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Una virtud difícil
La paciencia enaltece el concepto de humildad: no es religiosidad, no es hipocresía, no es creerse justos, ni despreciar a los demás.
Domingo, 7 de Junio de 2015

Sin dejar la autenticidad y la dignidad de saber que uno no es inferior a nadie y viceversa, el adiestramiento en la paciencia es la más noble virtud que uno puede cultivar: muy difícil, pero abre los límites de, algo así, como un bálsamo espiritual cuando se alcanza, con ella, algún pedacito de paz interior.

En el estudio del tiempo he insistido en que es su aliada: la paciencia es un proceso de adaptación, constante y continua, a las relaciones que uno tiene con el destino y con las demás personas.

Lo inconveniente, quizá, es que debe volverse uno egoísta, pero lo bueno es que desde el mismo egoísmo puede abrir válvulas para ir regulando el contacto con los demás (igual, muy difícil), con la autoridad de poseer un criterio racional y moral y de haberse preparado para emitir conceptos críticos, sin patanería ni violencia.

La paciencia enaltece el concepto de humildad: no es religiosidad, no es hipocresía, no es creerse justos, ni despreciar a los demás, no es actuar para que lo vean, no es fingir, sino dar gracias a la vida por poseer tantas bondades- a pesar de creer que son pocas-.

Con cada triunfo en la paciencia uno se alegra, se anima a buscar otro escalón y a crecer más para evolucionar en aquellos indicadores que nutren de valores la autoestima: es el mejor método de progreso en la madurez emocional y la vía expedita a la identidad, pero sin claudicar, reitero, en la conservación absoluta de la dignidad.

En mi experiencia personal, con la paciencia he logrado superar, a lo largo de mi vida, varios y escasos niveles, pero los más difíciles han sido los de tratar con gente intemperante, afortunadamente en pocas ocasiones, y tener la misericordia suficiente para comprenderla (¿evitarla?).

Eso suena como incongruente, y severo, pero es así; el caso es que el mejor ambiente se produce cuando uno no se mete con nadie y, si lo hace, es con respeto. Pero, la más humilde pregunta es: ¿si no me hubieran tenido tanta paciencia, donde estaría yo? Para responderla sólo basta estudiar mucho y dejar surgir el juicio para dejar, poco a poco, de ser insensato y otorgar espacio a la serenidad: eso forma parte de la valoración que uno tenga de sí mismo.

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