En la tragedia griega, Prometeo roba el fuego del Olimpo para regalárselo a los humanos, sumidos en la oscuridad y el abandono; pero Zeus lo manda encadenar a un risco abandonado y paga con su libertad por ello.
Colombia 2002: un país sumido en la oscuridad del terror y la violencia, acorralado en las ciudades, mientras el campo es asolado por guerrillas y bandidos, unidos por el narcotráfico que nos avergüenza y espanta la inversión, el empleo y el bienestar. Un país inviable.
Así lo recibe Álvaro Uribe, quien nos recuerda que la seguridad es “democrática”, derecho de todos y bien público esencial que garantiza la libertad y la vida.
Saca a los soldados de sus cuarteles y, desde una posición de “fuerza legítima”, ofrece negociación, que unos aceptan y se desmovilizan, mientras las guerrillas arrogantes, que la rechazan, son disminuidas y rechazadas por la sociedad.
Los cultivos ilícitos caen a un mínimo, el país despierta, el campo reverdece, la inversión regresa y el empleo repunta.
Lo que sucedió a partir de 2010 el país lo sabe, aunque parece olvidarlo. Se abandonó la seguridad para negociar con unos pocos asesinos derrotados, secuestradores, narcoterroristas y abusadores.
Se firmó un acuerdo que violentó la democracia y revolvió las instituciones, la justicia incluida, con la fuerza de una Constituyente, pero impuesta por las Farc y dictada desde Cuba, Venezuela y el Foro de Sao Paulo. Hoy, con 200.000 hectáreas de coca, estamos peor que en 2002…, pero con Nobel.
Esa caterva de quienes se pretenden dioses para sojuzgarnos con un sistema fracasado en el vecindario; disfrazados como los de la antigüedad, hoy de demócratas y aliados con quienes posan de serlo, pero le hacen el juego a la amenaza que se cierne sobre el país, llevan años tratando de encadenar al Prometeo que nos devolvió el fuego de la libertad, la confianza que brinda seguridad, y la esperanza de un país sin narcotráfico.
La decisión de la Corte Suprema ha privado de la libertad a Álvaro Uribe, pero no logrará encadenarlo al risco del abandono, porque no está solo, lo respaldan millones de colombianos, los ganaderos entre ellos, agradecidos porque nos devolvió la posibilidad de existir como sector, cuando nos asesinaban y secuestraban por miles, los que hoy están en el Congreso mientras él es privado de su libertad.
Como en el mito, hay interesados en que nunca la recupere. Para los defensores del Acuerdo de Santos con las Farc, mandarlo a la cárcel es una “revancha” por su derrota en el plebiscito y la “legitimación” de su golpe a la democracia. Son los mismos que hoy, con ladina intencionalidad, le ofrecen la impunidad de JEP como alternativa; pero Uribe no la necesita, porque es inocente y jamás legitimaría esa justicia a la medida de las Farc.
Álvaro Uribe no está solo; su inocencia y media Colombia lo acompañan.
@jflafaurie