Previa consulta con el espejo, mi siquiatra de pared, mandé pa’l carajo el ego y decidí confesar que no me invitaron a la Feria del Libro de Madrid.
Nunca me había visto tan bien acompañado. No comerán paella por cuenta del erario, Piedad Bonnet, Laura Restrepo, Pilar Quintana, William Ospina, Héctor Abad, Fernando Vallejo, Pablo Montoya…
Estos ninguneados se caracterizan porque pocón de hacer las veces de turiferarios del régimen, como diría cualquier mamerto.
El embajador en España , Luis Guillermo Plata, aclaró en principio que la selección de invitados se hizo así porque el gobierno quería una presencia “neutra” de fabuladores.
Metidas las quimbas, el diplomático reculó y admitió que dijo lo que dijo, pero eso que dijo no era lo que quería decir. El clásico “fuequequefuequeque”.
En mi caso, dudo que me hayan vetado por la prosa y el pensamiento neutros de este servidor. Sospecho más bien que no clasificaba para la invitación un bípedo cuya producción no hace sonar cacofónicamente la registradora.
Pero nadie me quita lo bailao: me declaro no invitado como los aplasteclas del curubito que mencioné en el segundo párrafo.
Eso sí, juro por mi chihuahua que lo sucedido no convertirá mis septuagenarios cachetes en una catarata de lágrimas y mocos.
Para que mi frustración fuera minúscula, ayudó que en el pasado me marginaran de otros eventos a los que me habría encantado asistir en calidad de pato, uno de los raros oficios que he desempeñado.
Encantado habría asistido a las bodas de Caná porque no hubo qué hacer vaca cuando se acabó el vino. De llenar la cava, por orden de mamá María, se encargó el abstemio del Jesús.
Si el precario ajedrecista Napoleón Bonaparte me hubiera invitado a Santa Helena, le habría regalado su mate y le habría preguntado por qué decía que le faltó hablar más con el jardinero.
Si el anfitrión hubiera sido el Mahatma Gandhi, el tardío emprendedor que soy se interesaría por saber si adelgazó gracias a su dieta a base de no violencia y viento raspao.
Me duele que me hubieran bajado del vuelo a Madrid porque estuve tan poco tiempo que apenas logré constatar que hablan español con alguna marrulla en la voz cuando pronuncian palabras con zeta o con ce.
Cómo sería de fugaz mi estadía en Madrid que no tuve tiempo de internacionalizar la libido. Fracasé en el intento de estrenar mi sexapil latino con alguna chapetona.
Los vetados por la mano oficial son de tal calidad que de pronto alguno de ellos se gane el Nobel en español, el premio Príncipe de Asturias.
En ese caso, el embajador Plata tendría que invitar al inevitable coctel. A lo mejor, le tocaría vivir la ironía de que el vinillo se lo tendría que empacar él solito porque el laureado preferiría quedarse mirándose el ombligo en la soledad del hotel.