Ubicada en uno de los últimos lugares del salón repleto de periodistas con micrófonos, cámaras y cables, Lule está sentada casi al borde de su silla, con la barbilla ligeramente levantada y una leve sonrisa dibujada en su rostro, como tratando de encontrar por encima de las cabezas de los comunicadores la cara de su hija que habla con una soltura propia en los campeones.
Sus expresiones varían de acuerdo al relato de su hija. Cuando habla del dolor que sintió después de la caída sufrida en el primer día de competencia, que por poco la deja por fuera del mundial, Lule cambia drásticamente sus gestos; frunce el ceño y pone cara de preocupación, recordando lo difícil que fue animar a su hija por teléfono, a más de 15.500 kilómetros de distancia, consolándola y pidiéndole que aceptara los designios del destino.
Luego, con un suspiro, parece voltear la página de rompe y no querer acordarse más de lo triste que fue escuchar a su hija llorar desconsolada, creyendo que su sueño se había truncado.
Cuando la historia llega a la parte más gloriosa, como lo fue la obtención de las medallas de oro, Lule cambia de nuevo su semblante; ahora sonríe desbordante de felicidad y junta sus palmas frente a su boca como quien eleva una plegaria al cielo para agradecer algo.
Laudith Garaviz Rincón, o Lule, como la conoce todo el mundo, es la mamá de la última figura consagrada del deporte nortesantandereano: Daniela Andrea Lindarte Garaviz.
Daniela, con 20 años, se convirtió hace dos semanas en la primera campeona mundial de patinaje de Norte de Santander, y, para que no quedaran dudas, lo hizo por partida doble.
El primer título en llegar fue el del relevo de los 5.000 metros, para el cual hizo equipo con Luz Karime Garzón y Andrea Cañón.
Al día siguiente llegó el que mejor sabor de boca le dejó: el oro en la maratón.
“Elías (del Valle) dijo que esa competencia iba a ser para mí, y que todas debían trabajar para que yo ganara. Tenía que salir a rematar faltando 300 metros pero al final me iba quedando sin piernas. Fue una felicidad increíble la que sentí cuando vi que había cruzado en primer lugar”, cuenta emocionada Daniela en la rueda de prensa, mientras Lule observa y escucha atentamente una historia que ya ha oído decenas de veces, pero que no se cansará nunca de recordar.
Ya en la comodidad de su casa, Laudith habla con menos temor y empieza a relatar de memoria, como si hubiera preparado un libreto, las historias de Daniela en su niñez, su enfermiza afición por los patines y el amor a las muñecas.
Lo primero que hay que saber de Daniela Lindarte es que con los patines fue amor a primera vista. Los primeros fueron unos Fisher Price de juguete que le regalaron sus tías en su cuarto cumpleaños.
“En ese momento le fascinó el regalo pero a mí se me convirtió en un complique porque no quería sino estar todo el día en patines, y yo no tenía tiempo”, explica mientras ordena con cuidado tres pares de patines en un cuarto contiguo a la habitación de Daniela, en cuyas paredes cuelga un centenar de medallas, fotografías en los podios y, en el centro, una bicicleta estática y una elíptica, como recordando que un campeón no deja de entrenar ni cuando está en casa.
Unos grises con azul completamente desgastados con los que ganó su primer campeonato nacional, en 2008; otros negros con dorado que usó este año en la Gira Europea de Velocidad, en Alemania; y los blancos con rosado que le dieron los tan ansiados títulos del mundo en el Campeonato Mundial de Kaohsiung, en China.
En la escuela de formación Estrellas en Línea, que desde entonces dirige el profesor Gerson Zapata, encontró el lugar ideal para despachar toda esa energía que tenía cada vez que se montaba en los patines, y que no podía sacar en la sala de su casa.
La precisión con la que Lule relata las anécdotas y sus gestos al hablar, dan muestra del carácter estricto pero dulce de una mamá que siempre pensó que su hija tenía dos talentos: la inteligencia y la fuerza de sus piernas.
Después de graduarse, con honores, del colegio Santa Teresa, en 2012, como una de las mejores de su promoción, Daniela le pide a su mamá, como regalo de grado, la autorización para irse a entrenar a Bogotá, pues ya sentía que en Cúcuta su nivel se había estancado y no iba a seguir creciendo.
“No quería que llegara ese diciembre porque sabía que en enero ya no iba a estar conmigo. Sentí que me arrancaban el corazón”, recuerda Lule.
En Bogotá entrenó durante 2013, y ese mismo año conoció a los entrenadores Juan Carlos Baena, Elías del Valle y Álvaro Ramos que conforman el cuerpo técnico de la selección Colombia, pero además son los entrenadores del departamento de Bolívar, cuna de campeones mundiales de patinaje.
Entrenar en Cartagena fue llegar a las grandes ligas. Todos los días la competencia era con campeones suramericanos y mundiales, y la exigente rutina diaria terminaría de pulir el talento natural de la cucuteña. Esta sería la preparación que terminaría por impulsar a Daniela a la selección nacional, y posteriormente a la obtención de los títulos mundiales.
Lule, con la humildad de no querer quitarle el reconocimiento a quien se lo merece, resalta una y otra vez que Daniela no sería hoy campeona del mundo sin la valiosa ayuda de si tía Marta, quien además es su seguidora número uno.
“Ya hizo realidad dos de los tres sueños que me prometió un día: graduarse con honores y ser campeona del mundo. Ahora le falta convertirse en una gran profesional”, dice orgullosa Lule.