Sábado, 6 de Abril de 2013
Por estos días que algunos de nuestros ilustres expresidentes se han trenzado en una disputa de palabras en las que hay más de egos, vanidades y mentiras, más que de verdades, nada mejor que narrar algunos episodios en la historia en los que han estado comprometidos figuras de ese nivel. Para empezar uno muy anecdótico, el del presidente Francés de 1920, Paul Deschanel, persona excéntrica quien en alguna ocasión viajaba en el tren presidencial a una población de su país y para el viaje había tomado varios somníferos; seguramente se había pasado al ingerir algunos de ellos, y a mitad de la noche se para para ir al baño y se equivoca al abrir la puerta. Abre la de salida, y el presidente galo queda botado en paños menores en cualquier población de su país. Llega a la primera estación de tren que encuentra en su camino diciendo al jefe de la gare que él era el presidente de la república, ante lo cual, de noche y viéndole su vestimenta, su interlocutor le contesta “Si Usted es el presidente de Francia, Yo soy el Papa”. Las “metidas de pata” de los presidentes casi que hacen parte de la historia del país, como quedará esta semana la del uruguayo Mujica quien se refirió a su colega argentina en términos “Esta es peor que el tuerto”, y la muy nuestra, el despistado presidente Guillermo León Valencia, en una recepción ni más ni menos que al presidente de Francia, el General De Gaulle, en la reunión de bienvenida a su colega “Brindo por España”.
Como siempre, existen algunas de nuestro Libertador, que para tratar de evitar malos entendidos con las sociedades Bolivarianas, trataré de ser lo más puntual posible en el relato de una anécdota, tal como aparece en el libro “Nuestras vidas son los ríos” de Jaime Manrique. Bolívar preparaba un viaje a Guayaquil para encontrarse con el General San Martín y Manuelita quería acompañarlo al encuentro, a pesar de ser una mujer casada. El Libertador le expresaba su desacuerdo por lo inconveniente que representaba para ese momento su compañía. Ella a regañadientes acepta, mientras se encontraban en la sala bailando vals desnudos, y le dice “Si yo me entero de que está haciendo el amor con otras mujeres, me apareceré en Guayaquil lo antes que pueda y – le apretó el miembro – le cortaré esto, lo pondré en salmuera y se lo enviaré de regalo al rey Fernando”. En el general en su laberinto, narra García Márquez, que al final de la vida del Libertador, ya derrotado y enfermo, va en barco cerca a la población de Mompox, cuando se entera que en el Congreso ninguno de los congresistas había votado por él para seguir en la presidencia. Bolívar no lo podía creer, y de un momento a otro observa una pelea entre dos perros, al final de la cual uno de ellos le propina una tremenda paliza al otro, que quedó malherido. El Libertador le ordena a José Palacio que lo suba al barco, y una vez cumplido el encargo, su asistente le pregunta qué nombre le ponían al perro. Bolívar piensa unos minutos, y no duda en ponerle “Bolívar”, porque por la derrota y el sufrimiento que había sufrido hasta el momento, piensa que era lo más parecido que le había pasado.
La historia está llena de anécdotas y sucesos que la van escribiendo, y poco a poco se va convirtiendo en una realidad que define la suerte de un país. Por ello, ojalá que este episodio de insultos al que asistimos por estos días entre expresidentes no quede en nuestro registro como la oportunidad que perdimos de acercarnos a la paz por la estupidez, la vanidad y los egos de unos exmandatarios.
Como siempre, existen algunas de nuestro Libertador, que para tratar de evitar malos entendidos con las sociedades Bolivarianas, trataré de ser lo más puntual posible en el relato de una anécdota, tal como aparece en el libro “Nuestras vidas son los ríos” de Jaime Manrique. Bolívar preparaba un viaje a Guayaquil para encontrarse con el General San Martín y Manuelita quería acompañarlo al encuentro, a pesar de ser una mujer casada. El Libertador le expresaba su desacuerdo por lo inconveniente que representaba para ese momento su compañía. Ella a regañadientes acepta, mientras se encontraban en la sala bailando vals desnudos, y le dice “Si yo me entero de que está haciendo el amor con otras mujeres, me apareceré en Guayaquil lo antes que pueda y – le apretó el miembro – le cortaré esto, lo pondré en salmuera y se lo enviaré de regalo al rey Fernando”. En el general en su laberinto, narra García Márquez, que al final de la vida del Libertador, ya derrotado y enfermo, va en barco cerca a la población de Mompox, cuando se entera que en el Congreso ninguno de los congresistas había votado por él para seguir en la presidencia. Bolívar no lo podía creer, y de un momento a otro observa una pelea entre dos perros, al final de la cual uno de ellos le propina una tremenda paliza al otro, que quedó malherido. El Libertador le ordena a José Palacio que lo suba al barco, y una vez cumplido el encargo, su asistente le pregunta qué nombre le ponían al perro. Bolívar piensa unos minutos, y no duda en ponerle “Bolívar”, porque por la derrota y el sufrimiento que había sufrido hasta el momento, piensa que era lo más parecido que le había pasado.
La historia está llena de anécdotas y sucesos que la van escribiendo, y poco a poco se va convirtiendo en una realidad que define la suerte de un país. Por ello, ojalá que este episodio de insultos al que asistimos por estos días entre expresidentes no quede en nuestro registro como la oportunidad que perdimos de acercarnos a la paz por la estupidez, la vanidad y los egos de unos exmandatarios.