Desapegarse es el comienzo de una cita individual con la libertad. Cuesta tanto que la mayoría de las veces es imposible; pero, en realidad, uno debe hacerse, a sí mismo, a su propia imagen y semejanza, sin limitaciones, sin copiar estilos, o modas: ser distinto.

Debe recoger en el alma los hilos de los sentimientos, manejarlos, para despertar ante las maravillas de la imaginación que duermen en la consciencia, desandar los pasos de esas ilusiones que yacen depositadas (aplastadas), en el corazón, porque se les niega la opción de, aunque sea, titilar en nuestra versión espiritual de la existencia.

Si uno se enfrenta con valor y fe a la vida tiene éxito y, en especial, alienta la esperanza de superar, con madurez, las inconsistencias. El propósito fundamental es liberarse del miedo, probar que el alma es una fortaleza desde la que se puede hallar el mejor ajuste emocional.

La fragilidad humana proviene del apego a todo, lo cual es evitable si uno logra apartarse de la rutina social, de los excesos del poder y la riqueza, sobretodo. Lo único que puede armonizar la paz interior es el equilibrio íntimo entre el afán materialista y las dimensiones del espíritu, en una mezcla que se traduzca en la solidez del criterio necesario para priorizar los fundamentos de la existencia.

Los sentimientos no son meros patrones de conveniencia, sino un acceso a

la cuerda del tiempo que  define el compromiso con la vida y ayuda a presagiar todo con orden, con estudio y una especial confianza en uno mismo.

Entonces surge el liderazgo de los sueños, que se prenden como un fuego en el corazón, para alcanzar la longitud del pensamiento y alimentarlos con su luz, para escuchar el eco distante que ríe, alejado, entre el viento y la distancia que hay hasta la esencia universal.

Uno se puede meter en su soledad y llenarse de los duendes que surgen, cuando sabe que va tras las huellas de su verdad: ellas nunca se esfuman y dejan caminar tras el tiempo, a la cita con la libertad.