Me dirán pesimista. Pero no. Para nada. Una mirada a las cosas me da la razón. Vean ustedes…
Un paro camionero que dura casi cincuenta días, lo que ayuda a aumentar la inflación, que para ser controlada –por el Banco de la República— obliga a que se eche mano de las tasas de interés. Tasas de interés que, cuando suben, deprimen el consumo.
Pero ahí no para la cosa. Ahora se nos viene una reforma tributaria, que aumentará el IVA, lo que hará que los precios suban. Así que además de la inflación, ahí viene el IVA… La cosa no pinta bien.
Salgo de la casa y veo que el proyecto más importante para el Pacífico lo cierra el mismo alcalde de Buenaventura. Se llama Aguadulce y es un proyecto en el que se ha invertido la medio bobada de 500 millones de dólares. Traería desarrollo y empleo y generaría riqueza. Pero no; el señor alcalde de Buenaventura decide sellarlo. Una pura alcaldada.
Fui a Buenaventura por temas de trabajo. En un país serio, la costa sobre el Pacífico sería un paraíso, turístico y de desarrollo. Acá no. Es un pueblito abandonado a su suerte como esos perros callejeros que todo el mundo patea y nadie cuida. Eso somos.
Salgo del país y veo que la cosa tampoco pinta nada bien. Hoy es más seguro estar en el Cauca que estar en París. Vaya paradoja. Bien por el Cauca, pero mal por la humanidad, que las tierras en donde nacieron y florecieron las ideas de la democracia se conviertan en un campo de batalla de buenos contra malos. Con el problema adicional que ahora todos parecen malos.
Sigo moviéndome y sigo con el pesimismo. La Corte Constitucional dice que el Congreso de la República no puede cambiar la Constitución, pero resulta que los señores en La Habana sí. No entiendo. Y al paso que vamos, tampoco quiero entender. Esa misma Corte tiene uno de sus magistrados investigados y a punto de ser llevado a juicio por sobornos. Qué dolor. Como me dijo un profesor, abogado él: Me duele la tarjeta profesional.
La justicia, más desbaratada que nunca: los señores Montealegre y Perdomo hicieron y deshicieron, tomaron decisiones arbitrarias. Dolorosas para quienes amamos la profesión de abogados y somos penalistas.
La justicia, esa señora de espada en mano y ojos vendados, está moribunda. Cada rato caen empresas captadoras del dinero del público, con las horrorosas y dolorosas consecuencias… Y no pasa nada. Llevamos años en el caso de Interbolsa y seguiremos otros más. El caso por la muerte del joven Colmenares empezó hace casi seis años y aún seguimos en juicio.
Quizá en el 2045 tengamos sentencia de primera instancia.
Me voy de paseo por las redes sociales y veo el canibalismo con que nos ensañamos, unos contra otros, por las pequeñeces más microscópicas. Que un señor mató a un perro por defender a sus hijos y ya es nuestro enemigo. Que Nairo no ganó y ahora lo graduamos de perdedor. Ni siquiera logramos tener paz y sosiego al momento de escoger quien portará la bandera en los Juegos Olímpicos de Río. País de mezquinos. Eso somos.
Mi esposa me dice que quiere tener hijos. Yo no sé. Me muero del susto de que se pasen la vida jugando a buscar pokemones, mientras el mundo se incendia a su alrededor. Quizá me haga la vasectomía.