El 20 de diciembre de 2006 Manuel Salvador Sánchez Acevedo lloró de felicidad en el camerino del equipo visitante del estadio Manuel Murillo Toro de Ibagué.
Rodeado de uniformes empapados en sudor y guayos con pedazos de grama todavía fresca en sus taches, ‘El Chato’ estaba viviendo en carne propia el sueño de miles de hinchas que festejaban rebosantes de felicidad, frente a las pantallas de sus televisores a kilómetros de distancia, la primera estrella de un equipo que hasta hace un par de años solo acostumbraba a sus seguidores a sufrir.
Ese miércoles decembrino de 2006 el Cúcuta Deportivo había empatado 1-1 ante el Deportes Tolima un partido complicadísimo, y se coronaba como campeón del torneo de la primera división en Colombia, por primera vez en sus 82 años de historia.
Tres días atrás, en el estadio General Santander, el Cúcuta Deportivo había vencido 1-0 al equipo tolimense ante más de 40.000 espectadores.
La felicidad de ‘El Chato’ esa noche en Ibagué era por partida doble. Primero, como hincha del Cúcuta Deportivo siempre soñó que la vida le diera los años suficientes para ver a su equipo campeón de la primera división, y cuando ese momento llegó el destino le había reservado un lugar privilegiado para disfrutarlo: dentro del camerino con los protagonistas.
Y por otro lado, se sentía importante dentro del logro que acababan de conseguir los futbolistas dentro de la cancha, pues estaba haciendo valer uno de los sobrenombres que más le gustaba, ‘el amuleto’.
La historia de cómo Salvador Sánchez se convirtió en ‘el amuleto’ de la época dorada del Cúcuta Deportivo se remonta al año 2005, cuando el club consiguió su segundo ascenso a la A después de pasar nueve largos años sepultado en la segunda categoría.
“En 2005 don Álvaro Vélez, quien era el presidente del equipo en esa época, me llamó por teléfono y me dijo que bajara a la oficina que me tenía un negocio. Cuando llegué me entregó unas llaves y le pregunté que de qué eran, y él me dijo que del camerino del Cúcuta”, recuerda.
Sin la más mínima experiencia de lo que debía hacer un utilero de un equipo profesional, Salvador se le midió a la propuesta y comenzó a ponerle orden al camerino del ‘doblemente glorioso’. Hasta entonces, Manuel Salvador Sánchez se ganaba el diario trabajando en una zapatería como cortador.
Seis meses después de haber llegado a la institución deportiva y de haber acompañado al equipo en su periplo por las canchas de la B, pasando largas horas sentados en un bus y trabajando en la precariedad en la que se vive el fútbol de la segunda división en Colombia, Salvador haría parte del ascenso a la primera categoría y del comienzo de tres años gloriosos en los que el club pasaría de las mieles del triunfo a la amargura de la derrota.
Justamente un año más tarde de estar celebrando en el camerino del estadio General Santander el ascenso del Cúcuta, Salvador se encontraba invadido de felicidad, celebrando de nuevo, pero esta vez el título de la primera división del fútbol colombiano en Ibagué.
“Mientras celebrábamos en Ibagué los jugadores me empezaron a decir que yo era un amuleto para el Cúcuta porque al poco tiempo de llegar al equipo habíamos logrado el ascenso, y un año más tarde quedamos campeones de la A”.
En 2007 hizo su primer viaje internacional gracias a la Copa Libertadores de América, y con el Cúcuta Deportivo conoció México, Brasil y Argentina entre otros destinos de gran tradición futbolera.
De esos viajes guarda la que considera ha sido la mejor experiencia en su condición de utilero.
“Cuando viajamos a Argentina para jugar la semifinal contra Boca Juniors tenía muchas ganas de ver ese partido y de estar ahí al lado de los jugadores, pero como el camerino queda muy cerca a la tribuna la gente me escupía y me lanzaba monedas. Un agente de seguridad me pidió que me entrara al camerino para evitar algún accidente, y tuve que escuchar el partido encerrado, por radio”, afirma entre risas Salvador mientras ordena ocho pares de guayos al borde de la cancha de Villa Silvania, donde actualmente entrena el Cúcuta.
Ahora su realidad es muy distinta a la de los años dorados del equipo. Después de estar en los camerinos invadido de felicidad con el ascenso en 2005 y el título de 2006, ha tenido que soportar la tristeza de los descensos de 2013 y la de este año, que se confirmó el domingo pasado en Manizales.
Ante la incertidumbre de no saber qué ocurrirá el próximo año con el equipo, aunque asegura que tiene contrato hasta diciembre de 2016, y que si fuera por él lo ampliaría muchos años más; el trabajo en el fútbol le ha dejado ahorros para poner en pie un proyecto familiar junto a su esposa.
El fútbol también le ha dejado, además de buenas experiencias, grandes amigos que le dieron la mano cuando más lo necesitó, y que todavía lo recuerdan con aprecio.
Macnelly Torres y Jorge Luis Pinto marcaron su etapa dorada con el Cúcuta Deportivo, porque además de ser dos de los pilares que tuvo la institución a nivel deportivo, encontraron en Manuel Salvador el mejor amigo dentro del camerino.
El Cúcuta Deportivo descendió por cuarta vez en su historia a falta de cuatro fechas para culminar el campeonato, pero ‘Salva’ sigue entregándose cada día en su trabajo con el mismo ímpetu que llegó en 2005, como si estuviera alistando los guayos para salir a pelear por el título de la Copa Libertadores.