Mi ventaja 65 es que ahora soy un mortal consciente de que el azar es menos peligroso. Aunque apenas estoy mejorando la conversación conmigo mismo y aprendiendo a alabar cualquier madrugada frente al silencio de mi propia nostalgia, sé que los obstáculos para la libertad no son externos, sino internos.

Desde cuando doy exacto valor a lo que no tengo he sido feliz, porque de la liberación de tantas cosas opresivas extraje lo óptimo. Duermo delicioso, asumo los momentos de la vida con la suprema sensación del amanecer y estoy convencido de que la cultura proporciona instantes maravillosos, corre paralela a la batalla por la superación y ata, a la esperanza, con un hilo azul.

Lamento profundamente haber perdido tanto tiempo en la sociedad competitiva: soy un estupendo solitario que respira un aire común, pero saborea el aroma incógnito de aquello que se esconde en la ruta secreta del viento; amo mi silencio y trato de regular mis emociones: me salvé del éxito.

Me encanta recordar las palabras bonitas en las canciones, como árbol, viento, sonrisa, ojos, arroyo, bolero, en fin. Y, con especial melancolía, las costumbres que fueron quedando atrás, la carrera en el peinado, la camisa limpia y por dentro del pantalón, la decencia, el saludo, la bendición pedida a los padres, el respeto por los mayores y muchas cosas de antes: por ejemplo, cuando íbamos a los entierros de riguroso vestido con corbata y no caíamos en el ridículo de tutear, al menos los cucuteños, ni de besar a la gente al saludarla. Los carros eran simples y utilitarios, los paseos de río no causaban oso y todo era más accesible. ¡Cuánta nostalgia sale al encuentro de los recuerdos de cuando todo era más digno! De manera que mi autobiografía es gozar de la memoria bonita que he conservado, cambiar los libros de un lado para otro, aprender de la lectura y de la delicia especial de la música: puedo decir, con honor, que en lugar de dinero tengo un inmenso patrimonio de valiosas reminiscencias.