antipatía de Uribe hacia la reparación integral a las víctimas del conflicto de este país. En fin, el uribismo ha dejado claro ante el país que no se puede hablar en Colombia, como sucedía en los anteriores procesos de paz, que todos somos amigos de la paz y que no hay enemigos de estos procesos. Hoy es evidente la oposición abierta y activa del Centro Democrático a la opción de la salida política al conflicto armado, pues no reconocen la necesidad de negociar nada con las Farc. Prefieren insistir en el aniquilamiento militar de la guerrilla, así ello signifique 10 o 20 años más de guerra y cientos de miles de víctimas más. Y en ese propósito de la extrema derecha, encuentran lamentablemente en las Farc a sus mejores aliados, en la medida en que esta guerrilla asume actitudes inaceptables para la población colombiana como la de negarse a reconocer el daño y las victimas que han causado en el país.
Queda claro entonces que el título del decálogo uribista debería ser el de la guerra y no el de la paz. Que este sector político se va a jugar a fondo en los próximos meses para dinamitar el proceso de paz en La Habana. Que sin duda hay sectores de la sociedad colombiana a quienes les interesa perpetuar la guerra para garantizar sus intereses políticos y económicos. Y frente a ellos, la inmensa mayoría que quiere la paz debe movilizarse en forma más contundente para respaldar este proceso y al tiempo exigirle a las Farc mayor sensatez y celeridad en la mesa de negociaciones. Ojalá esta guerrilla entienda por fin, que esta es su última oportunidad para pactar la paz.