Bibi Johana Álvarez es una cucuteña de 38 años con arraigado acento venezolano y dominantes rasgos costeños que se caracteriza por su optimismo y ganas de triunfar con sus hijos.
De padres sucreños, vivió su infancia y parte de la adolescencia en el barrio Aeropuerto, pero a los 15 años se vio obligada a mudarse a Venezuela cuando la situación económica no les permitió permanecer más tiempo en la ciudad.
Llegó a Maracay, en el estado Aragua, en 1998, cuando el país vivía su auge económico. Allí, a pesar de algunos choques culturales, logró forjar su futuro con esfuerzo y sacrificio.
“Cuando llegué me decían la colombiana, a veces me discriminaban y me hacían sentir mal. No es fácil adaptarse a una nueva cultura, pero tampoco imposible”, comentó la mujer.
En Maracay, Álvarez terminó sus estudios secundarios y comenzó a desarrollar un gusto especial por la repostería, al punto que dedicó parte de su vida a este oficio.
Allí vivió por 20 años, se casó y nacieron sus dos hijos, quienes, en la actualidad, son la fuente de energía que logra que se levante día a día a seguir en la lucha de la vida.
A diario se encarga de que su lugar de trabajo esté impecable.
Vuelta a su país natal
Una vez Venezuela empezó a vivir su fuerte crisis económica y social, en 2018 Bibi tomó la decisión de llenar sus maletas y volver a su país natal.
Sabía que debía empezar su vida desde cero, pero poco le importó un nuevo comienzo con tal de encontrar paz y estabilidad financiera. Llegó a la casa de sus abuelos en el barrio Aeropuerto, donde pasó algunos días pensando en qué podía hacer para obtener el sustento diario.
Lo primero que pasó por su cabeza fue retomar la repostería, que se le daba muy bien, pero los insumos y el consumo de gas sobrepasaban su presupuesto y sus ilusiones.
“Un día, mi tía, que es ingeniera de alimentos, me dijo que me podía enseñar a hacer yogur, que empezáramos de a poco y miráramos a ver qué pasaba”, relató.
Las primeras producciones fueron de 30 litros de yogur, compró lo que era necesario y adquirió un tanque de segunda para guardarlos. Luego dividió el producido con su tía y maestra, con el compromiso que cada una vendería 15 litros.
Tiempos difíciles
“Empecé a hablar con mis excompañeros del colegio, les dije que estaba recién llegada en Cúcuta y que vendía yogur, algunos de ellos me compraron, aunque solo fue por una o dos semanas, pero no me podían comprar cada vez que yo sacara producción, me tocó pensar en un plan B”, relató.
Su nueva opción fue tomar un bolso grande, en él guardar ocho litros de yogur y caminar por el barrio para ofrecer el producto casa a casa.
Sus hijos fueron los que más se resintieron con el cambio. Según dijo Álvarez, porque a su corta edad se vieron obligados a quedarse solos mientras su mamá salía a vender los productos.
El inclemente sol o las lluvias no fueron obstáculos para ella, sabía y tenía certeza de que, una vez hiciera clientela y se enamoraran de su producto, las bendiciones llegarían por sí solas.
Sin embargo, aún recuerda entre lágrimas los días más difíciles cuando tenía que llevar a sus hijos consigo porque las jornadas eran demasiado extensas.
“Yo les hacía juego para todo, les decía que la meta era llegar a la heladería del parque y, si se portaban bien, les compraba helado de dos bolas”, relató.
Fundó su empresa llamada Lactuario Santander, ahora produce 900 litros de yogur al mes.
Lluvia de cosas buenas
‘Luego de la tormenta viene la calma’, ese es el lema que esboza una sonrisa en la alegre mujer, quien evolucionó tanto a nivel personal como profesional.
Con su emprendimiento, Lactuario Santander, ha logrado hacer diplomados y conseguir diferentes beneficios para el crecimiento de su empresa.
Hoy en día cuenta con dos tanques grandes, produce 900 litros de yogur a la semana, tiene cerca de 10 sabores y todos sus insumos son de máxima calidad.
También se ha convertido en una generadora de empleo. A la fecha, cuenta con 10 mujeres distribuidoras que se encargan de vender el producto y se quedan con un porcentaje de las ventas.
“Fui una emigrante en mi propio país, emprender no es fácil, pero ahora estoy muy orgullosa de lo que he logrado, y voy por más”, concluyó Bibi.
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