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Cúcuta
Un hombre le ganó la batalla a la crisis de la frontera
LLegó de Venezuela cuando se dio el cierre fronterizo y creó una fundación para ayudar a los deportados.
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Helena Sánchez
Sábado, 14 de Mayo de 2016

A Richard le tocó vivir en una cancha, pasar sus enseres por el río Táchira con ayuda de la Policía y ver cómo los que eran sus vecinos en Mi Pequeña Barinas –un barrio de invasión en San Antonio- angustiados no entendían qué habían hecho para que los sacaran de sus hogares pero, en medio de todo, supo que desfallecer no era una alternativa.

Asumió el reto y pensó en la urgencia de organizarse, para comenzar de la nada en esa marejada de repatriados y carpas en el área metropolitana.

Sentado en una cancha de La Parada, con algunas hojas que encontró, apuntó nombre por nombre, y cédula por cédula, a quienes estaban con él y prometió hacer una fundación que los sacaría adelante.

“Se me reían en la cara cuando les decía que iba a montar una oficina, así fuera con un solo computador, para tener una base de datos de todos”, dice sentado en la oficina que montó en un garaje en La Parada, con un solo computador que exhibe la base de datos de los deportados, y su voluntad inquebrantable de poner a andar centenares de proyectos.

En la Asociación de Deportados Nuevo Amanecer, Richard tiene hoy más de 1.200 personas no solo provenientes de Venezuela, sino que incluyó a los más pobres de Villa del Rosario que encontraron en él un ejemplo para ganarse la vida.

“Yo no hago marchas, no me planto delante de la alcaldía, ni pido plata”, cuenta sobándose la frente con desespero, de solo pensar en las manifestaciones. “Lo que nosotros necesitamos son herramientas, máquinas de coser así sean de segunda, y cosas útiles que nos pongan a producir”.

Es crítico de quienes “le estiran la mano al gobierno”, o le hacen trampa para favorecerse. Tal vez, pensando en que él mismo no resultara ‘tumbado’, les hizo ‘pistola’.

“Acá llegaron muchos a pedir ayudas, ya con la Asociación en marcha, pero como estaban carnetizados y les pedí cédulas, el cartón del gas y la carta de la deportación, se ‘corcharon’, pues no tenían nada”, relata.

Detrás de cada carné está impreso, como en ninguna otra entidad, el grupo familiar del asociado, con nombre, edad, además del número del registro único de deportados que les dio la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y un código de barras.

La depuración de falsificadores se volvió casi una especialidad, y cuando estaba armando su organización se fue con la moto a verificar quiénes eran los verdaderos deportados, encontrando a esposas de cambistas que pedían pañales y leche en polvo para hijos que no tenían.

Luego, se fue para la Cámara de Comercio, legalizó la Asociación, y en cada carpeta de los afiliados reposa una copia del documento, el Rut, “y para evitarnos problemas”, una carta que firma cada uno de ellos con el compromiso de no participar en protestas.

Esta actitud “frentera” le ha sumado algunos conflictos que valieron la pena, porque incluso le permitieron decirle sin rodeos al funcionarios de la alcaldía de Cúcuta lo que necesitan los suyos.

“Estábamos en una reunión y, mientras otros le pedían y le pedían vivienda, que nadie nos va a dar, me preguntaron que por qué no hablaba”, recuerda.

Dijo que no iba a rogar como los demás, porque la urgencia de la gente era trabajar. Por eso pidió que le dijeran dónde contactar a alguien que le prestara cinco buses y una entidad que le apoyara para hacer cinco guarderías.

La meta es que las mamás de la Asociación se capaciten en el Sena, y salgan con un trabajo, o una idea de negocio, mientras dejan en las guarderías a sus niños.

No recibió respuesta alguna; tampoco cuando propuso que el municipio les vendiera un lote para hacer sus casas, pagando por ellas, para tener un hogar que no sea regalado.

Solo le respondieron que no vería ese lote y, sin mediar palabra, salió del despacho diciendo que haría lo posible para lograrlo, como ya hizo con su oficina.

El sueño del fútbol

Entre sus múltiples ocupaciones, también creó una escuela de fútbol, en su mayoría, con jovencitos del colegio La Frontera.

Tiene 180 inscritos y, aunque son menos los que van a entrenar en la cancha de tierra de La Parada, lo hacen puntuales, cada martes desde las dos de la tarde, con una entrenadora del Consejo Noruego para Refugiados, que él consiguió.

Eso sí, la condición es obtener las mejores calificaciones y presentarse con los boletines de resultados para que Richard les permita seguir; de lo contrario, no hay oportunidad.

Juegan una hora con un frisby y la otra es de fútbol. Cada jornada implica un estricto calentamiento, pruebas, disfrute, pero también concentración y exigencia.

Hay hombres y mujeres, y juegan por igual, “porque nos encanta”, dicen en coro, aunque entrenan separados.

Ya diseñaron su uniforme, de tonos morado y verde, y lo dibujaron en una hoja de cuaderno que tiene Richard. Anhelan que alguien lo elabore para vestirlo e irse a jugar intercolegiados en la región, o en Bucaramanga.

Sin embargo, les faltan varias herramientas, como los conos, las mallas y balones porque los que tenían en alquiler no se pudieron pagar más. Richard optó por conseguir potes que pintarán y acomodarán para ser el reemplazo de los conos, “y aunque sea con bolsas nos hacemos los balones”.

A duras penas está pagando el arriendo de la oficina, con almuerzos que empezó a vender hace poco y con los que espera sostenerla mientras los asociados logran pagar 10 mil pesos mensuales pues, mientras eso pasa, todo gasto sale de su trabajo.

Por esas penurias, a veces no descansa, y cuando su esposa le pregunta qué lo inquieta, dice que la falta de herramientas, la casa de una, el proyecto de la otra, y ella, paciente, un día atinó a conseguir un balón para que dejara dormir.

“Yo no pido nada para mí, sino para ellos, para la gente, para los niños que son la llave para que haya productividad, para que se vea que en La Parada no todo es violencia”, afirma entusiasmado, casi brincando. “Por esa virgen que los saco adelante y pongo las máquinas de coser”, es el nuevo objetivo que seguirá acechando para prolongar la fortaleza que aún necesitan sus niños y sus deportados.

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